La mujer de Midas
La mujer del rey Midas no solo debe ser buena, tiene también que estarlo, es lo mínimo que se le pide a la esposa de un hombre que todo lo que toca lo convierte en oro. Aunque a la vez es pedirle mucho. Es muy difícil mantenerse en forma nadando en las aguas de la abundancia. Todos los manjares del mundo están a la disposición, sin límite; en cambio, no hay tratamiento que conserve hermosa y flaca a una persona, aunque tenga todo el oro del mundo.
No era justo, y así terminó por entenderlo el genio o el dios que le concedió a Midas su deseo. Presionado por las feministas para actualizar los cuentos y hacer nuevas versiones, decidió compensar a la mujer.
Un buen día se le apareció a la reina (que ya rondaba los cincuenta) y lo mismo: pídeme lo que quieras. La reina se puso eufórica, ni se paró a pensar qué había hecho ella para merecer aquel premio. No lo dudó ni un cronón. «Quiero comer sin engordar». «Piensa bien lo que me pides, mujer», le advirtió el genio con voz ronca, como lo hiciera con el rey. Ella, para asegurarse de no meter la pata como el burro de su marido, explicó la letra menuda de su deseo: «Quiero que cuanto más coma más adelgace, ¿me explico?, que para adelgazar lo que tenga que hacer sea comer».
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«Concedido», dijo el genio y se marchó, pensando que, si los cuentos infantiles hubieran estado desde siempre protagonizados por mujeres, serían más complejos, más trufados de paradojas, dobles sentidos. Quizás más sabios.
No hay necesidad de explicar la felicidad de la reina, al menos no a una mujer madura. El primer día, hundió la cara entera en un queque de caramelo y moka, se lo zampó a mordiscos de perra, con el doble placer de saber que estaba adelgazando en la misma medida en que habría engordado antes. Pasteles, pato a la naranja, cerdo agridulce, nachos, guacamole, paella, café con leche condensada, vino, salmón, pizza con tocineta, Nutella a cucharadas, Coca-Cola normal, con todos sus azúcares. Dios, ¡qué agradecimiento con la vida! En los primeros quince días quedó como si llevara otros tantos de ayuno. Hasta la edad se disimulaba con la delgadez, sobre todo conseguida así, con placer, y no como sus amigas que hacían dietas y se les quedaba cara de momias en ayunas.
Sucedió que una mañana, por factores imponderables, no sintió hambre. ¿Qué sería?, ¿la tenue brisa que entraba por la ventana, el trinar de unos gorrioncillos, el dulce cantar de la fuente nueva (había habido que cambiarla después de que el rey dejara la anterior petrificada)? ¿Qué de todo en aquella bucólica mañana?…