Caín ascendiendo al cielo

En esta pintura hay una cárcel y en esa cárcel un muerto y en ese muerto una daga y en esa daga una pared y en la pared un cuadro despojado de colores: conviven allí un pintor rojo, un cínico penetrante, el caminante ancho de luz como un faro y un cielo angosto lleno de ramas donde saltan sin parar los torturados, los colgantes, los locos y los grandes electrificados de la historia.  

No podría describir el cuadro otra vez. Moriría si así me lo propongo. Es una maldición, un caos y un destino. Yo lo he encontrado. O él me ha encontrado a mí. Arrancarme los ojos es posible. Con este cuchillo al rojo vivo que guardo en la herida de mi pecho. Puedo dejar que el filo penetre la pupila derecha, en la pupila izquierda, abra un agujero en una, desgarre con soltura la otra, y los dos exploten sobre el cuadro.

Pero no lo haré. Moriría si así me lo propongo.

La historia -el primer sexo (que no es el tuyo, Eva) y la primera muerte (que no es la tuya, Abel; sino vuestra, Caín)- lo trajo hasta aquí. Hasta el fondo de mi casa luminosa. ¿Podía yo evitar el atrevimiento? Apareció de noche. Pero eran las once de la mañana. El sol arriba, fuerte. Trajo la noche a mi casa cuando la noche era una distancia nomás. En ese momento lo supe: todos murieron en Ortiz y yo quedé vivo. Respirando vidrio molido y sal, mucha sal, llamas y lenguas de sal. Los animales no murieron. Ocuparon las casas y las hicieron hogares. Entonces el cielo se iluminó para que pudiera ver lo siguiente. Llovieron cadáveres. Rotos, algunos aún calientes, con los ojos muy abiertos. Llovió, sí. Pero hacia arriba. Como si alguien necesitara que el mundo se quedara solo para que yo pudiera quedarme con el cuadro. Eso no habla muy bien de mí.

El cuadro no conversó. No dijeron nada su forma o su fondo. Su silencio me incriminó. Yo los maté a todos y llamé sus cadáveres al cielo. De eso se trata estar vivo, ¿verdad, Caín? Entonces le hablé. Le conté mis secretos y me escuchó. El cuadro los revelaría a la comunidad internacional más adelante y desde lejos alguien me odiaría a mí y a las raíces de mi árbol genealógico. No importa ahora. Él no tenía ojos pero yo sí. Se reía de espaldas. Y ahí lo pude ver. En su espalda había un gran edificio espiralado donde cientos de torturados subían y bajaban las mismas escaleras. Una y otra vez. Algunos intentaban caer. Otros lloraban para descansar. Pero no les era posible. Todos sangraban. Y en esa sangre otros cuadros más grandes y violentos contaban secretos e historias como nunca se había visto sobre la faz de la tierra. El cuadro y yo respiramos vidrio en la soledad que ahora compartíamos.

Me senté en el piso. Se escuchaba, lejano, el gozo de los animales. De pronto tocaron a la puerta. Miré al cuadro buscando las preguntas correctas. Le dije que abriría e intenté levantarme. Pero no pude caminar. Caí adolorido y desnudo. Tuve que arrastrarme hasta la puerta, raspándome el pecho, el pene y los testículos con el pedregullo afilado del pasillo. El cuadro había cortado mis tobillos y ejecutado un artificio para que no me doliera hasta levantarme. (Después aprendí que yo le había revelado ese deseo durante mis confesiones). Llegué hasta la puerta, que estaba abierta y quemada. Me miraron. Y aunque no quise ver lo supe. Allí estaban el caminante ancho de luz como un faro, el pintor rojo, el cielo angosto lleno de ramas, el cínico penetrante, los torturados, los colgantes y los locos (pero solo cien de ellos, no todos). Pasaron y como no había podido levantarme, me pisotearon hasta la muerte. Solo pude escuchar sus voces en el último instante. Todos, estoy seguro, tenían la voz del cuadro, que curiosamente era la mía. El último electrificado de la historia, dijeron, no el más grande pero sí el último. Como Caín ascendiendo al cielo.

Y me llevaron al fondo de la casa donde el cuadro me esperaba. Por primera vez en la historia de la tierra había amanecido.  

Jan Queretz

Jan Queretz (Caracas, Venezuela, 1991). Escritor venezolano. Cursó estudios de filosofía en Caracas. De 2012 a 2017 trabajó como profesor de literatura. Escribe la columna Literatura Viva en The Wynwood Times. Ha escrito una novela, Nuestra Tierra tan Pobre, inédita. Fue seleccionado para formar parte de la antología poética “Artesanía de la piel”, de la revista española “Altavoz Cultural”. Quedó finalista en el tercer premio de crónica literaria “Lo mejor de Nos” en Venezuela.  Ha publicado en distintas revistas en México y España. Dirige la revista Casapaís. 



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