Río
Atrás quedó la ciudad.
El peso de nuestras mochilas nos acerca
un poco más a la tierra.
Las ideas pesan.
Hablamos sin parar hasta que el aire nos falta.
Sudor,
silencio
y sol.
La grava cruje morosa bajo nuestros zapatos.
Del tezontle,
me complace su música seca.
Los árboles nos acarician al pasar.
Sombras azules y verdes en tu rostro
en mis brazos y en tu cabello.
Humus y tierra negra respiran bajo nuestros pies.
Llega a nosotros el parloteo del agua
y la carga nos parece menor
y nuestra savia despierta
y la locura reverdece.
Soltamos mochilas, libros, todo.
Ahora somos niños, galgos, flechas, y en el río
ahogamos la sed.
La corriente de agua nos contagia su risa.
Carcajadas que restallan en pedazos
contra las rocas.
A la orilla del río
descansamos boca arriba.
Giro y me doy cuenta de que,
bajo el sol que atraviesa las hojas,
eres un leopardo.
De los libros que traigo leo poemas en voz alta.
Leo para quien sepa escuchar.
Para las piedras bajo el agua, para el musgo y
para el incendio
en los ojos del felino que me mira.
Ahora lees tú.
Otro río
tu voz.
Dejo de lado mis libros y,
sobre la superficie poco honda del arroyo,
me hago un lecho entre las piedras y el limo.
Me entrego al río que me pinta el cuerpo de luz.
Cierro los ojos.
Soy agua.
Callas y
tu silencio sabe
a tierra mojada.
Es el viento ahora.
Ahora es él quien nos lee.
Susurra los poemas escritos por el sol
sobre las hojas del sauce.
Ahora nos leen las aves ocultas.
Y mientras ellas descifran los complejos signos del ramaje
nosotros callamos.