Cinco poemas de Camila Urioste
*
A papá le gustan los pinceles
las puntas afiladas de los lápices
las cajas y sus compartimentos
la espátula su brillo
textura granulada de la tela
el caballete
la palabra: caballete
sacapuntas acuarela
le gusta la negrura del carbón
la sombra que le deja entre los dedos
el olor de la goma tersura cuerpo de la goma
las cintas de madera que caen del tajador
polvo de colores
el aroma del óleo
y los nombres:
sepia oro ocre transparente
azul cian ultramarino cobalto cerro
sepultura tierra de siena tostada
Illimani blanco marfil
quemada tierra de siena la sequía
cadmio amarillo
sombra de tierra intensa
tierra de sombra sol horno de barro fuego
azul de Prusia exilio rojo de Venecia
azul cerúleo cielo sobre el Montículo
amarillo rosáceo rojizo veneciano
negro ébano negro humo negro marfil
turquesa
último abrazo negro de vid
carbón cadmio caricia
amarillo antimonio arilado indio limón
gris de Payne negro de hollín de duelo
índigo niño titanio
blanco de cinc el Illampu dormido
óxido de hierro
escarlata coágulo
rojo inglés
verde oliva petróleo viridiano
desahuciado esmeralda ojitos de uva verde
magenta eucalipto
violeta de cobalto de tarcos en septiembre
carmín
*
Dibuja caballos salvajes
caballos en tinta y carbón
crines largas enredadera al viento
al viento chúcaros
en servilletas
hojas
en el margen de la tesis de comunicación
tapas de cuadernos escolares
bordes de las libretas
caballos en los pañuelos
caballos y caballos y caballos
yeguas sepia potros nítidos
y Rocinante
y Shadowfax
y Black Beauty
caballos
quietos
al galope
oscuros
caballos que relinchan
transparentes
papá dice que
cuando miento
un potro cruza mi frente
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*
Se recuerda sentado al lado de su madre
inclinada sobre la máquina de coser
recuerda que coser es escuchar
las fibras que se rozan provocando
transparentes incendios diminutos
oír las agujas hundirse
el motor de la máquina cantar
puntada pliegue piel tela
el tiempo es un textil sostén acá
hilo fantasma
corte y parche y confección de un cuerpo
punto corrido punto trasero punto hilvanado punto de cruz
el interior sobrehilado pásame las tijeras
Se recuerda sentado
al lado de su abuela
madre de su madre
cortando las mejores sábanas en tiras
al grito de Hay bolina
la Bulún los convoca
los nietos y las nietas se arman de tijeras
los hijos salen a recoger heridos punto de cruz colectivo
de un bando u otro bando no se fijan
esquivando disparos explosiones
tienden los heridos en la alfombra
y la Bulún los remienda con las sábanas buenas
Se recuerda sentado al lado de su madre
deshilando la seda
corbatas descosidas
sus pieles largas convertidas en carteras
en pantallas de lámparas y monederos
costura superpuesta pon tu dedo aquí
dedal alfiler gaza
deshilachados bordes
punto raso punto de ojal punto puente
canasta de retazos
Este quilt es un cuerpo ¿enhébrame la aguja?
monstruo de perfectas cicatrices
punto zigzag
piel de algodón terso
cuerpo blando dobladillo invisible
paisaje de pedazos
mapa donde el nudo
señala el tesoro
Recuerda la historia que le contaba su madre
la Bulún la despierta de madrugada
días antes de su boda ven conmigo
toman las sábanas de su ajuar de novia
blancas algodón fino las iniciales bordadas
punto de doble acción
caminan a la plaza principal qué frío
se abren paso entre la turba
y el humo
siguen el hilo de sangre
para envolver el cuerpo del presidente
punto de nudo
azul ahorcado
*
Le gusta la palabra tragaldabas
bichicome
quesumacha
le gusta matasuegra
bolina
chunkupaloma
chúcaro
pelafustán
huacataya
le gusta: cagaleche
le gusta: jokollo jokollo jokollo
camote
jigote
cinchiluminaria
y le gusta: pasankalla patapata Calacoto
le gusta la palabra: pasankalla
kimsacharani Sopocachi birlocha
y ulupica
y pes´ke
y locoto
le gusta: laja
le gusta: tunta
yunta chuño villancico
waskiri le gusta
oka le gusta
pronuncia: wincha
pronuncia: falsoafán
llunku
patapila
falsoconejo
cocacho
llajua
malmandado le gusta
y pusilánime
y kalancho
cocacho alalau
kencha
kantuta dice
kantuta
*
Tenía quince años y quería ir a casa de mi amiga, del otro lado del bosque. Era su cumpleaños. Preparé una canasta con bombones envueltos en aluminio dorado, una notita doblada amigas para siempre, pegatinas de unicornios, flores secas, una foto en que salíamos hermosas y terribles, tres semillas de wairuru para la prosperidad, hojas de coca para leer la suerte.
Papá no quería llevarme, pero el bosque llamaba, pedía caminar, cruzar a pie las calles y carreteras rodeadas de árboles. Salí. Las calles no parecían las mismas, la carretera en mi lentitud se había transformado. Mirar por la ventana del auto de mi padre era distinto, la carretera se hacía pequeña, se borraban los árboles como se borra un dibujo al carbón si le pasas la manga por encima. Ahora todo era nítido, cada árbol un cuerpo y el asfalto una cinta ondeando al infinito.
Caminé por mucho tiempo. De pronto paró un auto a mi lado, se bajó un hombre y gritaba. Era mi padre. Por qué me había ido, quería saber, por qué sola, con qué cara. Súbete al auto, me dijo. Pero el bosque llamaba, en un canto decía: los bombones deben ser entregados. Me di la vuelta y corrí, entré en el bosque, al territorio prohibido del gigante Camacho y estaba de pronto rodeada de árboles, el bosque era, de pronto, todo lo que había.
Papá intentó seguirme y no pudo. Tenía un solo pulmón.
Corrí sin parar entre los pinos y los abedules, espantando a las ardillas y a los cuervos, la canasta sujeta entre mis brazos. Una hoja de coca salió volando, reflejó la luz y se posó en el musgo. Entonces, un hombre me sale al paso. Alto, de sobretodo negro, el pelaje lustroso y terso. Me detengo en seco, en pánico, en temblor. A dónde vas, susurra el karikari. A la casa de mi abuela, le digo. No. De mi abuela, no. Quise decir. Perdón. De mi amiga.
El coco me sonríe, tan dueño de sí mismo, su ofrenda de dientes afilados. Sus manos largas de fiera metidas en los bolsillos. Conozco un atajo, me dice, con sus ojos de tío de la mina, de diablo en una cueva, con sus ojos. De pronto, un disparo. Una flor roja se le abre en la frente. Los pétalos comen de su rostro, resbalan de sus colmillos. Quiero gritar y por la boca abierta mi ajayu se vuela, sube hasta las copas de los árboles. Volteo, despacio. Mi padre. Detenido, sosteniendo una escopeta. Él tose y jadea. Tose y jadea. La escopeta suspira una cinta de humo.
En el camino al auto no nos dijimos nada. Yo caminaba, llamando bajito a mi ajayu, para que volviera. Camila, Camila, Camila, diciendo. Papá caminaba apoyado en mi hombro. Abrí la boca para decir algo, y mi ajayu se coló entre mis labios, y se posó en mi pecho y replegó sus alas. En el camino a casa no nos dijimos nada. Yo miraba por la ventanilla el bosque hecho un borrón oscuro, la carretera reducida por la velocidad.