Cinco poemas - Valeria Correa Fiz
Feria
Para Jean Claude Fonder
En los jaulones revoloteaban las palomas de ninguna paz.
Los naipes marcados de infortunios brillaban en las mangas del adivino y en el cuello del oso, la cadena para cortar en óxido a la mujer barbuda.
Él escupía fuego; ella tragaba las cenizas.
Los espejos deformantes devolvían
tu exacta figura.
Me fui antes de que los guantes del mago acertaran a fruncir los dedos
para formar el puño.
No quise ver al tigre pasear al payaso con traílla.
Ni a los monos, tan humanos.
Ni las telas de la carpa por el piso cuando los enanos, con un alboroto de albatros, desmantelaran la cruz de la estructura.
Que tire la primera piedra quien no le ha dado la espalda
al triste circo del mundo.
Elegía Otoñal
Desprendimiento y desapego. Todo
lo que se secó y cae
sin vida. Me gusta
cuando las ramas agitan
su verdad sin sombra
con voz de pájaro:
Asume, como las hojas, el reto
de ser muchas; y que cada caída
por tierra sea descanso y alimento.
En fuga
Una paloma blanca levantó
vuelo y se hizo de noche.
Acaba de llevarse consigo el día entero.
Estímulos sobre el muro
Será esa sombra lo más visible de mí,
la extremidad más larga de mi cuerpo.
la que nada pregunta,
la que no siente
la tierra firme bajo los pies
y, sin embargo, aún
en la hora peligrosa,
camina.
Deseo en fuga
Mi idea de ti
es un cuerpo que las olas traen a la playa,
el deseo, una y otra vez, recomenzando
Un dios burlón regula las mareas.
La espera
Solo las sombras visitan el patio de nuestra casa esta tarde.
Entran filosas por orificios y rendijas, emborronan las raíces de los árboles que trepan más allá de los muros: las hojas hacia arriba haciendo el cielo verde.
Las luciérnagas corrompen la luz final de la tarde; el perro dice lo último del hueso.
Y llega la noche.
Entra, como un polen negro que nada fecunda, en el jardín entra. Balancea el cuerpo tibio de la hierba, esparce el silencio en la casa y las sábanas blancas de las camas.
Y no llegas.
Se propaga el insomnio como un fuego, se abre el corazón al grito. Ya no sueño, ya no. Ya no hay tiempo de soñar lo que el gallo me rehúsa.
Nadie vendrá,
Nadie tendrá tus ojos, ni tú mismo.
Y, sin embargo, en el umbral de la mañana, cumplo el deber absurdo de la espera.
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