Cinco Aves Marías
Entre cinco Aves Marías,
un rosal y un limonero
a la sombra de una palmera,
venidas de la Virgen del Tránsito,
aprendí a amar a las mujeres.
Hoy lo que se llama sororidad,
antes se llamó el desayuno de los martes,
repartir dulzura en rebanadas,
cantar Querida con las entrañas,
revelar el pasado con la garganta.
Coreografía orquestada
por el manual de las mujeres de la limpieza,
danza de tristezas y dolores,
bálsamo de manos que se apilaban sobre otras.
Y desde el jardín, con la imaginación intacta
de inocencias que ignoran el peso del tiempo,
las veíamos surgir como un milagro:
ritual de unión de sangre,
aquelarre de vírgenes no inmaculadas.
Aprendimos, también, a pegar la oreja a la puerta
para escuchar lo que
no podíamos entender,
los trapos sucios
se lavaban en casa de todas.
Después, el tiempo tuvo que pesar,
llegó el día del té para más de tres,
las cuentas comenzaron a restar:
la Virgen del Tránsito ascendió.
Las pláticas prohibidas se encarnaron,
la oreja se pegó en el hombro de la otra,
la inocencia fue maculada.
Comenzó su danza propia.
Y ya no fuimos las mujeres
del manual de la limpieza,
creímos conjurar al diablo
las buenas costumbres,
ofrecer a las llamas
el amor romántico.
Lavamos los trapos sucios
a la vista de todos.
Pero no pudimos escapar del todo;
también cantamos Querida
para desgarrar la garganta,
a punta del mismo pasado.
Fuimos todo lo que ellas
jamás pudieron,
y aún así,
nunca podremos llegar a ser
todo lo que ellas.