Realismo inconcebible

Cada vez que cuento (a modo de anécdota colonial que no enorgullece), sobre la tarde en que mataron a un vecino a una cuadra de mi casa, los oyentes no ponen en duda lo contado. Algunos, quizá, se cuestionan qué tan probable es ser espectador en primera fila de una nota periodística diaria en México. Basta nombrarles uno que otro penoso suceso cercano para que no lo tachen a uno de mentiroso.

    No hace tanto de aquel asesinato. Dos años a lo mucho. De acuerdo a cifras oficiales, son incidentes más comunes de lo deseado, lo que me hace cuestionar mi sorpresa de aquel entonces. Quienes dudan de mi veracidad como testigo tienen un punto pues, en efecto, esos atropellos ocurren cuando uno se distrae. Cuando nadie mira para testificar que sí pasó y no se trata de una manifestación por obra de un espíritu profano. Una chica asaltada en mi centro universitario, una balacera nocturna en el parque de la esquina, secuestrados en la casa abandonada frente a mi parada del camión. Y la constante es enterarse después, cuando lo que pasó ya ha pasado. La abundancia de casos hace que me sienta, a su vez, culpable por mi inicial desaprobación a mi sorpresa.

    Mi habitación tiene una ventana doble amplia con vista directa a la calle. Desde ahí, empujando el mosquitero con la frente, podía ver el cuerpo tirado, las patrullas que aparcaron, las cintas amarillas y a los vecinos, que carecen de ventanas que sirvan de protección de identidad como vecinos chismosos. En mi defensa, la observación es parte fundamental en el oficio de escribir. También admito que me asomé por miedo. Estaba sentado frente al televisor cuando el sonido inconfundible de balazos no celebrativos atronaron en mi sala. Entonces recordé que mamá había salido a la tienda de la esquina. Otra peculiaridad de nuestro entorno se me aclaró con el ruido: víctimas incidentales. Subí a tiempo para verla entrar a la casa, ilesa. No así el número inidentificable de la estadística de seguridad en que se convirtió el asesinado. En esos días trataba de elegir algo que me intrigara lo suficiente como para escribir mi tesis de licenciatura. 

    Fue el taxista que me rescató de una calle transmutada en río quien desenterró aquel incidente. La casualidad de que mi conductor viviera cerca de mí, trajo a colación su muerte. Me dijo que conocía su nombre, su trabajo y de quién era pariente, pero no lo conocía como persona. Me habló de posibles amenazas de narcos, de manejo de drogas en la calle, de no ser quien la hace sino quien la paga. Desestimó mi papel en los hechos, hasta que llegamos a mi lugar de destino. Desde entonces ese vecino asesinado regresa cada que alguien me habla sobre tenerle miedo a la calle.

Acordarme de él me devuelve la noción (a ratos sedada por salud mental) de la omnipresente violencia que no deja espacio a la ignorancia feliz. En la televisión abierta hay niños sin chalecos antibalas, escuelas convertidas en salas de disparo, violaciones, asesinatos, secuestros, asaltos y matanzas. Masacres, aunque esta palabra evoque risas de desestimación. Me pregunto si es por eso que la gente intercambió la televisión abierta por servicios de streaming. Noticias que deprimen reemplazadas por navegar en mil y un ficciones plácidas. Lo plácido viene de su distancia como eventos ficticios, sin importar lo distópicas que sean sus historias. Mi celular me desengaña al mostrarme que, en las novedades de Facebook, no hay mucha disonancia. El humor negro no se ausenta en tragedias nacionales, estatales o coloniales: fue por vino y ya no vino, peluquín, asesinato en una ida a cortar el cabello, etc. Las novedades literarias tampoco se mantienen al margen. La nueva novela de Laura Baeza y el último libro de Hiram Rubalcaba, que es casi un ensayo sobre la violencia, me enseñan que no hay escondite que valga. Saturado, apago el celular, me recuesto y caigo en cuenta de que mi mente transmite las mismas inquietudes sociales. Por algo elegí ese tema para mi tesis…

Jesús Ramírez

Jesús Ramírez (Guadalajara, México, 1999). Ha publicado en revistas como Árgos y Áspera Fanzine. Antologado en los libros Ágapes y fuegos: muestra de escritura creativa 1 y Florecer en la incertidumbre de la Universidad de Guadalajara. Antologado como ganador del concurso de cuento internacional Ciudad de Insmouth en el libro Los niños de la colina carmesí de Ediciones Rubéo.

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