Nidos en el abdomen
¿Alguna vez desterraré
la sangre que acabo de recitar?
Alguna vez… si no dejo de sangrar
esta sangre de tantos siglos
¿Quién necesita caricias
en la soledad de los hombres?
Él durmió conmigo,
dijo mi nombre
con su habla de dunas.
¿Quién necesita nanas
en el énfasis de los hombres?
Una madrugada alcanzó mi madrugada,
yació, amante Padre, ad-herido a mi espalda,
Nok, nok… su puño en mi vientre,
apretó fuerte,
empujó,
apretar,
empujar,
APRETÓ,
EMPUJÓ
hasta que saltaron las costuras del cordón umbilical.
Se incrustó, rebosante de carencias, en las entrañas.
Dejó el puño incestuoso
en las vísceras de mi cuerpo,
como un arpón se abandona,
después de la caza, en la ballena.
En la mañana
con espinas en mi lengua y garganta.
En la mañana
eyaculé por primera vez.
En la mañana
fui a encontrarlo.
Temí redención:
tarántula de cinco patas,
allí estaba, donde su dedo índice,
desde el abdomen,
señalaba:
en el espejo:
nuestros rostros, nuestras pelvis:
como dos muros enfrentados.