No somos nuestros padres
Vamos hacia el oeste
vestidos con camisas de trigo.
Llevamos el río envuelto en blanco hule:
tú de las orillas, yo del caudal.
A la hora de la siesta,
una brisa sacude nuestras pestañas
y al despertar de la caricia
veo tu cara,
más pequeña que la mía,
ocultarse en la madriguera
formada por mis piernas.
Nuestros padres ya se habrían herido,
lamerían la sangre que brota
de las palmas de sus manos
para acallar cada eco oscuro.
Vienen a buscarnos.
Sus pasos resuenan como fusiles
entre las montañas
y dejamos atrás la luz del atardecer.
Huimos de sombra en sombra
ocultándonos del camino delator:
nuestra desnudez
es la única señal comprensible.
Otras nubes cruzan tu mirada
y anuncian el fin de la estación.
Tiramos de ambos extremos del río hasta partirlo:
la espuma está seca.
Por suerte, no somos nuestros padres,
pero al final de este verano moribundo
tampoco seremos.