Correspondencias

DarkCalamari RedRavens

Querida Bianca:

Es incomprensible el tiempo que dejo pasar entre una carta y otra, sobre todo porque me acuerdo mucho de ti. Tal vez no había escrito debido a mi insistencia en negar que ahora estamos muy lejos y que es necesaria una forma de comunicación distinta, que ya no nos vamos a encontrar de vez en cuando en la Rufia y que habrá que hacer uso de la correspondencia, los mensajes y el Skype. De cualquier manera, no me explico que el último correo sea de hace más de un año, pero qué te puedo decir, han pasado tantas cosas (¿existe alguna carta que no insinúe esto o lo contrario en una frase a modo de introducción?). Lo digo en serio, aunque no como excusa. Creo que para darme a entender, debería empezar por la visita de un ratón (o varios, es difícil saberlo porque todos tienen el mismo cuerpo esponjoso y son todos del mismo gris pardo). 

La primera vez, lo vi yo. Estaba leyendo en el cuarto (yo, no el ratón) cuando vi de reojo algo que se movía en círculos en un segundo plano, entre mi libro y la puerta. Por un segundo, antes de apartar el libro para ver con mayor claridad, pensé: «ya sucedió, estoy viendo cosas», luego ajusté la mirada para enfocar aquel ovillo plomizo autopropulsado y entonces llegó una interpretación más atinada. Para cuando conseguí decir «un ratón», el susodicho ya se había colado hacia el clóset y probablemente se reponía de la carrera fumando pipa en pantuflas en alguna habitación creada al interior de los muros. Como Adrián no había alcanzado a verlo, creía que yo estaba alucinando y bromeaba con que quería cazarlo. Entre las risas que me arrancaba su pantomima burlesca y la disminuida molestia que me causaba no ser tomada en serio, vi que el ratón aprovechaba la distracción para huir del clóset y escurrirse por un agujero entre la pared y el piso del baño. Esa vez, alcancé a señalarlo a tiempo y Adrián no pudo negar la existencia de aquel intruso. 

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Llamamos a Vincent, el conserje, que instaló unas trampas (de esas horribles jaulas en las que los ratones se quedan pegados, sufren y chillan sin control) y Adrián, ya sin mucho ánimo para bromas y más bien asustado, aplicó una espuma expansiva en algunos agujeros para tratar de bloquearle la entrada al roedor. Es raro procesar, a esta edad, tantas enseñanzas acerca de la vida cotidiana. Quiero decir, de chica aprendí que si me sentía mareada, había que mirar de inmediato al techo para descartar que estuviera temblando, y si la lámpara se mantenía inmóvil, todo estaba en orden; de lo contrario, había que alertar al resto y bajar por las escaleras al punto de seguridad que habíamos establecido con anterioridad. Aprendí también que un dolor incomprensible en la parte baja del abdomen no era indigestión, sino un aviso del inicio del ciclo menstrual, y que si el dolor era insoportable, lo más efectivo era cubrirme el útero con una toalla y pasar una plancha caliente por la zona con cuidado de no quemarme la piel. Desde que nos mudamos no he dejado de aprender estrategias, que aquí son elementales, para vivir de manera más armónica con el entorno. Lo primero fue entender que el impulso inicial de combatir el frío con exceso de calor es insostenible y que, contra el invierno, lo único que se puede hacer es asumir de antemano la derrota. En el transcurso he aprendido a vestirme con capas, a darme baños de agua fría de vez en cuando para ajustar el termostato interno y, por supuesto, a no hacerme la invencible y quedarme en casa siempre que hacen menos de veinte grados de sensación térmica. Pues bien, en cuanto a los ratones, resulta que unos arroces negros en el piso no son tal cosa, sino caca de roedor, y que todo hoyo o grieta en la pared o en el piso es, para ellos, un irresistible vestíbulo que promete una acojedora morada.

Las primeras medidas adoptadas resultaron irrisorias; la noche siguiente volvimos a ver al ratón (el mismo u otro) deslizarse por debajo de la puerta del cuarto hacia la pared opuesta y escabullirse entre la espuma que Adrián había puesto en un agujero y el zócalo del piso, que al parecer no había sido sellado del todo. La verdad, prefería eso a que cayera en alguna de las trampas que Vincent había instalado porque no hubiera podido con el ratoncito chillando de dolor, y la opción que nos dio, de ahogarlo en una cubeta de agua para no escucharlo, despertó en mí un temor al infierno que me advirtió de la existencia de una veta católica escondida en lo más recóndito de mi supuesto agnosticismo. Además, ahora estoy convencida de que las plagas aparecen cuando algo está podrido en el entorno y que su dimensión es proporcional a la gravedad de la infección. Me refiero a una infección orgánica, sí (bacterias, hongos, larvas y sus potenciales depredadores), pero sobre todo emocional, en cuyo caso, el proceso de limpieza es mucho más complicado y los ratones parecen, en comparación, un mal menor. Formulé la teoría hace poco, pero esto sucede desde hace tiempo sin que yo fuera capaz de advertirlo.

¿Te acuerdas de Pablo?, ¿el diseñador que trabajaba conmigo en la revista de viajes? Creo que esa fue la primera vez que estuve ante el fenómeno, aunque entonces ni siquiera me tomé el tiempo de asociar una cosa con otra. Yo acababa de irme a vivir sola. Era la primera vez que iba a vivir sin compartir departamento, pero la relación con Pablo se volvió tan intensa que ni siquiera me tomé el tiempo para instalarme. Los días favorables, me sentía la persona más amada del mundo; los malos, tenía la impresión de estar enterrada bajo metros y metros de guano, no había lugar para ánimos intermedios y mucho menos para desempacar mis cosas. A pesar de semejantes fluctuaciones en el tono de la relación, cuando la revista quebró y nos quedamos sin trabajo fijo, decidimos que viviríamos juntos, así pagaríamos una sola renta, dividiríamos gastos, ahorraríamos en transporte, ¿qué podía salir mal? …

Ana Negri

Ana Negri (Ciudad de México, 1983). Es escritora, editora y doctora en Estudios Hispánicos. Ha colaborado con ensayos, crónicas y relatos en publicaciones como Oculta Lit, La Tempestad, Latin American Literature Today, Revista de la Universidad de México y Reporte Sexto Piso, entre otras. Los eufemismos es su primera novela, publicada en Chile (Los Libros de la Mujer Rota) en 2020, en México (Ediciones Antílope) en 2021 y recientemente en España (Firmamento); ha sido traducida al francés (Éditions Globe) y en 2023 se publicará su traducción al inglés (Charco Press).

https://twitter.com/unanamas
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