Desconocida para todos

Camila Quintero Franco

Fue Maru quien le propuso a Manuel que se reunieran, y ambos quedaron de verse en este café de la colonia Las Minitas, donde ella está por hacerle la pregunta que lo iniciará todo:

—¿Y aquella chava con la que estabas saliendo? —Antes de que Manuel responda, la mesera irrumpe con el menú. Saca del delantal una libretita y anota la orden de capuchinos sin azúcar y panes tostados con frijoles—. ¿Ajá? —insiste Maru.

—¿Cuál de todas?

—La que llevaste a mi cumple.

—Terminamos ya días.

—¿Por? —se anticipa Maru, que no se había enterado a pesar de que Manuel es su mejor amigo.

—Vive en la Cerro Grande, zona 8. Casi una relación a distancia. Y, de paso, era muy peligroso dejar el carro ahí.

—Maje —dice Maru entornando los ojos—, como si vos vivieras en El Hatillo. Caminá por tu colonia a esta hora, a ver si no te ponen el balde.

—Es peligroso fuera del circuito cerrado, pero no podés comparar la 15 con ese pijalío. —Maru le voltea los ojos. Manuel sigue—: Y vos de qué hablás, si en tu colonia una mujer no puede caminar sola porque peligra de que la rapten —lo dice mirando hacia la mesa, muy seguro—. ¿Te acordás de aquella historia que me contaste hace años... —con un gesto de cabeza señala a Maru—, sobre tu prima que se llevaron en una camioneta? Tres tipos creo que dijiste.

—Dos fueron —logra decir ella, con una expresión de lejanía.

Manuel se encoge de hombros, las palmas hacia arriba en señal de resignación. Maru sorbe un trago de café hirviendo, se quema la lengua y se la abanica con la mano. Manuel llama a la mesera para agregar a la orden dos galletas con chispas de chocolate.

Pero ahora Maru está tiesa, obligando a las comisuras de su boca a mantenerse firmes. Un hormigueo le llega hasta la lengua. ¿Por qué revelarle la verdad a estas alturas? ¿Para que sienta lástima? ¿Para que le reclame por habérselo ocultado? No lo va a decir. Ha pasado demasiado tiempo. No se lo va a decir a ninguno de sus amigos, mucho menos a alguien más. Es mejor seguir evadiéndolo, mantenerlo enterrado en alguna tumba secreta, como ha hecho en esta última década.

Su mente se atasca en esa evocación a la que había intentado no volver ni por error de la memoria, y que hoy revive gracias a Manuel.

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Faltaban diez para las ocho de la noche aquel martes decembrino del 2011. Maru caminaba a la casa de una amiga de la colonia La Alameda, cuando una camioneta negra aminoró la velocidad a su lado. La camioneta —días más tarde, ella imaginó que se trataba de una Chevrolet Suburban, al encontrarse una foto en Internet— se estacionó en la esquina, evidentemente a la espera de que ella pasara. Pero Maru se dio cuenta muy tarde. La puerta se abrió, y un brazo la jaló hacia adentro tan rápido que ni siquiera pudo gritar.

Un gordo con la papada de Jabba el Hutt le tapaba la boca, y el conductor, flaco de chaqueta gris, se volteaba lo que podía y babeaba como si ella fuera un pedazo de carne. La camioneta arrancó, y se estacionó en un solar baldío olvidado, bajando una lomita que lo escondía de cualquier fisgón. El gordo le subió la falda y le desnudó un pecho del costado de la camiseta. Perra… puta… abrí las piernas… mientras ella luchaba por cerrarlas, sin conseguirlo. Perra… puta… abrí… para después aguantarlos encima uno después del otro, ambos escupiéndose primero la verga, seguido de la embestida y unas cachetadas a la perra puta. ¿O fue el gordo el que se la escupió, y el flaco el que le pegaba? Maru veía fragmentos de sus caras perversas, y olía el tufo concentrado de sudores, aliento a mierda y verduras podridas y huevos sebosos. Y no sabe de cuál de los tipos es aquella sonrisa de dientes torcidos que tuvo encima, o el brazo peludo que miró al girar la cabeza para huir de esos ojos amenazadores, o si realmente alguno le tapó la boca, o fue que ella ni siquiera tuvo fuerzas para suplicarles. Aunque le pareció el infinito, en cuestión de quince minutos el martirio había terminado: el reloj de pulsera, que ella miró en su calvario rumbo a la casa, no mentía.

El gordo dijo que la fueran a tirar en el mismo lugar donde la habían recogido. Y cuando llegaron, él abrió la puerta y la empujó a la acera frente al mercadito Alegrías, ya cerrado por la hora, apenas a cinco cuadras de su casa, en la colonia donde había vivido desde que nació…

Manuel Ayes Callejas

Manuel Ayes Callejas (Honduras, 1990). En 2014 ganó el Concurso Nacional «Lira de Oro» Olimpia Varela y Varela. En 2017 publicó Infortunios, su primer libro de cuentos, como ganador en la convocatoria para publicaciones del Sistema Editorial Universitario de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. En 2015 participó en el Taller de Creación Literaria impartido por Sergio Ramírez en Masatepe, Nicaragua. En 2021 ganó, con su cuento titulado «Chicharrón», el Primer Premio en el Concurso Literario de los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán.

https://www.instagram.com/manuelayes/
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