Casa deshabitada
Me siento como un caparazón
arrebatado
de la arena mojada.
Ahí, todavía fresco
hermoso imperfecto,
me liberaba
a la marea.
Deshabitado
me debatía
¿quién volvería
a llamar hogar
a este pedazo de calcio?
No siempre fue
esa mi manera
de estar abandonado,
supe ser propiedad
de un molusco
me daba calor en noches sin luna
cantaba nos llevaba de paseo
por profundidades
compuestas de mil ojos
cuevas corales
eran como yo,
en versiones gigantes.
Supo alejarse
fue inevitable:
se lo llevó
aquella gaviota sin un ala
la tarde de mareas bajas
y brisas finas,
el destino tiene sus formas;
ahora una nena me destierra
me guarda en su bolsillo
de mandarina
entre cáscaras
y semillas
su fuerza inofensiva
me lastima,
no me toca más el mar
pierdo mi pigmento rosa de sol
pierdo mis marcas
de agua, soy
corteza sin sabia
cáscara sin yema
armadura sin guerrero
a quién defender,
un caparazón
hueco
mezclado con otros objetos,
en compañía
después de tanto tiempo:
la nena jugaba,
un corcho era capitán
de su barco − un zapato roto −,
yo, defensa contra las piedras
que una estrella disecada
arrojaba
desde las sábanas,
pero me abandonó
en el cajón
de su mesita de luz,
como moneda
en una fuente de agua
permanezco sí
hundido
en esta bóveda amaderada,
es como morir estar acá
ya no soy
espejo de luna
hogar del molusco
amiga de la espuma.