Madrugada I
Dejar correr el mismo disco de siempre
que se vaya entero
pero en desorden y hacia el borde
de la madrugada
donde las cosas nunca existen menos
dejarlo de escuchar
abstraerse en el documento
llevar las rabias a la cama con las brisas en blanco
mirar al techo
pasar el día así, la tarde clavada en una hoja seca, la noche
muerta en un cigarro tieso, divagando
ocioso por las ventanas flotantes del cuarto
llamar a alguien por teléfono
evadir de nuevo a la Soledad (o Silencio)
hasta que se agote la fuente y todo se apague
inmolarse por otra bala al suelo
darse tanto hasta el punto del desnudo
un brindis frustrante porque
«maldita sea, volví a perder el tiempo»
y ahora hay que lavar la piel
curar la costra sin sangre que motive,
calentar agua hasta que hierva
esperar hasta que enfríe, volver a calentarla
y no bañarse
mirar de lejos cómo se van las horas
se siguen yendo con la sed y con el hambre
vuelan inseguras de sí mismas, sin autoestima
por callejones claros en desquicio
abrir los ojos, todavía mirando al techo
pero sin ganas y hasta cansado de empezar por el principio
irritarse casi con cualquier estímulo
tan fácilmente débil como para tumbar
mínimas expectativas de mañanas caídas
bajo una oración
darse cuenta de que la cara envejecerá
enterrada
y entonces emular al mejor autorretrato,
fingir transparencia
para librarse de pesadumbres invisibles
que destruyen y culminan mares,
perforan arenas vanas, quiebran muros
erigidos sobre desidias regadas
y terminar así con la madrugada
resignarse a los pasajes del encierro
sucumbir entre cumbres volátiles en danzas
de un imaginario ajeno,
perder también la fe
y dormir en un alud profundo
pasar largas temporadas en cautiverio
largos insomnios sin amigos
mendigando en la palabra,
colgarse de cabeza por la boca del alba
postergar otro poema, un posible cuento
perder un verso, la voluntad decayendo con gentileza
y padecer de la mejor flojera,
ya ni con la energía para ver una película de Tarkovski
ni pausarla con ingenuo esmero
ya ni con la fuerza para leer varias veces
la misma biografía de Chesterton
volviendo al bucle interminable
en páginas y páginas atrás
para nunca cerrar su elipsis,
por varios meses andar en vilo
mirar al vacío
quizá con la gracia inmerecida
de querer morir alguna vez,
aquí, donde nadie se entere
donde las cosas ya no existen
aunque ya el año se haya ido
y nada estuviese escrito.
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