La tierra se abría
La tierra se abría y salían raíces, piedras, pedazos de madera que habían dormido por años. Salían la tierra seca y la tierra húmeda, salían los bichos, las piedras chicas y las piedras grandes. Los hombres cavaban y nosotras temblábamos escondidas entre los árboles, arriba, allá, en la montaña. Los campos se llenaban de agujeros, ahí, allá, ya nos habían contado y algunos no creían hasta que fue acá. Los llevaron ahí, donde ustedes abrieron primero y les gritaron que hicieran hoyos grandes como los que ustedes hacen y ahí pasó el terror, ahí pasaron los golpes, los insultos, el machete levantado, ahí la sangre, el llanto, el fuego. Yo corrí, corrí con los niños, golpeando los pies contra la tierra, escondiéndonos entre las gotas de lluvia que caían gordas como lágrimas. Corrimos y solo oíamos el paso de otros que se metían entre los árboles. Corrimos y yo pensé que no pararíamos nunca, hasta que mi niño chiquito se quedó parado. Allá, por donde están esos árboles se quedó, quieto, como los santos de la iglesia, quieto y con los ojos fijos, fijos en las casas que gritaban, que se volvían anaranjadas, rojas, amarillas. Lloraba, los pies dolían y a mí el corazón se me salía por la boca. Otros pasaban cerquita pero no nos venían por el espanto, como si los ojos abiertos, totalmente abiertos, redondos, no vieran más que el camino no marcado que todos conocíamos hacia la montaña. Yo trataba de jalar a mi niño pero no podía, los pies se le habían vuelto de piedra, de piedra y raíces. Estaba como perdido con los ojos puestos abajo y yo tenía miedo. No podía cargarlo y no, no era porque llevara la niña al pecho, sino porque él tenía los pies de piedra y los ojos fijos, fijos acá, en el pueblo, en las casas que ya no existen. Yo tenía miedo porque ahí parados en medio de los árboles podían darse cuenta de que habíamos huido y algunos de los que pasaban cerca me decían movete, corré, nos estás poniendo en peligro, pero él no se movía, alguien pasó diciéndome dejalo ahí, que se convierta en piedra, si vienen por nosotros va a ser tu culpa y trató de empujarme pero la niña y yo también nos habíamos convertido en piedra y mirábamos hacia abajo y yo le pedía a mi bisabuela que nadie nos viera, que tomáramos forma de árbol hasta que mi niño se moviera. Los otros seguían pasando pero ya nadie nos dijo nada. Éramos árboles y ahí nos quedamos un buen rato hasta que el humo subió y se vino con nosotros, se nos metió en los pulmones y mi niño dijo, vamos, papá ya duerme sin dormir, no es humo, no viene, espera.