Ensayo acuático

Was wir verstehen und lieben, das versteht und liebt auch uns.

Robert Walser, Der Spaziergang



Me acuesto de espaldas en el río y me dejo llevar… Mi cabeza se sumerge hasta las orejas en el agua fría, los oídos cancelan el ruido exterior y duelen. La corriente me jala mientras veo las hojas de los árboles arriba de mí, como una película que va pasando frente a mis ojos, atravesada por la luz del sol y las nubes, mientras escucho Kid A de Radiohead en la mente y me sobrecoge una sensación de paz inmensa. Dura solo unos momentos. El trayecto se termina y hay que salir de ese trance para regresar al mundo. El mundo, es el parque. El parque por el que se pasea Aschenbach al principio de Muerte en Venecia; la parte aburrida donde el personaje todavía no ha llegado a Italia y uno no se imagina de qué se va a tratar todo eso. El Biergarten del que habla ese pasaje, por cierto, sigue allí. El mismo Thomas Mann debe haberse paseado muchas veces por la ruta de su personaje, pues cerca se encuentra un edificio con una placa que indica que allí vivió el señor de tal a tal año y que en ese departamento terminó de escribir Los Budenbrook. También Rilke caminó alguna vez por los senderos del parque y se encontró en uno de sus puentes nada más y nada menos que con Freud. «Hier am Eisbach», pone la placa. El Eisbach es el río. Más bien arrollo. «Arrollo de hielo». Y es que es agua glaciar alpina, casi siempre fría.

Yo, por mi parte, me he metido cientos de veces al río (aunque nunca haya sido el mismo), las mejores casi siempre estando sola, o más bien, cuando el río está solo, porque he aprendido que hay que estar a solas con él para escuchar mejor lo que murmura. Pero aunque me encanta dejarme llevar por la corriente viendo el cielo pasar y tocando a Radiohead en la imaginación, de un tiempo para acá lo que más hago en el río frío es surfear. Me pongo mi traje de neopreno en la casa, busco mi tabla en la bodeguita del sótano, la monto en la agarradera de mi bici holandesa y me voy andando por el pueblito, pasando por la iglesia a veces, a veces por el castillo, siempre bajo las miradas sorprendidas, cohibidamente alegres o indiferentes de la gente. 

En Bartleby y compañía, Vila-Matas habla de un montón de autores y artistas que se bloquean ante la escritura, la creación e incluso la vida en lo que él llama «el síndrome del No». En varios de sus ejemplos es la creación misma la que origina la frustración de la vida y de la acción. Como si la escritura y el arte le chuparan a sus creadores la energía. A mí, en cambio, escribir (y tener algo que contarle a mis amigos) me hace querer vivir más cosas, un poco bajo la premisa de que cualquier cosa puede ser material en algún momento. Un poco como el caminante de Robert Walser que le explica al de los impuestos que salir a pasear es esencial para poder escribir algo.

Pase lo que pase, al menos voy a tener algo sobre lo que escribir, pensé, antes de saltar a la ola… Y aquí estamos.

Me compré un traje de neopreno y Stefan me dio su tabla y me acompañó al río una vez, para ese mismo día reemplazar a la ola chica por la grande (porque claro que hay una ola chica y una grande). A partir de allí, seguí yendo yo sola y fue muy pronto que noté algo extrañísimo que casi nunca ocurre en lugares como este: gente sonriendo. No solo sonriendo, ¡sonriéndome a mí!, al verme así vestida y con la tabla en la agarradera que le adapté a la bici para no tener que cargarla yo misma. Después de un par de veces de hacerlo, me di cuenta de que mi look de surfa me daba el superpoder de generar sonrisas en extraños, por más mínimas y apenas visibles que a veces fueran. Esas son mis favoritas, de hecho: las sonrisas disimuladas de alguna gente que no se atreve a sonreírme de frente, pero tampoco puede evitar hacerlo. Esas y las de las mujeres (especialmente mayores) que me sonríen con una especie de complicidad aprobatoria que me da ánimos. Porque para aventarse a una ola (grande o chica) de agua fría, con nula experiencia previa, y a mi edad, se necesitan ánimos…

Isabel Ferrer

Isabel Ferrer (Ciudad de México, México, 1989). Es licenciada en filosofía por la UNAM y es maestra en filosofía por la LMU de Múnich, universidad en la que también realizó estudios de literatura comparada. Ha colaborado con ficción y ensayo en revistas digitales como Letralia, El Coloquio de los Perros y Bitácora de Vuelos.

https://www.instagram.com/laisaferes
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