Seis poemas - José Antonio Pamies
Otro tiempo
Llueve
sobre la arena herida,
se empaña el corazón,
suena el teléfono
de los años perdidos,
ya sé que no te reconoces
en el candente espejo
que la noche desdibuja al pasar,
nadie contesta al otro lado,
es otro tiempo,
fuera han dado el aviso
de quebrantar la norma
que nos mantiene unidos,
sed de reloj abierto
contra esta caduca alegría
de permanecer,
el amor
se resquebraja en las paredes
de este desierto inútil
anterior a nosotros,
signos furtivos, llueve
sobre la arena herida,
es otro tiempo,
nadie contesta al otro lado.
Just like heaven
Pirotecnia verbal
sin salto al vacío,
no me engañan
esas formas huecas
de la experiencia común.
Porque estoy
casi tocando el cielo,
entre Wallace Steven
y The Cure,
en ese límite
de la palabra precisa
y la imaginación creadora,
donde las sustancias avivan
la puerta de un silencio
revelador.
Lejos de gurús
de la mercadotecnia,
donde la poesía y el arte
crecen, como la vida,
de forma natural.
Poema en New York
No me impresionan
los rascacielos,
sin embargo esa lluvia extraña
que de repente caía
sobre las aceras
humeantes y pegajosas
de agosto en Manhattan
tenía un fuerte significado
que algún día,
atravesando Times Square
entre anuncios veloces y luminosos
que apenas puedo visualizar,
comprenderé secretamente.
La alquimia inútil finaliza
en este punto del camino,
tirado sobre el césped
de Washington Park
desentraño la aurora:
esta ciudad era el lugar
y tú, verso claro,
eres ahora
mi único reloj.
Anochecer ateniense
Sobre reflejos circulares
caminan nuestras sombras
al contemplar la luz,
esta luz rojiza sobre el cielo
que asesina la tarde,
y se disparan los instintos
huérfanos de tierra
hacia ninguna parte,
recuerdo entonces
cuando estabas aquí,
antes del mundo que me aguarda
con sus círculos de muerte
y sus redes sin sentido
que desprecian el arte,
ahora lo sé,
albergo tus cenizas
desprendidas del cielo
mientras la noche avanza,
rememoro la vida,
cuando el destino era fuego,
certeza palpitante en el poema
y al otro lado nadie.
Velocidad del canto
En la pura velocidad del canto
se autodestruye la belleza herida,
estación sin nombre que araña
cada segundo de tu piel,
silenciando todo hueco de luz
vaga la tarde en su discurso roto,
ninguna razón
es capaz de detener la noche.
Desaparecer
Desaparecer junto a la luz del mediodía
en la contemplación exacta de las cosas,
no decidir ni hacer valoraciones
acerca de este oculto don que la materia
abiertamente plantea en tus ojos de ahora,
extender la mirada del poema
que desde un preconcebido estruendo numerado
alguna herida sombra amenaza con cerrar,
aplazar esa urgencia inmediata
que te aboca absurdamente a los escaparates,
arrojarse a la razón de la naturaleza,
no pensar, no señalar con la vida,
depurar el lenguaje en el diamante del día
que avanza con su propio ritmo hacia la tarde,
reducirlo hasta sentir su entraña,
canto vivo al son de una experiencia singular,
veladas certezas sin voz eclipsan la noche
celebrando el fulgor del universo,
donde late esta silente verdad concebida
en un vacío abierto, en la reposada escucha
de la cifra innumerable y su desierta nada.
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