Madrugada I

Devang Punia

Dejar correr el mismo disco de siempre

que se vaya entero

pero en desorden y hacia el borde

de la madrugada

donde las cosas nunca existen menos

dejarlo de escuchar

abstraerse en el documento

llevar las rabias a la cama con las brisas en blanco 

mirar al techo

pasar el día así, la tarde clavada en una hoja seca, la noche

muerta en un cigarro tieso, divagando

ocioso por las ventanas flotantes del cuarto

llamar a alguien por teléfono

evadir de nuevo a la Soledad (o Silencio)

hasta que se agote la fuente y todo se apague

inmolarse por otra bala al suelo

darse tanto hasta el punto del desnudo

un brindis frustrante porque

«maldita sea, volví a perder el tiempo»

y ahora hay que lavar la piel

curar la costra sin sangre que motive,

calentar agua hasta que hierva

esperar hasta que enfríe, volver a calentarla

y no bañarse

mirar de lejos cómo se van las horas

se siguen yendo con la sed y con el hambre

vuelan inseguras de sí mismas, sin autoestima

por callejones claros en desquicio

abrir los ojos, todavía mirando al techo

pero sin ganas y hasta cansado de empezar por el principio

irritarse casi con cualquier estímulo

tan fácilmente débil como para tumbar

mínimas expectativas de mañanas caídas

bajo una oración

darse cuenta de que la cara envejecerá

enterrada

y entonces emular al mejor autorretrato,

fingir transparencia

para librarse de pesadumbres invisibles

que destruyen y culminan mares,

perforan arenas vanas, quiebran muros

erigidos sobre desidias regadas

y terminar así con la madrugada 

resignarse a los pasajes del encierro

sucumbir entre cumbres volátiles en danzas

de un imaginario ajeno,

perder también la fe

y dormir en un alud profundo

pasar largas temporadas en cautiverio

largos insomnios sin amigos

mendigando en la palabra,

colgarse de cabeza por la boca del alba

postergar otro poema, un posible cuento

perder un verso, la voluntad decayendo con gentileza

y padecer de la mejor flojera,

ya ni con la energía para ver una película de Tarkovski

ni pausarla con ingenuo esmero

ya ni con la fuerza para leer varias veces

la misma biografía de Chesterton

volviendo al bucle interminable

en páginas y páginas atrás

para nunca cerrar su elipsis,

por varios meses andar en vilo

mirar al vacío

quizá con la gracia inmerecida

de querer morir alguna vez,

aquí, donde nadie se entere

donde las cosas ya no existen

aunque ya el año se haya ido

y nada estuviese escrito.


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Rafael Rodríguez Vargas

Rafael Rodríguez Vargas (Venezuela, 1998). Se desempeña en la crítica cinematográfica como aficionado. Ha colaborado para la revista Pluma como redactor de notas de prensa y textos breves.

https://www.instagram.com/rarovar/
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