A mi manera y en defensa propia

Es difícil resumir en pocas palabras el conjunto de aptitudes y oficios de Erika de la Vega. Wikipedia presenta una síntesis incompleta de algunas de sus virtudes: actriz, locutora, comediante, presentadora, modelo, productora. En esta VueltaEnU, ofrecemos un recorrido desde sus primeros años en Caracas, en las aulas del colegio Jefferson, hasta su establecimiento en la ciudad de Miami, a través de una carrera llena de sobresaltos, éxitos, mudanzas e interesantes puntos de giro.

Una decisión difícil

Una parte de ella no quería estar ahí. Tenía la impresión de que hacía lo correcto, pero el conjunto de vivencias de los últimos años la hacía sentir incómoda y fuera de lugar. La multitud enardecida gritaba consignas libertarias, empeñada en la construcción  de un camino accidentado y fallido. Cuando los altavoces anunciaron su nombre fue recibida con vítores. Ocurrió en la Plaza Caracas, en junio de 2012, cuando Henrique Capriles Radonski optó a la presidencia de la república. Los organizadores de la campaña la invitaron a presentarlo. Erika tardó en aceptar la propuesta. Se tomó su tiempo para tomar una decisión. En aquel tiempo, no estaba afincada en Venezuela; su carrera como presentadora internacional comenzaba a consolidarse. La relación sentimental con Henrique había terminado en buenos términos, pero la idea de un acercamiento público, en las arenas movedizas de la política, le generó dudas y reticencias. Muchas cosas habían cambiado en su entorno. Tenía pareja, era madre. Las idas y vueltas a Caracas la habían convertido en una errante. Creía con firmeza en todo lo que representaba la candidatura de Henrique, pero el costo emocional de aquella aparición pública era demasiado turbio e invasivo. El primer impulso fue decir que no. Las palabras de su esposo, Jesús Torres, aliviaron su aturdimiento y la llevaron a la tarima: «Esto no se trata de ti, Erika; tampoco se trata de Henrique, se trata del destino de nuestro país».   

La cubanita del Jefferson

Las familias de la Vega y Quesada se conocieron en Caracas, pero eran parte del exilio cubano. El lenguaje, la jerga, la gastronomía y las costumbres domésticas conservaban intactas las formas de vida habanera. La generación de los abuelos compuso el soundtrack festivo de la casa. El hogar de La Vega tenía el aroma del son, el bolero y la guaracha. El abuelo Víctor Rafael Quesada, el Cabito Quesada, fue un célebre clarinetista del club Tropicana, acompañante de las más prestigiosas orquestas de la época. Otro de sus tíos había sido saxofonista de la orquesta Billo’s Caracas Boys. El espacio familiar era una fiesta en la que ocurrían muchas cosas distintas a las que Erika tenía que vivir en la escuela.

El Jefferson era un colegio laico y bilingüe. A mediados de los años ochenta, las instalaciones eran pequeñas. La convivencia escolar fue rara y abrasiva, porque Erika era diferente. Había algo extraño en su manera de hablar. Una parte de su vocabulario taíno era incomprendido por sus compañeros de clase. Los «cordones» eran «trenzas», los «percheros» eran «ganchos». El lenguaje cotidiano de su casa tenía otros significados, otra musicalidad y otra estructura. Estas incertidumbres reforzaron su timidez y su carácter reservado.

El principal referente de aquellos años era su hermana Karla. Erika la imitaba en todo lo que hacía. Todas las iniciativas de Karla eran calcadas y llevadas al límite. La participación en las voces blancas y en el coro del colegio fueron parte de aquel acompañamiento. A la pequeña Erika le interesaba el medio artístico, la música y la televisión, pero no sabía muy bien cómo abordarlo. Le gustaba tocar guitarra, pero su prioridad infantil, su mayor afición, era el deporte. Durante mucho tiempo, Erika fue una tenista virtuosa.

Publicidad

Una tenista prodigiosa

El tenis fue el mayor compromiso de su adolescencia. Erika tenía aptitudes, talento y disciplina para desarrollar una carrera de élite. En un par de años, acumuló medallas y participó en varios campeonatos locales, pero una grave lesión la apartó de las pistas. Durante un tour de quinceañeras por Europa sufrió una caída aparatosa. Resbaló desde la cima de una montaña. La protegió la nieve, pero se hizo daño. El primer diagnóstico menospreció los hematomas. Erika pasó el resto del viaje adolorida e incómoda, con un malestar constante al respirar y desplazarse. Cuando regresó a Caracas supo que tenía tres vértebras fracturadas y que, durante las semanas posteriores al impacto, corrió el riesgo de haber comprometido sus funciones motoras.

Una de las consecuencias del trauma fue el uso de un aparatoso corsé de aluminio con el que tuvo que asistir a sus últimos años de colegio y a las fiestas de fin de curso. Erika tenía el aspecto de un robot. No podía moverse. Poco a poco, pudo recuperar su vida social e integrarse a las celebraciones colegiales, pero no pudo volver a jugar tenis.

Erika amaba el deporte. El adiós a las raquetas fue una desilusión enorme. Y la tristeza alzó la voz, dijo presente, en un momento en el que coincidieron varias incertidumbres. El bachillerato terminó. Quería estudiar Comunicación Social, pero su promedio era insuficiente. Reencontró la guitarra, esbozó algunos acordes y comenzó a cantar los himnos de la Trova Cubana. Cuando la familia De La Vega Quesada escuchó a la niña de la casa cantar a viva voz «La canción del elegido» y «La era está pariendo un corazón», abuelos, padres y tíos estuvieron a punto de inmolarse. Las canciones de Silvio Rodríguez lograban estremecerla hasta lo más hondo por lo que ninguna arenga familiar podía hacerle entender el trasfondo trágico de aquellos versos. La posibilidad de que el viajero estelar que mataba canallas con su cañón de futuro le hubiera hecho daño a muchos de sus seres queridos era una idea que su fervor juvenil no aceptaba ni comprendía.

Franco de Vita fue una mejor alternativa y un compañero cercano en un momento álgido. «Un buen perdedor» fue parte del score de la separación de sus padres. Erika la cantaba encerrada en su cuarto mientras en las habitaciones contiguas ocurrían los alejamientos y los roces. También fue testigo de la tristeza de su mamá y aquella experiencia dejó una huella indeleble en su educación sentimental. «Y entonces me compré una guitarra eléctrica», comenta entusiasta. «Vi el anuncio en El Negocio Redondo y la compré sin pensarlo. Porque yo quería tener mi propia banda de rock». El entusiasmo le duró poco. Erika estaba sola en su empeño. No tenía bajista, ni baterista, ni nadie que la acompañara en los teclados o en las segundas voces. La euforia musical cesó y el orden del mundo la llevó a estudiar Publicidad en el  Instituto Universitario Nuevas Profesiones.

El monstruo de la mañana

La carrera de Publicidad le permitió hacer contactos y tener experiencias laborales novedosas, pero en el fondo le resultó aburrida. La labor de los ejecutivos de cuentas le parecía un calvario. Erika hizo varias pasantías en distintas agencias, comenzó a participar en comerciales. Hizo cuñas para Gatorade, Pantene y Tío Rico, entre otras empresas. También participó en varios castings para programas de televisión. El club Disney y una versión teen del Club de los tigritos (nunca emitida)  fueron algunas de las propuestas que tuvo sobre la mesa. El curso de locución en la UCV le abrió nuevos horizontes profesionales y en ese tránsito conoció a un joven cantante, exintegrante del grupo Los Chamos, que comenzaba a despuntar en las emisoras locales con versiones rockeras del cancionero popular.

El noviazgo con Carlos Baute, en el momento más efervescentes de su carrera como solista, le permitió a Erika acercarse a la maquinaria de los medios, conocer los engranajes de la industria musical y discográfica: las personalidades, los enlaces, las competencias, las envidias y los captadores de talento.

Erika nunca había oído hablar del programa radial El monstruo de la mañana, porque ella era aficionada al Manicomio que se transmitía por el circuito X. Cuando la invitaron a hacer una prueba comenzó a escucharlos. Rápidamente conectó con su desparpajo. El equipo buscaba un reemplazo para locutora titular, Ana María Simons (en aquella época Simons). Erika participó en el casting, pero no fue seleccionada. Meses más tarde volvieron a contactarla y decidieron darle una oportunidad.

Los primeros días fueron los más difíciles. Se sintió nerviosa e insegura. El carácter jovial y abrasivo de su compañero, Luis Chataing, la intimidaba por completo.  «A las tres semanas me iban a botar», confiesa convencida. «Me costó mucho conectar con Luis, con el equipo de producción, con los técnicos. Ellos se conocían bien, eran amigos, tenían su propio ecosistema, sus chistes internos y cuando yo llegué fue muy difícil sintonizar. Mis comentarios no los hacían reír. Cada vez que decía algo se veían a la cara confundidos, como preguntándose quién era yo y qué hacía ahí».

Erika sabía que tenía los días contados en El monstruo. Sin embargo, una semana antes de su despido ocurrió un imprevisto. Perdió los nervios, se dejó llevar e improvisó un chiste. El equipo de cabina estalló en una sonora carcajada. «Vamos a darle quince días, creo que tiene madera», apostó Chataing. La prórroga se extendió. Poco a poco, Erika logró conectar con el equipo y con el público. Un mes después era parte del clan. Tres años más tarde se había consolidado como una de las voces juveniles más reconocidas y queridas de la Caracas de fin de siglo.

Anuncio

Una incursión en la política

El éxito en la radio, la complicidad con Luis, los llevó a la televisión. Así apareció Ni tan tarde, un programa sin filtros, disruptivo, en el que entrevistaban a personalidades de distintos perfiles. Los políticos eran visitantes asiduos. Las entrevistas eran poco convencionales, rayando en el absurdo. Algunos de los visitantes del espacio fueron Teodoro Petkoff, Jorge Olavarría (a quien Erika le preguntó qué le gustaba desayunar) y, entre otros, el presidente de la Cámara de Diputados más joven en la historia del país, Henrique Capriles Radonski. El enamoramiento ocurrió en el set. El impacto mediático del romance fue inmenso, por lo que las revistas del corazón (y los productores de las Hojillas) los eligieron como una de las parejas más populares de la época.

Los sucesos de abril 2002 llevaron a Henrique a la cárcel. Abril de 2002 fue uno de los episodios más rocambolescos de la historia contemporánea de Venezuela. Tras el fracaso del golpe, vino un tiempo de caos y persecuciones sin tregua. La Revolución se radicalizó. Y sin proponérselo, de manera accidental, Erika se convirtió en la principal vocera de una causa libertaria. Las circunstancias la sacaron de la cabina de radio, del set de la televisión y la obligaron a fijar posición en un momento de polarización política extrema. La popularidad de Erika perdió su talante festivo y lúdico. Sus intervenciones públicas eran revisadas con lupa por aficionados y detractores. Otro asunto llamó su atención. Al salir de la radio, camionetas negras, sin placas, comenzaron a asediarla. El presidio de Henrique duró alrededor de seis meses. Fue una experiencia dura, vejatoria y difícil de vivir.

La complejidad de las búsquedas personales, la exigencia emocional del trabajo de ambos y los compromisos profesionales hicieron mella en una relación que tuvo muchos altibajos, idas y vueltas, encuentros y reencuentros. La posibilidad de hacer el programa Latin American Idol en Argentina la permitió a Erika salir del país y someter el corazón a una justa dosis de reposo, reinvención y alejamiento.

Publicidad

¿Te gusta leer? Con el programa Toda Casapaís obtendrás los cuatro números de la revista en la puerta de tu casa a un precio especial. Enviamos a todo el mundo. Toca la imagen para ir a la tienda.


Erika TipoAdultaContemporánea

Argentina le permitió reencontrarse en todos los sentidos. El sueño de tener una experiencia profesional fuera del país se concretó y reforzó su prestigio continental. Conoció a Jesús Torres en Sony. «Y cuando me dijo: ¿quieres ser novi… Ya estaba embarazada. Porque yo soy así, Rugeles. No me preguntes por qué. Yo siempre he hecho las cosas a mi manera y, además, el orden de los factores no altera el producto», describe con su estilo desenfadado e inimitable.

El regreso a Venezuela la llevó a los estudios de Onda, donde compartió cabina con Ana María Simón (ahora Simón) en Un mundo perfecto. ErikaTipo11 fue otra exitosa experiencia televisiva. Durante dos años, fue la anfitriona de la gala del Miss Venezuela. Muchas cosas habían cambiado en el país. No fue fácil para ella caer en cuenta de que había perdido su condición de ídolo juvenil. Erika era una mujer adulta, con otro público, con otro target, al que debía dirigirse con un discurso diferente. Asimilar el paso del tiempo, en un país en permanente conflicto, fue una de las tareas que desarrolló durante esa etapa cargada de trabajo, compromisos, emprendimientos y desengaños.

El panorama laboral era crítico. Los anunciantes escaseaban. Los recursos de la radio y la televisión eran cada vez más limitados (y vigilados). Cuando Henrique Capriles Radonski optó a la presidencia de la república los promotores de la campaña la invitaron a presentarlo en la plaza Caracas. Dudó, pero lo hizo. Fue un momento de comunión con la gente, con la calle enardecida, con la esperanza de una generación exhausta, aturdida por los excesos del militarismo.

La derrota electoral fue un golpe devastador. La moral civil se deshizo. La idea de permanecer en Venezuela se hizo más cuesta arriba. En ese tiempo, Jesús tuvo una oferta de trabajo en Estados Unidos por lo que decidieron mudarse a Miami. Y Miami no fue fácil. La mudanza acumuló desamparos y tristezas. La sonrisa nunca desapareció de su rostro, pero la vida cotidiana se convirtió en un estremecedor aturdimiento.

Un nuevo comienzo

«Al llegar a Miami caí en un hueco. Comencé a preguntarme quién era y lo que quería hacer con mi vida, porque a mí me definían la radio y la televisión. La relación con el público era mi razón de ser. Pero en Estados Unidos las cosas se hacían de otra manera. Existían otros referentes, otras maneras de entender el oficio, otros códigos, otro público. Y comencé a tener síntomas de depresión, pero no me di cuenta, porque me refugié en la comedia, en el Stand-Up y, sobre todo, en Jesús y en mi hijo, Matías».

«En aquel momento, Jesús me cambió la vida. Me ayudó a decir lo que quería decir de la mejor manera, a encontrar mi camino, pero lo hizo de una manera práctica, no en plan inspiracional o siguiendo el índice de un libro de autoayuda». Erika comenzó a ver su carrera desde otro lugar, a optimizar sus aptitudes. Además, empezó a escribir. Las editoriales de la página ErikaTipoWeb le generaron un leal y comprometido público lector, siempre atento a explorar la diversidad de sus facetas.

En Miami tuvo experiencias televisivas exitosas (El show de Erika, Yo soy el artista). Nunca abandonó la comedia. La práctica del Stand-Up fue la salida más idónea que Erika encontró para lidiar con sus demonios, miedos e inseguridades. El combate entre la risa y la tristeza estaba abierto. La melancolía tenía el cartel de favorita, pero la resiliencia le ganó la partida. Durante ese dilema recibió la propuesta de Michel Hausmann para protagonizar una versión de la obra teatral «Puras cosas maravillosas», una pieza dramática original de Duncan Macmillan y John Donahoe. Erika nunca había hecho teatro, más allá de algunos cursos juveniles en el colegio Jefferson. La confianza en Michel le permitió entregarse de lleno al proyecto. La obra cuenta la historia de una mujer que, a lo largo de su vida, sufre las consecuencias de la depresión de su mamá. La ejecución de esta pieza tiene exigencias emocionales extremas. La materia prima del argumento es dolorosa y trágica. «Con esa obra, Rugeles, me di cuenta de que yo no estaba bien, porque lloré muchísimo en el escenario y no lloré porque fuera una actriz extraordinaria. Lloré porque el tema de la obra me removió muchas cosas. No lo sabía, pero estaba rota».

Al terminar el montaje, Erika comenzó a asistir a terapia. «Lo necesitaba, estaba perdida, dispersa y menos mal que lo hice, porque gracias a esa experiencia logré encontrarme a mí misma. Esa búsqueda interior me permitió darle forma a uno de los proyectos más bonitos en los que he trabajado hasta ahora y con el que he conocido mujeres maravillosas, mi podcast En defensa propia».

La terapia le permitió hacer balance, reconocer los aprendizajes de su recorrido vital. La mirada sobre el pasado es contemplativa y tranquila. No hay nostalgia sobre las cosas perdidas, porque el concepto de pérdida también cambió. Las añoranzas tienen otro formato. Persisten, pero no hacen daño. Matías es un adolescente, se ha convertido en su amigo más cercano. Cada pequeño paso, cada tropiezo, cada logro y cada dolor conforman la serenidad del presente, sin grandes aturdimientos.

La niña tímida del colegio Jefferson la saluda desde la distancia, sosteniendo entre sus manos unos cordones a los que sus nuevos amigos les dicen trenzas. El ensueño levanta una raqueta, consigue un match-point antes de resbalar por el borde de un acantilado europeo. Los compañeros de oficio en la radio y la televisión acompañan su remembranza. No hubiera podido lograrlo sin ellos; los recuerda, los tiene presentes. La memoria, hacinada en un carro, abandona la sede de RCTV por la puerta trasera, rodeada de motorizados iracundos que celebran el cierre del canal. Claro que sé perder, conspira el viejo Franco, mientras los acordes de «La era está pariendo un corazón» denuncian la hipocresía y la fragilidad la belleza. Con una sonrisa vaga recuerda que, alguna vez, aspiró al rango de primera dama. «Pero la melancolía no me interesa, Rugeles. He cambiado mucho. Creo que he reinventado mi punto de vista y me siento cómoda con él.  No le tengo miedo al cambio. Alguna vez lo tuve y mucho. Ya no me juzgo con tanta severidad y tampoco juzgo a los demás. Tengo plena confianza en la escritura de mi storytelling y, sin daños a terceros, creo que lo estoy haciendo bien».

 

Eduardo Sánchez Rugeles

Eduardo Sánchez Rugeles (Caracas, 1977) | Escritor venezolano residenciado en Madrid, autor de las novelas Blue Label/ Etiqueta Azul (2010), Transilvania, unplugged (2011), Liubliana (2012), Jezabel (2013), Julián (2014) y El síndrome de Lisboa (2020). Coguionista de los filmes Dirección opuesta (Bellame, 2020), Jezabel (Jabes, 2020), Las consecuencias (Pinto Emperador,2020), Liubliana (Palma, en preproducción) y Nos preocupas, Ousmane (David Muñoz, en preproducción). Ganador del premio Iberoamericano de Novela Arturo Uslar Pietri, del certamen Internacional de Literatura, Letras del Bicentenario, Sor Juana Inés de la Cruz y premio de la Crítica de Venezuela.