A Lourdes
Jamás decimos algo sobre esto que siempre está aquí,
El cordón umbilical que nos atravesó desde entonces.
Hace un tiempo, compartimos una remota morada.
Porque no hay mucho más qué decir sobre todo lo evidente,
Nuestros rostros son como dos gotas de agua
metáfora recurrente,
se dice a menudo.
Y es que una mañana
o cualquiera
Mientras despierto y escucho el viento y el sol golpea mi rostro suavemente,
ya siempre está ahí
el chillido de la prensa encendida
y el olor del café que tanto te gusta
y que tanto me gusta a mí
También
los libros, los jardines destrozados,
dices, los floripondios,
también
Esa poeta que escribe algo sobre los salmos
La figurilla de un cierto arcángel y ya sabemos de qué se trata todo eso.
El polvo que vimos crecer día tras días sobre el mismo estante
porque todo ha estado siempre ahí.
Mis manos están reescritas en las tuyas
por ejemplo, si las posamos sobre la mesa, a un tiempo.
En las noches de tristeza o de la furia más álgida,
también
En días como estos
y su absoluta mansedumbre, la enredadera ha devorado la casa y la contemplamos impotentes
Como una punzada tibia
Me he preguntado
¿Dónde comencé yo y, en dónde
acaso,
has de terminar tú?