Esmeralda

Yo soy de Querétaro, y en Querétaro uno conoce quién es quién o quienes tienen el contacto de quién te cruza y todo eso. Tengo veintidós años. Soy soltera. Perdí a mi papá un año antes de venirme y me fui para abajo emocionalmente. Era muy apegada a mi papá. 

  Llegaron a México unos primos de Estados Unidos, de vacaciones. Gracias a ellos me crucé. Llevo un mes en Washington.

  —Se van a venir otras cuatro personas de Querétaro, ¿te vienes? —me dijeron mis primos.

  —No tengo dinero —les contesté.

  —De eso no te preocupes, acá lo conseguimos. Sacamos préstamos o lo que sea necesario —dijo.

  Y eso fue todo. Así le hicimos.

  Para venirte son quince mil dólares, mínimo. Tienes que pagar vuelos, camiones, coyotes, y a los zetas. Ellos están en toda la frontera, sin importar por dónde te cruces. Es mejor pagarle a los zetas porque hay quienes le pagan al gobierno, y eso sale peor. Sale más caro que no te cuiden los zetas y tener que pagarle a todos los municipales y federales; los ministeriales te bajan dinero. Así que mejor haces lo que te digan los zetas. Si te dicen que finjas ser la esposa o novia del camionero, o lo que sea, para que la demás gente no se dé cuenta de que vas a cruzar, pues lo haces y ya. Si no, te secuestran o hasta te va peor. Aquí una sabe a lo que viene. 

  En Coahuila te llevan a una casa o a un baldío, lo que sea que tengan y en donde no haya nada ni nadie, ni agua ni luz. A veces alguien pasa a llevarte comida, si se acuerdan. Pero no te pueden sacar a comer para que la gente no se dé cuenta de que estás ahí. Ahí tienes que esperar a que pasen por ti y te lleven a otra casa. Ahí yo estuve unos tres días. Pero después vas a otras casas, con más cosas, en las que duras semanas. Estaban también las otras cuatro personas de Querétaro, una de ellas mi prima. Pero ella no cruzó, se regresó. No cualquiera aguanta algo tan fuerte, tantos días sin comer en una casa con gente que no conoces. A veces no se puede hablar o dormir. Se necesita mucha fuerza para estar encerrada tanto tiempo en un cuarto de cuatro por cuatro y en silencio. Todo te pasa por la mente. No tienes ropa para cambiarte, no tienes cobijas; ahí te das cuenta de que no tienes nada, de que el hambre es fea, pero la sed es peor.

   Para llegar con el caminador te llevan en un camión que no se para a dejarte: va rápido y te tienes que lanzar. Te explican que para encontrarlo tienes que seguir un caminito detrás de una fábrica. Y cuando llegas con él, te tiran al suelo. Cuidado con hacer ruido y que la gente te vea. Ya ahí, te explican que todos se van a ir en fila; caminas unas tres horas sin parar hasta que llegas al río y de ahí hasta que llegas a Texas. No puedes traer celular. Todo esto de madrugada. He cruzado ya tres o cuatro veces. Solo hay una hora para cruzar el río. Tienes que llegar a la hora exacta porque si llegas antes o después, está más hondo. Tienes que saber caminar contra la corriente porque si no, no vas a poder y ahí te quedas. La primera vez que crucé, el agua me llegaba apenas a la pierna y estaba muy bajito, fue un tramo chico. Pero los ríos cambian y siempre es distinto. Son unos treinta metros de río que se cruzan en diagonal. Hay también un pequeño muelle, abajo del muelle es donde te tienes que vestir en tres minutos para seguir avanzando, y tener mucho cuidado porque por ahí vuelan muchos drones.

  Yo siempre he llegado por la parte de Texas, entre puros ranchos. Hay algunos sensores en el camino: tienen una barrita, y si haces que la barrita se mueva, llegan los de migración en helicóptero. Algunas veces he ido por un túnel debajo de las vías de un tren. También hay camionetas con sensores térmicos que detectan tus movimientos. Tienes que aprender a identificarlas y si las ves, irte lejos. Si tú activas cualquiera de estas cosas, empiezan a buscarte hasta que te encuentran. Te buscan con todo lo que tienen: en camionetas, con drones, con perros y helicópteros. Además, a cada paso te tienes que preocupar de las espinas, las serpientes, de dónde pisas.

  Supe de un chavo que movió una cerca para pasar. La cerca traía radar. Luego llegó migración. Cuando uno cruza la frontera lo acompañan las historias de otros. A veces ni siquiera necesitas que alguien te las cuente; las puras pisadas cuentan cosas. Una sabe, sabe si son frescas, sabe si son viejas, si se ven borradas, de qué tipo se ve el zapato, si se ven pisadas de perro pues por ahí pasó migración; y una intuye, una intuye lo que pasó…

Claudia Excaret Santos

Claudia Santos (Colima, México, 1998). Fue publicada en la antología Novísimas. República de poetas mexicanas por Los libros del perro en 2024, además ha sido seleccionada los últimos dos años por el Festival Internacional de Poesía Rio Grande Valley para publicación en las antologías internacionales Boundless 2022 y Boundless 2024. Su literatura ha sido publicada en las revistas digitales Primera Página, Letralia, Fleas on the Dog, La poesía alcanza, Hoja Negra, Red Noise Collective, el Blog libropolis de la UNAM.

https://www.instagram.com/claudiaexcaret/
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