El templo de las visas

En los años cincuenta cuando Lakshmi era niña la gente iba poco al extranjero. Para visitar otras partes de la India siempre usaban el tren. Sus familiares, que vivían en la ciudad de Hyderabad, en el sur del subcontinente, tomaban aviones solo para viajes internacionales. Cuando los tíos salían del país les ponían guirnaldas de flores en el pecho para la buena suerte y toda la familia, incluyendo abuelos, bisabuelos, primos y sobrinos iban a la despedida en el aeropuerto. En ocasiones, hasta cuatro coches llenos de parientes asistían a la partida.

Todo cambió hacia el final de los sesenta y principios de los setenta. Los viajes y estudios fuera comenzaron a ser más frecuentes. Muchos siguieron la corriente y buscaron oportunidades en otros sitios. Lakshmi se casó con un ingeniero que dejó Hyderabad con la intención de estudiar, y luego juntos echaron raíces en la ciudad de Chicago. La globalización diluyó la festividad del aeropuerto, que se volvió como tomar agua de simple. 

Lakshmi se marchó a Hyderabad, en donde educó a sus dos hijos sola. Más adelante la familia regresó a Estados Unidos a realizar estudios universitarios nuevamente. Fue en la ciudad de Seattle en donde los conocí a todos. El hijo de Lakshmi se convirtió en mi cómplice y compañero. Hyderabad se dibujó entonces en el mapa, con paisajes que cobraron forma y color. Pareciera, a veces, como si la ciudad se derramara fuera de sus límites salpicando los poblados foráneos.

La homogeneidad de los suburbios norteamericanos se rompe con las celebraciones hindúes, como el festival de las luces en el otoño o el juego de aventarse pinturas de colores en la primavera. La arquitectura de templos y las cúpulas de construcciones musulmanas sobresalen como brillantes joyas en los monótonos paisajes de las carreteras. Esta diferencia en la textura de la realidad que se siente en Norteamérica es resultado de la revolución tecnológica de finales de los noventa, que desató la partida masiva de ingenieros indios. En la tierra madre la aspiración de irse y hacer una vida en el exterior ha permeado el imaginario de la población. Los modelos están por doquier. El éxito es sinónimo de tener la visa para migrar.

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La historia de Hyderabad es churrigueresca. En la ciudad confluyen el hinduismo y el islam, las mezquitas y los templos, las lenguas dravídicas e indoarias. Las tradiciones del norte y del sur. El telugu es una de las lenguas nativas de la región, tiene su propio sistema de escritura, el urdu que llegó con los musulmanes se escribe con las letras perso-arábigas y en ocasiones con una tercera escritura que se usa para el sánscrito, una de las lenguas más antiguas. Hay un contraste con el alfabeto romano y el inglés, producto del colonialismo. Hyderabad era parte de un principado gobernado por los musulmanes. La independencia de la corona británica acabó con los reinos. La ciudad fue nombrada la capital del estado de Andhra Pradesh y en 2014 fue declarada capital del estado recién creado, llamado Telangana. Un grupo político pedía el reconocimiento de una cultura distinta a la de Andhra Pradesh y por ello la división. Nada más alejado de la uniformidad, simplicidad y monolingüismo que Hyderabad…

Genoveva Castro

Genoveva Castro ( Ciudad de México, México, 1974). Doctora en lengua y literatura por la Universidad de Washington, profesora en Southern Connecticut State University en Estados Unidos. Ha publicado crónica en Punto en Línea y Este País.

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