Poblar
Todo lo que planeo para ti
tiene un ritmo lento.
Se puebla el tiempo
con imágenes que nunca vi.
Se reactiva un paisaje.
Te veo por primera vez.
El deseo, ahora, público.
Quizás quiera
hacer de ti
un puente.
Uno para no cruzar.
Que cuando te mire
recuerde
que eso que llaman amor
coexiste
con odios específicos,
mentiras y necedades.
Que si se me olvida
está en tus ojos.
En ese idioma
que solo será nuestro.
Todos los deseos
que se piden hoy
mientras alguien
cruza un puente
y levanta los pies
mientras aprieta los ojos
y desea fuerte.
No tiene un color
el deseo.
Se camufla y adentra.
Todo lo impregna.
Si te pienso de noche,
se vuelve ocre.
Abanico
de gama tierra.
Polvadera adorada.
Si te canto
mientras camino,
la pincelada
se torna brumosa y verde agua.
Tonalidad ultramar,
naufragio en quietud.
No tiene un color
el deseo.
No se deja nombrar.
Todo lo que planeo para ti
no tiene colores
o los combina a todos.
Tiene una textura llana.
Un diámetro prohibido.
Estás cabeza abajo esperando
romper el tejido.
Generar tu propia textura.
Mil pliegues
para una sola foto.
Todo lo que planeo para ti
se sujeta en cadenas
a una trama
que no tiene principio
ni mitad.
Se apoya en un filo bravo
que lo que toca
lo torna novedad.
Todo lo que planeo para ti
tiene un eco.
Desde las plantas del pie
hasta la capa
más a la intemperie.
Esa en la que rebota
tu esencia.
Quizás quiera
hacer de ti
una respuesta.
La que nunca se escucha.
Ni una definición
de justicia
puede construir
la confianza
que suscita
pensarte.
El deseo
no tiene un color.
Todos podemos pronunciarlo
pero nunca vemos
el matiz del ojo ajeno.
No cuadran
en un mismo plano
la fantasía
de querer ver lo mismo
en el mismo momento
de la misma forma
in perpetuum.
Permitirse imaginar
que en todo comienzo
alguien tuvo un plan.
Quiso de un algo,
de un alguien,
hacer algo.
Tratar de ponerle
un color al movimiento.
Se entiende la coloración,
pero no el pigmento.
Tintura madre, le dicen.
Concentrar una virtud.
Deseo de nombrar.
Ponerle un alfabeto
a la paleta de la vida.
Dejarse pincelar.
¿Se puede planear el deseo?
Todo lo que planeo para ti
tiene huecos.
Para que puedas llenarlos
como quieras.
Juegues con el vacío
y rebalses a tu gusto.
No es posible flotar
sin saber mojarse.
Pongo a circular
este poblado de hambres.
Algún alimento será
el que te mantenga
cabeza abajo
presionando continuamente
para ver qué hay afuera.
Si el plan existe.
¿Quién lo ejecuta?
Alargarte la entrada
y dejarte arrastrar
desde la tripa al pecho,
siendo dueña de tu línea negra.
Es vertical.
Te llevará a mí.
Quisiera saber si ahí,
cuando se te invierta
la respiración,
en esa iniciación,
me advertirás de tus planes,
mojados, de enero.
Nos mostrarás
ese color sin nombre.
El que sabemos
cambiará.
Despertaremos
empapados de ese matiz tuyo,
el que irás construyendo
con lo que te rodea
y lo que concebiste flotando
con los ojos cerrados.
Tu ritmo.
Tu puente.
Tu eco.
Tu respuesta.
Tu paleta de negros.
Las cadenas que se sueltan.
Entonces será
tiempo que rellene
ahora mis vacíos.
Genere mis texturas
en una fiesta abierta.
El deseo no tiene un color.
Tiene tu cara.
Tu forma de aferrarte
a lo que nos toca descubrir.
Renombrar los pigmentos
hasta que no quede ninguno.