El barrio va por dentro
Con los años me he dado cuenta de que pertenecer a un barrio no es solo nacer en él. Es una cultura pequeñita, como un chiste que solo entienden unos pocos o un escondrijo para el que no existen los mapas, y al que únicamente llegan los habitantes de buena memoria. Un barrio es muchas cosas: costumbres, motes, trueques y rincones; refranes, cotillas, quioscos y balcones. Solo recuerdan los detalles de los vecindarios quienes los han vivido. Los barrios me recuerdan a los sueños. Por eso mismo, ya grandecito y en contra del olvido, sigo paseando por los lugares que han visto crecer la talla de mis playeras.
Mi barrio, sin tanto humano, parecería el mismo que hace unos años: casas de cal y de ladrillo que lloran en invierno, bares ibéricos dirigidos por otra generación, poblados de familias grandes y un quiosco gris. Sin embargo, la mayoría de estos no han envejecido bien porque los han modernizado mal. Incluida mi casa, pero de eso hablaré más tarde. En los soportales donde viven mis viejos amigos, lo mismo hay una sastrería que un centro de manicura fashion… Al lado, hay un bar en el que trabaja el hijo del dueño. Ya no es lo mismo… «Curro aquí porque es la herencia de mi padre, y no me queda otra que comerme el marrón, pero en cuanto tenga unas pocas perras me largo de aquí y me mudo a otro lao», me dijo una mañana. Ya no he vuelto a entrar. Los «buenos días» cambiaron con el dueño. Y es que hay algo peor que cerrar el local: descuidarlo. Heredar el bar puede que funcione por derecho de sangre, pero heredar el barrio no. Hay que ganárselo. No basta con saber echar el café y pasar la bayeta, sino que al entrar, yo te diga «lo de siempre» y tú me entiendas. Así, unidos por esa complicidad, en los días de mucho trote, seré yo quien te ayude a recoger las mesas de la terraza. Ser del barrio no es solo tener un local en él.
Sigo con mi paseo y, como hacía en esas incontables caminatas volviendo del instituto, intento no derrapar por la cuesta que baja al metro. Miro desde abajo a las vecinas, que, cada vez más viejas, tienden y airean las sábanas amarillentas en los balcones, sobre una cuerda medio rota. Antes sonreían. Ahora cotillean. Se esconden bajo un toldo verde, ya sea por el sol, por la lluvia o por puro recelo.Hace poco, justo debajo de sus terrazas, abrieron un gimnasio nuevo al que suelo ir, y las tiendas confunden a los camioneros con los powerlifters. Entiendo que las vecinas ya no se fíen del barrio, y no lo digo por el gimnasio. El otro día, un chico que levantó más de doscientos kilos en peso muerto ni se inmutó al ver a una vecina sufriendo con las bolsas de la compra. Quizá los tomates pesen más que los hierros… o quizá es que los chavales de ahora solo miran por sí mismos. Sus corazones de ciudad no están hechos para el barrio. Pero esto no es solo de esta acera, en la mía pasa igual. Ya estamos cerca.
Veréis: mi casa da a dos calles, probablemente porque en mi familia siempre hemos tenido dos salidas para todo. Si salgo por la puerta principal veo un local con la persiana echada, los cristales sucios y un cartel de «se alquila», donde antes había una ferretería eléctrica. Ahí iba a comprar alguna que otra pila de petaca para mis maquetas de primaria con las que mi padre me ayudaba de pequeño. Ya nadie quiere pillar ese local. Y si salgo por la puerta trasera, en busca de esperanza, encuentro, justo al lado, mi churrería. Menos mal, esa no ha cerrado. No hay quien la mueva. La de resacas que me habrá curado… Para mí, la churrería es una segunda casa, un amuleto, tanto por cercanía, como por ese inconfundible olor a churros con el que he nacido y que es sinónimo de hogar. No sería la primera vez que, con el pijama asomando debajo del abrigo y arrastrando las zapatillas de andar por casa, cruzo la calle medio dormido, rogando que no haya cerrado, y que un primer bocado grasiento sea el que me dé la certeza de que sigo siendo de este barrio. Sin embargo, ya no se ve tanta gente como antes. Muchos protestan, y otros no le dan ni las gracias al pobre José, nuestro churrero, que se levanta a las cuatro de la mañana y ya tiene encargos pendientes…