Betelgeuse
La oración más profunda no es la que pide, la oración más profunda es la que ya no pide
Clarice Lispector
No se volvió a hablar de la noche azul. Nos acogió y la vivimos. Evocarla es repasar la noche de las primera veces. Nunca antes se pensó en un sol azul a medianoche: la noche azul era la verdadera melancolía, la negritud longeva del cielo nocturno resultó un trono adormecido y desproporcionado para esta. Bastante se dijo al principio, aunque para Senio tenía que ver con el proceso antiguo y natural de la explosión de las estrellas y distinguía en ello un lenguaje, una profecía. La metamorfosis: la detonación única. Cuando ocurre un hecho único no tiene otra opción que trascender. Llevo tanto aquí, Ámbar, que es solo para presenciar ese acontecimiento, me dijo cuando nos conocimos.
Años atrás, cuando fuimos adolescentes, comenzó a difundirse en todo el mundo la información de la supergigante roja perteneciente al hombro de Orión y de su inevitable explosión. Dejaría de ser una supergigante roja, agotando el hidrógeno de su núcleo, para ser una despampanante y voraz nebulosa planetaria. Una supernova alumbraría el proceso. Volvería al origen. Las estrellas nacen de nebulosas que, al detonar, optan por alcanzar la forma del nido, de la raíz. Dicha explosión probablemente ya había ocurrido, existía la probabilidad de haberlo hecho. Era una cuestión del tiempo y de su elasticidad hacer llegar su luz expansiva hasta acá. La esperamos muchos años, no solamente Senio y yo, también todo el planeta Tierra.
Senio se obsesionó con el tema y descubrió que en el año 1000 logró apreciarse el estallido de una supernova. Se dormía pensando en los rostros medievales compungidos y asustados. Las instituciones clericales habrían aprovechado el fenómeno para desentrañar un lenguaje divino. La voz de Dios jamás había sido tan estridente, tan hermosa. El apocalipsis, el retorno, el fin. Una invitación a la reencarnación. Senio me contaba con desvelo en el rostro, también con tristeza, que no vivió para esos años, él nació un poco después. Yo, por mi parte, no escuchaba mucho al principio. Mi atención estaba en su piel blanca, tan frágil al sol. Por eso sucumbíamos a la sombra durante el día, aunque la mayoría de las veces nuestro contacto se desenvolvía por las noches.
Supo también que nuestro sol —padre, decía él, cerrando los ojos, profundo—, tendría el mismo destino que la Betelgeuse. Estar aquí para eso, solo eso quiero, Ámbar, me decía, y me pasaba el tabaco…