Un poema de Irene Torra Mohedano
Lo propio de los griegos es el fuego del cielo
En la cima del volcán trazaste un templo. El punto más alto era en realidad una caída (un agujero profundo para acceder al centro mismo del mundo). Pero eres joven y no sabes todavía que no es posible alcanzar ese templo que persigues. Que la única manera de llegar a tu cielo es brotando desde dentro. A cambio, conocerás el fuego y lo verás ascender desde lo hondo: lo verás arder enfurecido. No porque lo desees te aliviará el rocío en la mañana, pero las plantas de ceniza te servirán de memoria de otro tiempo. Recordaremos la explosión como un mensaje o un código secreto inquebrantable. No entiendo tu lenguaje, pero sé que ahora duermes en un pequeño cuarto de esta ciudad deshabitada. No entiendo tu lenguaje, pero sé que los libros apilados construirán la casa que arrastrarás contigo.
Cuando se haga de día y el cielo siga oscuro
sabré que me dejaste, entre la lava, una rosa.