Jorge Cápiro - Poesía
Póstumo
Despierto.
Estoy siendo servido
en la mesa fría
de un teocali.
O no.
Lo que siento
bajo mi cuerpo
no es sangre.
Es orina.
Ni me inmuto.
Estoy atrapado
en una habitación espaciosa.
Entra demasiada luz
por el enorme ventanal
a los pies de la cama.
A mi derecha,
en la mesita de noche,
veo una hoja de papel.
Estiro la mano.
La alcanzo.
Leo.
Es un poema.
Finaliza:
«Nosotros somos la Gente».
Es la letra de papá.
Lo sé
porque también
es mi letra.
Silencio.
El otoño acude
detrás de la ventana.
Sobre las hojas viejas
caen las más nuevas,
también envejecidas.
Caen
viejas sobre viejas
en un ciclo silencioso.
Ya no me parece romántica
la caída.
Es más bien
una antiquísima epopeya
que se transmite
oralmente
de generación en generación.
Y va perdiendo
su voz.
Se degrada
hasta terminar
siendo
una burda imitación del sonido.
Silencio.
Entonces lo entiendo todo.
Imité
la mentira de mi padre
porque
él imitó la del suyo,
este a su vez
imitó la de su padre
y así sucesivamente
hasta la primera hoja.
Mas, ¿quién es ese
cuya mentira
todos hemos imitado?
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Laputa
Laputa es una ciudad sin pan. Los perros rescatan a los hombres sin amparo filial y los llevan a sus húmedas guaridas bajo los puentes. Los alimentan con pulgas engordadas con sangre negra y les enseñan el idioma de la mendicidad.
Laputa es una ciudad de vicios. Todos los habitantes de Laputa son dictadores. Sus negocios son pequeñas bodegas en la zona oscura y sucia de la ciudad, donde expenden su derecho al poder al por mayor. Los dictadores cruzan la avenida con los ojos cerrados, y, si alguien pregunta el nombre de la calle, dicen el suyo por costumbre.
Laputa es una ciudad de agua. Las olas la reúnen y la desunen en un solo movimiento. Laputa está como alternando su existencia con el vacío. A veces es mucha agua para los agujeros y se desborda hacia el norte. A veces es el agujero más profundo, el ombligo al que van a parar los naufragios.
Laputa es una ciudad que busca infructuosamente su camino a Carcasona.
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