Poesía de Carla Aparicio Gallardo
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Juego con el filo de las faldas entre mis dedos y, sin romper la concentración, sin quitar la vista del punto de unión, doy pasos hacia atrás; contemplo el canto de la enagua que sostuve en mano; los hilos que cosían mi piel, que sangra. Pero qué moisés, qué cuna colmada de nacimientos enfermos; es fácil ver en sus bordes la seña de la enfermedad, la casi transparencia de su contextura, el sol que rompe la clavícula verdosa, manicurada. Hace falta saber mirar, pero hay una estructura de hierro blanquísimo y frío sosteniendo la espesura que ahora abre su boca y susurra un nombre que pudo pertenecerme. Un envés lleno de esporas, ansioso de eternidad, subsistencia, huida. Con mis dedos escondo las esferas entre los pliegues de mi mano sudorosa, campo propicio, abono de tembleques
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Una llave ensancha las caderas, es de óxido; ellas son de cascajo y reuma; la llave gira el espinazo hacia en frente, lo acuenca; el pecho es una totuma enclenque que aloja el sereno y la fruta. Pero es todo tan visible, tan terrible transparencia; qué hacer: clausurar las paredes, cavar un pozo alrededor del hogar, someterse al verde habla seca; las caderas se ensancharon, el vientre es un mausoleo ayedrado, la cepa perforó el aire de un alarido y susurros florean en la veranera que viene trepando la loma: esa ya. Y todos asienten: esa ya. Y no hay vuelta, porque las alas nada que brotan de la joroba, qué hacer. Hoy el dengue deambula el pozo como un silbo, como una bandera
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