No sé y Fernando

Aquí se quedaría rodeada de esta oscuridad donde nada podía suceder que no

fuera una muerte imperceptible, rodeada de las cosas de siempre

José Donoso

Camino con la cabeza agachada como todos los días. Así me protejo. Así no me ven y si me ven no hay ofensa, a lo mejor solo una risa breve, que se escapa entre murmullos. Luego viene su buenos días adormilado y repetitivo, pero no lo veo. Está prohibido vernos tan temprano y tan en público. 

   El primer silbido del Ingenio Sanalona, a las 5:30 a.m., es la alarma del pueblo. Solo tenemos media hora para prepararnos antes de que suene nuevamente llamándonos al inicio de la jornada. A las 7:00 a. m., apenas una hora después de entrar, es para el desayuno. Unos minutos después, nos pide que regresemos a trabajar. El último silbato de nuestro turno sale acompañado de una lluvia de tizne que cubre el pueblo. Mi padre una vez me dijo que eso pasa porque le hicieron muy chaparras las chimeneas; por eso la ceniza de la caña cae en el pueblo.

   Al hombre del pueblo no lo controla su mujer sino un silbato, me digo mientras camino a las oficinas. Y me río en silencio, con la cara al piso. Todos aquí saben los horarios: saben que en la tarde no debe haber ropa tendida porque se mancha de negro, saben que el hombre trabaja en el Ingenio azucarero y que la mujer trabaja en el hogar. También saben que se necesita engendrar para poblar, pero yo no sé si puedo ser padre. 

   Es hasta después del desayuno cuando lo puedo ver a los ojos y sonreírle. Antes del cuarto silbato. Casi siempre llega él primero. Se posa debajo del mango, junto a las pesas, atrás de las grúas, procurando que nadie nos vea. Ahí, en el rincón más solo y más nuestro, nos sentamos uno al lado del otro, con la espalda recargada en el árbol, y comemos mangos arrancándoles la piel con los dientes. Somos dos niños con los brazos escurridos por el jugo, con la cara embarrada de la pulpa, envueltos en el aire dulzón y empalagoso de la azúcar que producimos. Dejando los adultos que somos a unos pasos de ese lugar para no contaminarlos…

Ricardo Morales

Ricardo Morales (Culiacán, México, 1995). Ha publicado artículos de investigación en la revista Marmórea de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, así como cuentos y reseñas en la revista Timonel del Instituto de Cultura Sinaloense.

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