A los diez años
Hemos vertido los días en ritual de amarillos,
soliloquios, habitaciones enteras, la imaginación
ya en el astro enrielado montado al aire.
Pan de mesa, de ojos, unas tardes desenterradas
desde la memoria fragmentada, mi enternecido pedazo de lengua,
así sueño más que otra cosa.
De niña en huelga me escondía bajo la cama. Los cuartos
eran rituales. Sembramos el cosmos en la casa de mi abuela
que dormía, mientras tirábamos de los hilos
amarrados a los dientes, y eran cometas postizos.