El editor de La Ratonera
César Miguel Rondón es una de las voces más emblemáticas y representativas de los medios de comunicación en Venezuela. Periodista, cronista musical, crítico de cine, guionista, locutor. Figura medular de la radio venezolana. Esta entrega de VueltaEnU explora parte de su peripecia, desde su nacimiento en México hasta su exilio en la ciudad de Miami.
La palabra «libertad»
Una noche de enero de 1958, aturdido por alguna pesadilla, César Miguel corrió hasta la cama de sus padres. El niño asustado se acomodó en medio. En plena madrugada, lo despertaron los ruidos en el pasillo (golpes frenéticos, desesperados, alevosos). Cuando César Rondón Lovera abrió la puerta de la habitación se encontró a su compañero de apartamento, Justo Camargo, con los ojos llenos de lágrimas. «¡Cayó Pérez Jiménez! ¡Cayó Pérez Jiménez!», gritaba eufórico. El niño adormilado contempló la escena desde la cama revuelta. Los tres adultos se abrazaron, se tomaron de las manos y comenzaron a saltar. Muchos años después, César Miguel evoca aquel momento a través de Zoom: «Yo tenía cinco años, pero nunca he podido borrar esa imagen, porque para mí el significado de la libertad se resume en esa circunstancia. Tres adultos en pijama, llorando y riendo, tomados de la mano y brincando como si fueran carajitos».
De Maiquetía recuerda la brisa caliente. Fue un viaje interminable. El vuelo desde el DF hizo varias escalas a lo largo de América Central y el Caribe. Los familiares de los exiliados venezolanos estaban agolpados en la cerca que bordeaba el aeropuerto, esperando el regreso de sus seres queridos. A César lo deslumbró el sol, porque la luz de Caracas no se parecía a la de México. Las vecinas del barrio en el que pasó sus primeros días decían que los niños Rondón hablaban como en las películas de Cantinflas. Para ese momento, el pequeño César no tenía conciencia del acento.
La Ratonera
César Miguel Rondón fundó su primer periódico a la edad de siete años. La Ratonera era una crónica familiar en la que se destacaban rumores domésticos, chismes de vecindad y variopintos sucesos familiares. El título del diario jugaba con el nombre de la casa, apostaba por la cacofonía: La Rondonera. El primer ejemplar fue el más exigente. César introdujo el papel en la máquina de escribir de su papá, una Remington verde que presidía el despacho, ajustó la hoja y puso sus manos sobre las teclas. Imitando la jerga de los diarios populares de Caracas, con el dedo índice golpeando las letras, escribió la palabra «editorial». El periódico familiar contaba los secretos de las tías, la historia de las camisas prestadas y no devueltas, las pequeñas deudas, los amoríos ocultos, las discusiones veladas entre los adultos. El intrépido comerciante alquilaba La Ratonera a una reducida pero leal clientela. Todo aquel que quisiera enterarse de las intimidades de los Rondón Tejeda tenía que pagarle una locha.
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«Esa música que tú escuchas es una mierda»
La pasión por la música tuvo varias fuentes. El padre fue la influencia más importante. «Cuando se oye música no se habla», afirmaba tajante César Rondón Lovera, antes de sentarse a degustar los éxitos de Agustín Lara, editados por el sello RCA Víctor. Ese consejo fue un mantra. El respeto por la música, el saber escuchar las canciones, es uno de los paradigmas estéticos del reconocido cronista. Esa melopea, esa «cosa latina» que descubrió con su papá ha acompañado a César a lo largo de su vida, aunque en los años de la adolescencia, como todos los jóvenes de su generación, tuvo que confrontar el impacto absoluto de los Beatles.
César Miguel formó una banda de rock junto a sus compañeros del colegio Santiago de León. El sereno locutor de Unión Radio, de tono moderado y discreto, alguna vez fue un temerario baterista. Donato Villalba (bajo) y John Belisario (guitarra) completaban el grupo escolar. La euforia juvenil los llevó a participar en los programas de variedades que amenizaba Napoleón Bravo. Meses más tarde, la fascinación por el rock’n’roll fue refutada con celo por una figura fundamental en la formación artística de César: el tío Toño. «Esa música que tu escuchas es una mierda». Esa declaración del tío le dio un giro radical a su melomanía.
Toño era un outsider, un James Dean latino, un encantador inclasificable al que era difícil domesticar bajo los preceptos sociales de la Rondonera. La diferencia de edad entre los hermanos hacía que la madre de César, la mayor del clan, lo tratara como si fuera un niño pequeño. Para César era un ídolo. Toño introdujo a César Miguel en el otro mundo. Le presentó a Tito Rodríguez, Tito Puente y Machito, entre otros. Durante los actos celebratorios del cuatricentenario de Caracas lo llevó a un local de la Zona Rental de Plaza Venezuela a ver una presentación en directo de Eddie Palmieri y su orquesta La Perfecta. «Y algo pasó en ese momento. El rock hizo un aparte. Yo no lo sabía entonces, pero aquel concierto al que me llevó mi tío fue el germen de lo que más tarde se convertiría en El Libro de la Salsa».
Buscando guayaba y algunos oficios
La década de los setenta fue dispersa y exploratoria. César comenzó la carrera de Filosofía en la Universidad Central de Venezuela, pero no la terminó. Tuvo un breve interés por la política, sin caer en la militancia extrema de muchos de sus amigos. «En aquellos años, era difícil escapar a la influencia del MAS. No exagero si digo que casi toda mi generación fue masista, porque el discurso político estaba en la vida pública, en la calle, en las aulas, para mí era difícil porque mis padres eran comprometidos adecos, lo que me convertía en una especie de adeco de abolengo». Más tarde comenzó los estudios de Comunicación Social, pero también los abandonó. Muchos de sus trabajos llegaron por caminos imprevistos.
El año sabático del profesor Juan Nuño lo acercó a la crítica de cine. César heredó su columna en la revista Suma. Meses después, empapado del oficio, con un ojo fílmico educado y estricto, pasó a formar parte del Círculo de Críticos Cinematográficos de Caracas.
Durante su estancia en Nueva York, escribió para distintos medios impresos. No paró de redactar crónicas, reportajes, entrevistas y columnas de opinión sobre distintos asuntos. El Libro de la Salsa lo convirtió en un pionero de la investigación musicológica sobre un género que apenas había sido tomado en cuenta por estudiosos y académicos. Entre múltiples experiencias, descubrimientos e innovaciones, César Miguel participó en el proceso de escritura de una de las más ambiciosas empresas de la música latinoamericana: la ópera salsa Maestra vida de su amigo Rubén Blades.
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Historia de un guachimán
Cuando César regresó a Venezuela comenzó una exitosa carrera como guionista de televisión. No lo tenía previsto. La escritura de series audiovisuales no estaba en su agenda, pero una vez más las circunstancias conspiraron a su favor. El primer día en La Rondonera, antes de deshacer la maleta, recibió la visita de dos amigos: Jean Maninat e Ibsen Martínez. Tenían tiempo sin verse, por lo que aprovecharon el reencuentro para ponerse al día sobre el estado de sus tigres, artes y oficios. Ibsen le contó a César que estaba escribiendo varias sinopsis para Venevisión con el fin de convertirlas en unitarios o miniseries. Durante la tertulia, especularon con la invención de argumentos melodramáticos, pero no le dieron importancia. Rápidamente, cambiaron de tema. César no imaginó que su amigo se tomaría en serio los fragmentos de aquella charla bohemia. A la mañana siguiente, a primera hora, Ibsen regresó a la casa: «César, ¿por qué no pasamos por escrito lo que conversamos ayer? Si no tienes nada que hacer esta tarde, acompáñame a Venevisión». César redactó la sinopsis en la misma Remington verde en la que, años atrás, escribió la vieja Ratonera.
El plot que presentaron trataba sobre un guachimán que se enamoraba de una vedette inaccesible. La reunión con los empresarios de Venevisión tuvo lugar al mediodía. En la tarde, habían llegado a un acuerdo con las estrellas Lila Morillo y Joselo para protagonizar la serie. Aquella noche hicieron un borrador de contrato. La carrera televisiva de César Miguel incluye éxitos dramáticos como Ligia Elena (1982), Nacho (1983), Las amazonas (1985), El sol sale para todos (1986), Niña bonita (1988) y, entre otros, Ka Ina (1995).
Las trampas del exilio
A finales de 1989, César Miguel comenzó un programa de radio matutino en el Circuito Unión Radio. Desde entonces, se ha consolidado como una de las voces más reconocidas y respetadas del espectro radial venezolano. Desde esa cabina, César ha sido testigo de excepción de la historia contemporánea de Venezuela. Gran parte de la vida política, intelectual, económica, cultural y deportiva del país ha pasado alguna vez por el estudio de César, para compartir con él una conversación amena, dinámica y formativa sobre las virtudes de la ciudadanía y los horizontes del país.
Entre todas estas vivencias, César recuerda con resquemor los sucesos de febrero de 1992. Días después del golpe de Estado, llegaron las fiestas de carnaval. Desde la ventana de su carro, camino del estudio, César Miguel miró a su alrededor y tuvo un estremecimiento, un doloroso deja vù. Los niños de Caracas estaban disfrazados de soldados, con fusiles y boinas rojas. Los padres celebraban la gracia, porque para muchas personas lo que había ocurrido el último cuatro de febrero había sido una fiesta. La reminiscencia lo llevó a las calles de Propatria, a su primer carnaval en Venezuela, cuando todavía conservaba el acento de las películas de Cantinflas. El disfraz más popular de 1959 era parecido al que contempló absorto, treinta y tres años después en las calles de Caracas: un conjunto de franelas camufladas, barbas postizas, fusiles de guerra y bandanas a favor de la guerra y la Revolución.
En 2017, en cadena de radio y televisión, el presidente Nicolás Maduro Moros acusó a César de incitación al odio. Ante su equipo de gobierno, sugirió la inminencia de su encarcelamiento. La salida por Maiquetía fue atroz. Los funcionarios del aeropuerto retuvieron su pasaporte. Su esposa y sus hijas fueron objeto de escarnio. «No soy un criminal. Yo no quería salir por una trocha o una frontera clandestina. Si tenía que salir de Venezuela, quería hacerlo como un ciudadano normal», afirma enérgico. Cuando César logró viajar, luego de extenuantes y variopintas gestiones, solo llevaba un carry-on con dos mudas de ropa y un escapulario que le había regalado su mamá, Roselena Tejeda, para protegerlo de los malos espíritus. Todo su trabajo se quedó en Caracas.
Cinco años han transcurrido desde entonces. De alguna forma, Venezuela permanece en el horizonte de Miami. César la mira con frecuencia, consciente de la lejanía. «Yo no soy un migrante, soy un exiliado, porque a mí me obligaron a salir de mi país. Yo no quería irme», confiesa entristecido e indignado. La radio sigue siendo su principal oficio. Los tertulianos lo acompañan por Zoom y por las redes sociales. Las evocaciones de Caracas lo persiguen a diario. El olor de los cachitos de la panadería La Flor de Altamira atraviesa el Caribe. «Lo reconozco en las mañanas», dice convencido. Las urbanizaciones se parecen. No tienen nada en común, pero es fácil llegar a La Floresta desde Coral Gables y luego seguir a La Florida, a la otra Florida. En las mañanas, si se presta suficiente atención, se escucha a lo lejos el escándalo de las guacamayas, solo hay que saber lidiar con el silencio, «pero eso es fácil, eso sé hacerlo desde niño, porque, como decía mi papá, cuando se oye música, no se habla».
Eduardo Sánchez Rugeles
Eduardo Sánchez Rugeles (Caracas, 1977) | Escritor venezolano residenciado en Madrid, autor de las novelas Blue Label/ Etiqueta Azul (2010), Transilvania, unplugged (2011), Liubliana (2012), Jezabel (2013), Julián (2014) y El síndrome de Lisboa (2020). Coguionista de los filmes Dirección opuesta (Bellame, 2020), Jezabel (Jabes, 2020), Las consecuencias (Pinto Emperador,2020), Liubliana (Palma, en preproducción) y Nos preocupas, Ousmane (David Muñoz, en preproducción). Ganador del premio Iberoamericano de Novela Arturo Uslar Pietri, del certamen Internacional de Literatura, Letras del Bicentenario, Sor Juana Inés de la Cruz y premio de la Crítica de Venezuela.