Carlos Katan - Poesía

Danie Franco

Poco es lo que puedo decir sobre este cuerpo.

Estas manos manchadas de sangre, las uñas y las falanges estranguladas de tanto aguantar, de tanto presionar en la oscuridad, de sostener irresolublemente la ira, los dedos enteros y sus cicatrices, porque cada imagen del mundo deviene en herida, fractura. Los tendones ejerciendo su poder, contrayendo, contrayendo, contrayendo. Los dedos se abren y se cierran, el puño se contrae, una misma imagen se repite constantemente en mi cabeza.

Como si nada de esto pudiese ocurrir, como si no fuese esto un medio para decir otra cosa distinta a la cosa que realmente es. Como si el estado de la cuestión no fuese este: las manos sosteniendo la gran carga del otro antes de arrojarse descoyuntadas con todo su brutal peso hacia el vacío. Los dedos se abren y se cierran, como el sentido, siempre sobre sí mismo, sin dirección, hacia ninguna parte, ningún lugar, nada que poner en orden.

El cuerpo, allí tendido sobre el blanco inmenso de las manos. Poco puedo decir de ellas, casi nada en realidad.

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A veces uno se mira el rostro y observa los pequeños agujeros de la liebre, el ensombrecimiento de ciertas cuencas, y las manchas cerrando todo espacio respirable. Como mirar un ojo con el otro abierto y poco a poco darse cuenta de que el ojo arrancado ya no ve nada y que todo lo percibe el que queda allí adherido al rostro, y se fija en la calvicie, los enrojecimientos por donde salen las larvas y los cuestionamientos fugaces a cada movimiento, que son también como una larva, como las palabras y las cosas que decimos, sus silencios, de los que tanta elocuencia esperamos. Como cuando uno se mira el rostro y no dice nada, ni nada espera, sino que se mira en la insoportable espiral que se genera en lo negro del ojo, ese reflejo-contra-reflejo y se hunde uno allí, y no sale y no habla.