Novia a priori

Josefina Di Battista

Io tenni li piedi in quella parte de la vita di là da la quale non si puote ire più per intendimento di ritornare

DANTE ALIGHIERI

En el amor no existe / lo verdadero sin lo irreparable 

FÉLIX GRANDE

I

Primero fue con Malena. Se conocieron a través de un amigo común (Pablo), empezaron a verse, fueron a bares, se acostaron varias veces, fueron al cine: las cosas que se hacen en estos casos. Entonces Mateo no quiso verla más y se lo dijo: No quiero verte más. Se lo dijo claramente, y eso no es tan fácil, se defendería Mateo más tarde; decir las cosas claras no es tan fácil. 

Después fue con Julia. Se conocían desde hacía tiempo, pero poco. Una noche, en una fiesta, trabaron más conversación, acabaron enrollándose en el baño del fondo, empezaron a quedar a solas, se reían, iban a los parques, a casa de alguno de los dos: las cosas propias de estas ocasiones. Un día Mateo no quiso ir más allá y se lo dijo: No quiero ir más allá. Aunque empezaba a cogerle el tranquillo, decir las cosas claras seguía sin ser fácil, pero él hacía ese esfuerzo comunicativo impropio de su género: decir las cosas claras.

Más tarde fue con Daniela. Se dieron los teléfonos por una cuestión medio laboral y la conversación fluyó, un día quedaron, tomaron un vino y después otro, comenzaron a verse de seguido, a acostarse, sobre todo entre semana, a ir a restaurantes, a exposiciones: las cosas que se dan en estas circunstancias. Hasta que Mateo no se vio capaz de profundizar y se lo dijo: No me veo capaz de profundizar. A veces parecía que cada vez le costaba más decir las cosas claras y sentía el peso de la involución en el estómago. Decir las cosas claras, qué difícil, otra vez, de repente. 

Malena torció el gesto y frunció la barbilla y dijo: Bueno. Julia hizo como que no le importaba, como que ella lo veía igual. Daniela le dio argumentos para quedarse: Estamos genial, Tengamos una relación abierta, Yo me adapto, Soy superautónoma. 

Mateo pagó la cuenta en los tres casos, dio tres abrazos grandes, tres caricias en el pelo largo y rubio de Malena, en la melena corta de Julia, en los rizos frondosos de Daniela. Si bien había cariño –las quería, podría decirse, incluso– esas caricias estaban tan cargadas de culpa que no se notaba. 

Empezó a avisarlo de primeras en una frase que fue evolucionando: No sé si quiero algo serio, Me cuesta el compromiso, No quiero nada serio. Iba a las citas arrastrando los pasos y la culpa. Entablaba relaciones mediadas por la obsesión de ser un buen chico, de que ellas guardaran –qué menos– buen recuerdo de él, de ser un tipo majo, considerado, atento. Después de Julia, llegó Elisa. 

«Esta es Elisa», dijo a sus amigos una tarde de cañas en un bar del centro, Elisa sonrió y dio dos besos y cuando pasó al baño los amigos corearon: A ver cuándo te echas para atrás, ¿Le has avisado ya de que puede que huyas en cualquier momento?, Novia a priori, Mateíto, novia a priori –esto lo dijo Raúl golpeándole la espalda–, tus novias son siempre apriorísticas. Todos rieron, Mateo lo quiso matar, Elisa volvió del baño, la conversación viró hacia el último Atleti-Real Madrid que, al parecer, había estado muy reñido. 

II

Quizá la culpa venía por los reproches. Ellas se lo reprochaban: Si no querías nada, por qué me invitaste a tu pueblo; Si no querías nada, por qué dormíamos juntos dos veces por semana; Si no querías nada, por qué me acompañaste cuando lo de mi tía. Básicamente: Si no querías nada, qué hemos estado haciendo. Mateo miraba al techo y fumaba despacio. No es que no quisiera nada. Quería aquello. Pero siempre llegaba, el punto. 

Mateo era filólogo italiano, bilingüe porque había ido al liceo homónimo, y trabajaba como traductor para la editorial Einaudi. Sabía que el punto que él era incapaz de atravesar había sido definido a finales del siglo XIII por un tipo que, con nueve años y de un vistazo, se enamoró locamente de una niña sentada varias bancadas más allá en la iglesia. 

Llegado un punto –llegado el punto–, Mateo se sentía al borde de esa parte de la vida de la cual no se puede ir más lejos con pretensión de retornar. Pero él quería poder retornar. Desconfiaba de los flechazos y de los vistazos. Avisaba de primeras: No quiero nada. Nada. Pero luego, sí, a qué negarlo, hacía algo y entonces en base a qué ley se le podían reprochar quién sabe cuántas cosas dentro del marco de lo emocional, dentro de la visión feminista, dentro de ese bar absurdo en que las cita para dejarlas. 

Si no tienes claras las cosas, no juegues conmigo.

Si no sabes lo que quieres, no me marees.

Aclárate y me llamas. 

Pero él no jugaba a nada. Él caminaba despacito y según avanzaba, cómo decirlo, ellas se volvían menos luminosas, menos interesantes, menos apetecibles. Aun así, avanzaba, se probaba, pensaba que quizás, que tal vez, que por qué no. Entonces, el punto. El bloqueo en el estómago. La cita en el bar. Las cosas claras. La despedida. 

Quién iba a decir que Beatrice, la amada entre las amadas, no fue más que una simple novia a priori. 

¿Quieres leer el final de esta historia?

Marta Jiménez Serrano

Marta Jiménez Serrano (Madrid, España, 1990). Con su poemario La edad ligera (2021) fue accésit del Premio Adonáis 2020, y ha participado con sus poemas en revistas como Piedra del Molino o Turia. En 2017 colaboró en la letra de la canción Décimas para el Guernica, de Jorge Drexler. En marzo de 2021 publicó su primera novela, Los nombres propios, editada por Sexto Piso, y que se publicará en italiano en 2022. Actualmente colabora con distintas editoriales e imparte talleres de escritura y literatura en Madrid.  

https://twitter.com/martajserrano
Anterior
Anterior

La punta de flecha

Siguiente
Siguiente

La chica que amaba las películas de John Ford