Tres poemas - Marta Cabrera
Apenas la existencia de una imagen
un sonido escaso que anuncia [seð]
y otro lleno de asombro
que responde [dul'θuɾa].
Dices quién sabe qué y escojo la indolencia,
el cabeceo,
una línea
a tu alrededor
que da el mismo miedo que una columna.
[En esta insoportable ternura en / la que ahora te encuentras / en esta lengua impropia, tan extraña / en tu mueca incomprensible queriendo / desahuciar o despedir al espacio, / en tu lengua en tu / absoluta dispersión no tengo / cómo traducirme hacia ti].
No me parece mío el habla si no pude
nombrar lo que había en tus ojos.
(No tengo otra traducción hacia ti
que el gesto hecho en tus ojos).
Dices es cierto estás aquí y no alcanza
a responderte ni el significado
ni su evidencia: ¿dónde
la expresión de amor? ¿dónde la suavidad?
¿Hacia dónde el lenguaje?
Queda desalojado un signo,
y un cuerpo
va ocupándose en la palabra.
W. H. AUDEN. Entonces viene el pensamiento: Me gustaría escribir un poema que expresara exactamente lo que quiero decir cuando pienso estas palabras [Yo te amo].
J. A. VALENTE. Un hombre ha muerto, pero / dime que soy de verdad.
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*
Cómo hoy, que vuelves de espaldas la lengua
para no matarla, que veneras la rígida ansiedad
de mi impaciencia, que deshaces los brazos
de esta vida mía apenas construida y finges,
con mirar menudo, que siempre he estado aquí,
que no tengo una existencia vulgar
y que tampoco tú entiendes la distancia
entre lo que no sé y lo que supe que no comprendería
Cómo hoy
sigue siendo cierto el lenguaje
o la muerte.
Cuando mañana caiga sobre el umbral del mundo
unas manos —no yo, sino unas manos—
llorarán al mirarte y todavía hablarán
de tu hostil dulzura.
*
Con la ansiedad del tacto habría escrito
una enumeración muy larga, y así al deseo. Diría
(me habrías enseñado a decir), no sé, por ejemplo, la luz
precaria o un temor diseccionado;
dos mitades insostenibles, páncreas
sagrado, páncreas
diseminado en dolor
páncreas
en el centro mismo de la humildad de tu cuerpo.
Una seña
que superase al naufragio lingüístico.
Habría escrito en la pared los horarios del hambre
y esta sábana
que no será tan blanca cuando salga de aquí
(verás,
solo en el lenguaje las sábanas pueden permanecer
al margen de la violencia).
Y en el centro de todo habría quedado
luego
la humildad de tu cuerpo adoptando un gesto extraño —qué risa
sin tanto dolor contenido.
No sería la paciencia más que una mano yerta
a punto de abandonar la estancia.
Pero un cuerpo no es un cuerpo solo,
ni un cuerpo depende de un cuerpo
solo.
(Si acerco una palabra, enseguida
tendré que retirarla).
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