Sara Mesa por Gudrun Palomino
Sara Mesa (Madrid-Sevilla, 1976) es una de las autoras más reconocidas del panorama literario actual. Novelas como Un amor (2020), Cara de pan (2018) o Cicatriz (2015), editadas por Anagrama, la han afianzado como una de las novelistas más importantes de España. En septiembre de 2022 se publicó La familia, una novela brillante escrita mediante relatos que nos muestra, a través del «ojo del sueño», escenas de una familia peculiar dominada por Padre, un hombre autoritario y esclavo de sí mismo.
Es frecuente sentir incomodidad cuando leemos a Sara Mesa: su escritura es casi una obra maestra de orfebrería, experta en afincarse en las grietas de lo extraño pero común, tan común como la vida misma. Así, con La familia, estamos frente a historias marcadas por relaciones de poder y normas irrompibles, de vergüenzas y soledades personales pero compartidas.
Damián, Martina, Aqui y Rosa nos guían por sus vidas, atravesadas por las imposiciones de su propia familia, por detalles que, aunque resulten extravagantes a primera vista, han podido formar parte también de nuestro propio relato personal.
En toda familia se dan relaciones de poder, pero es interesante cómo las planteas en La familia. El Padre no da copia de las llaves de la casa a los hijos, no pueden volver de noche, no pueden escribir —ni casi pensar— en privado y sus creencias y gustos están limitados. ¿Hasta qué punto se han mantenido estas estructuras de poder con la narración de los hijos de Padre y Madre cuando son adultos?
La infancia que tenemos es determinante para toda la vida, esto es más que sabido, especialmente en los primeros años. En una familia que apuesta por mantenerse al margen, tan peculiar y tan cerrada como la de mi libro, los niños terminan creyendo que así es el mundo real, hasta que descubren que no, en absoluto. Entonces se producen dos cosas: por un lado, la dificultad de adaptación a todo un mundo exterior, desconocido; por otro, las secuelas de una educación marcada por la autoridad y la obediencia debida. Todo esto se ve, creo, en las escenas en que los hijos ya son adultos, pero no quería explicitarlo, solo sugerirlo.
Uno de los aspectos que más me gustan de tu escritura es, como la llamo yo, la narración del silencio: el hecho de dar incluso más importancia a lo que no se cuenta que a lo que sí. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura de La familia? ¿Cuán importante crees que ha sido decidir lo que dices, pero no escribes, en esta novela?
Al principio lo empecé como un libro de cuentos. Luego, cuando ya llevaba varias historias, se me fue de las manos y fue adquiriendo consistencia de novela (hay un sentido general que engloba todas las escenas, un principio y un final). En mi opinión, sigue siendo un libro mixto, un poco las dos cosas, al modo como ocurre con algunos de los libros de Alice Munro (La vida de las mujeres o La vista desde Castle Rock, por ejemplo). Está claro que yo no pretendía seguir las estructuras compactas de las sagas familiares, donde se detalla la evolución biográfica de cada personaje. Esto es más como un álbum de fotos, están esas, pero podrían ser otras. Es una narración en fogonazos, en estampas. Yo creo que, si escribiera mi autobiografía, por ejemplo, tendría que hacerla así. Desconfío de los relatos totalizadores, que siguen una línea de sentido y la continúan hasta el final.
La autora del último Premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux, escribió también sobre la familia (en su caso, su propia familia) en La vergüenza. Para los personajes de tu familia, cuando conocen otras formas de relacionarse, ¿pueden creer que su familia es una vergüenza?
La vergüenza es un sentimiento constante en este libro. Después de escribirlo me di cuenta de que la palabra aparece varias veces, en diferentes momentos. Y es una vergüenza de ida y vuelta. Los niños pueden avergonzarse de su familia ante otros, pero también se avergüenzan de lo que encuentran fuera ante su familia y, sobre todo, se avergüenzan de sí mismos. Tienen miedo a manifestarse tal como son, no quieren decepcionar, han aprendido que para recibir aceptación deben obedecer, pero no a regañadientes, sino de buena gana, haciendo ver que en realidad siguen su propia voluntad. Esto, en líneas generales. Luego, cada personaje tiene su personalidad y su manera de encarar estos conflictos. Damián, el hijo mayor, es por ejemplo muy diferente de Aqui, el pequeño.
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Los niños y la infancia a veces son un pilar fundamental en tus obras, como en Cara de pan y en algunos relatos de Mala letra. Además, ya reflexionaste sobre el tema en el episodio del podcast de Anagrama con Alejandro Zambra. Si bien es esperable escribir sobre niños y su punto de vista en una novela como es La familia, ¿te plantea algún reto escribir desde la voz de la infancia?
Siempre es un reto, claro, hay que hacer una labor de arqueología para recordar esa niña que yo fui y revivir sensaciones que tuve hace tantos años. Pero es un reto que me atrae abordar. Me cuesta mucho más contar historias desde el punto de vista de personajes muy alejados de mi experiencia vital. De otras épocas, de otros lugares o contextos sociales, por ejemplo.
De hecho, el personaje de Aqui me recuerda mucho al protagonista de tu relato «Papá es de goma» de Mala letra, Daniel, ya que los dos son avispados y consiguen salir adelante en situaciones difíciles (salvando las distancias, claro). ¿Alguna vez piensas en la similitud entre tus personajes mientras escribes?
Rara vez, salvo que me lo señalen lectoras tan atentas como tú (¡tienes razón!), es cierto que después de tantos libros aparecen muchos nexos entre personajes e historias, motivos que se repiten o sobre los que se introducen variaciones. Esto me confirma algo que en cierto modo ya sé, aunque intuitivamente: que siempre damos la vuelta en torno a unas pocas cosas.
Otros temas que se dan en tu obra y que se pueden ver en La familia son la cleptomanía, en el caso de Knut de Cicatriz y Rosa, o la historia de Mario y Poca pena en relación con Silencio administrativo. ¿Son temas que prefieres profundizar o se repiten porque ha surgido así?
Son temas que me interesan, aunque como digo intento abordarlos desde lugares distintos. El asunto, por ejemplo, del robo (que no siempre es cleptomanía, en el caso de Knut no lo es, sino una acción consciente, planificada y dirigida). O el de los estigmas sociales, bien sea la pobreza o la enfermedad mental. Aunque, como siempre digo, no son temas abstractos que me sobrevuelen y sobre los que yo me ponga a idear historias. Son más bien líneas de interés que me llevan a fijar mi mirada en esas historias.
En el tío Oscar o el capítulo-relato «Contra la domesticación», utilizas el recurso del humor. ¿Cómo te has enfrentado a la escritura de este recurso? ¿Lo has utilizado para «aminorar» la sensación de opresión dentro de la familia?
Sí. Y también porque creo que el humor es una forma de compasión. Porque no quería resultar solemne ni pesimista al contar esta historia. Porque no sabemos casi nada de nadie. Porque considero que todos los personajes del libro son víctimas de algo. Y porque era un recurso que me apetecía explorar, dado que en mi vida cotidiana está presente.
Algunas de tus novelas cuentan con saltos temporales, y en la novela La familia no faltan; pero sí que me ha sorprendido que, en los dos últimos relatos, y solo en esos dos, cambias la narración de la tercera persona a la primera. En el primer relato de ellos, la narración es una voz compartida entre los hermanos, y en el segundo es la de Aqui. ¿Por qué se da este cambio en la forma?
Cada uno de los relatos se centra en uno de los miembros de la familia, y están contados desde lugares distintos. Hay un predominio de la tercera persona, sí, pero en la mayoría de los casos funciona más bien como una primera, porque se mete en la cabeza del personaje principal, de modo que miramos lo que ocurre solo desde ahí. No es la misma voz en «La Resistencia» (una tercera pura, digamos omnisciente) que en «Uña y carne» (donde los vemos todo desde el lugar de Rosa). Por su parte, el final funciona una especie de embudo narrativo (no sé cómo describirlo mejor), un lugar donde desemboca la mirada colectiva de los niños. La última escena, sin embargo, vuelve al lugar del humor y la compasión (Aqui), y de esto que he dicho antes de nuestra incapacidad de comprenderlo todo (si acaso, lo que vemos a través de una mínima rendija).
Ya han pasado unos meses desde la publicación de la novela hasta ahora, ¿habría algo que cambiarías echando la vista atrás?
No. Y es raro que yo diga esto, ¿eh?, porque no suele pasarme. Con este libro me siento extrañamente satisfecha. No sé si es el mejor, no sé si gustará más o menos. Me da igual. A un nivel íntimo, sé que vencí ciertas resistencias al escribirlo.