Obra fallida (Tras las huellas del inmigrante)

PERSONAJES

AUTOR

ACTOR

TRADUCTOR

AUTORIDAD MILITAR

Nota: El actor interpretará tanto al traductor jurado como a la autoridad militar que hacen aparición; el personaje del autor podrá ser representado por cualquier otro dentro del juego de espejos que hila la pieza (y en la naturaleza misma del hecho teatral bajo cualquiera de sus manifestaciones).

II

ACTOR⎯. (las pausas son silencios de escucha) Buenos días. Busco al señor juez y a la autoridad local. Vengo de Inmigración, de la Oficina de Inmigración… Sí, soy el traductor jurado… (Intercambia unas palabras en su lengua de origen.) Por lo visto, el señor habla un dialecto muy particular del árabe de su región. No tendré problema en trasladarle todo lo que diga, y si encuentro algún concepto ambiguo, lo anotaré antes para evitar cualquier tipo de malentendido… Dice que él no es Awad. Que era él quien viajaba en el barco con Awad, su mujer y su hijo, pero que no es él… Dice que es quien va a hablarles porque es su mejor amigo. Tanto, que entre ellos se llamaban hermanos… Se conocían desde la infancia, de un pueblo a unos veinte kilómetros de Al-Bab que ahora está controlado por el Daesh. Dice que él es músico, se ganaba la vida tocando en locales del país, y que Awad trabajaba en el ejército sirio de secretario. Nunca cargó un arma. Al principio de la Revolución de 2011, se mudó a Alepo y empezó a trabajar de taxista… Allí conoció a Afraá y, al poco, perdió su taxi en un bombardeo. Se volvió al pueblo con ella, donde él y Awad estrecharon de nuevo su amistad, después de años de separación… Por lo que a menudo contaba, la abuela de Awad decía que el amor está donde puedes sentirte cómodo en silencio, y que lo que sentía con Afraá debía ser eso… Cuando su bebé estaba de camino, dice que Awad se dio cuenta de que tenía que educarlo. Lo habló con él una tarde en la tetería a la que solían ir. Él también buscaba la manera de encontrar un futuro mejor. Así es como decidieron dar el salto a Europa…

Pregunta si alguien puede darle un poco de agua…

Llevan ya unas horas en la playa y se ha corrido el rumor de que quieren llevarlos a todos de vuelta a casa. A todos los que encuentren, claro. Pero, ¿por qué no pueden darles sepultura aquí? ¿No son dignos para eso?, pregunta. Tiene miedo, como ya ha ocurrido, de que allá los entierren en común sin identificarlos y luego se los lleven de nuevo para borrar sus huellas, quizá lejos en el desierto. Pide que sean enterrados aquí, puesto que aquí han sido encontrados. Lo suplica. Que hay leyes internacionales que dicen eso mismo, señor juez y señores agentes, y que ruega ante ustedes. (Silencio. Hay una corta confusión inicial entre el uso del «ellos» y el «nosotros», entre «yo» y «él».)

¿Qué pasó exactamente? Intentará… contarlo… contarlo lo más claro posible… Un amigo común nos dijo… les dijo que tenía un contacto que nos permitiría… les permitiría viajar a España. El mismo día, Awad recibió una llamada. Pagarían 3.700 euros por cada uno y, al poco tiempo, estaríamos aquí. Yo… yo no lo pensé ni dos veces pero Awad tenía reparos por Afraá, embarazada del bebé. Se decidieron y, apenas veinticuatro horas después, subimos los tres en un autobús, nos llevaron a un gran hangar en el desierto, con otras casi sesenta personas, para huir de los puntos de control. Allí pasamos varios días. Luego, nos llevaron a la playa. Era de noche cuando llegamos.

Publicidad

El mar estaba en calma pero a los pocos minutos, unas olas gigantes se levantaron. Algunos en el grupo entraron en pánico. Los dueños de la mafia que nos llevaban nos advirtieron de que no se podía llevar a bordo amuletos, relojes o cadenas. Que cualquier metal debía dejarse en el suelo porque a los jengu, los espíritus del agua, no les gustan las joyas. Cinco o seis personas no aguantaron el miedo y huyeron poco antes de abordar la embarcación. Ya en el barco, la violencia del mar dificultó que cruzara las tres o cuatro primeras olas. Cuando conseguimos pasarlas, el hombre que conducía saltó al agua y volvió a la orilla. Otro tomó el timón. La brújula dejó de funcionar desde el primer kilómetro pero el barco seguía avanzando. Estaba muy lleno, y nosotros como anguilas en lata. He pasado el viaje casi en una sola posición. He estado vomitando todo el tiempo. Una parte de mi vómito cayó sobre un niño muy pequeño. 

Las cosas se pusieron tensas al día siguiente. El capitán había apagado el motor para ahorrar combustible y, entre todos, comenzaban a discutir qué dirección había que tomar. Algunos lloraron y rogaron que volviéramos. El capitán nos gritaba, instándonos a mantener la calma. No quería morir en el mar, decía. Finalmente, cayó al agua de un resbalón, o de un empujón de alguien, no estoy seguro, y se ahogó.

Fruto del miedo y la desesperación, empezó a correr la creencia de que alguien viajaba llevando algún amuleto encima. Que por eso todo estaba yendo mal. Un grupo comenzó a rebuscar entre los demás. Encontraron a tres mujeres con tres cadenas de oro recogiéndoles el pelo. Arrojaron las cadenas al mar y todo mejoró: la brújula funcionaba de nuevo, y ya teníamos cobertura de GPS y señal telefónica. Fue así. Con la señal telefónica, pudimos contactar a alguien en tierra y nos dijeron cómo proceder. Seguimos navegando pero yo me arreglé el chaleco y me quité lo que llevaba debajo para que se pegara a mi cuerpo: tenía un presentimiento de peligro. Cuando nos acercábamos y la fila se organizaba, se hizo el caos último. Todos querían saltar en seguida. El barco se fue a un lado, luego a otro… los casi sesenta que estábamos ahí caímos al mar con el arrastre de los golpes. Muchos de ellos no sabían nadar. Una ola me arrastró a una distancia de treinta metros. Pasaron cuerpos de niños por mi alrededor, chocando contra mí. Aún puedo oírlos gritar. Los que quedamos, oímos una sirena y ya pudimos subir al buque de salvamento…

Pide agua de nuevo, aún no le han traído la de la vez anterior. Les he contado toda la verdad, dice, ¿pero quieren saber todo lo que pasó? ¿Dicen que Afraá tiene marcas visibles en el cuello?... 

A los dos días de viaje, el sol era insoportable. Es una mala señal. Los aviones bombardean cuando el cielo está despejado, por eso tememos los días con sol. Me había dicho que no podría soportar criar a un hijo en un mundo con tanto odio, tanta crueldad. Que prefería no tenerlo a vivir en estas circunstancias. Pero Afraá… consiguió vivir en calma con ella… Vi cómo, tras el alboroto del capitán, en una esquina al lado del bote, la estranguló hasta hacer caer su cuerpo, que pasó desapercibido entre el bullicio y la confusión. Sí, está bien, él lo hizo, LO HIZO. Lo que es evidente, es torpe callarlo. (Señala al cuerpo en el centro de la escena). ¡Nuestro hombre ha enloquecido por sus desgracias! ¿¡Qué haremos ahora con ese cuerpo roto y deshecho!?…

Pregunta por qué nadie sigue sin poder traerle el agua. Está cansado y necesita parar. Ahora va a guardar silencio. En memoria de su mejor amigo.

Marcos Gisbert

Marcos Gisbert Ferri (València, España, 1983). Comunicador, filólogo y actor. Actualmente combina la dramaturgia, la poesía y la escritura de guiones, junto con la traducción y la crítica. Entre sus últimos trabajos, destacan Los deberes (V laboratorio de Escritura Teatral Fundación SGAE), Rojo (Ayudas a Creación de Literatura Escénica IVC/Institut Valencià de Cultura), La armonía de las esferas (XIII Premio Leopoldo Alas Mínguez-Fundación SGAE, Premio Latin Alternative Theater Award/LATA Especial Dramaturgia LGTBQ+ 2023, Premio Arte Internacional LLC Dramaturgia Internacional 2023), así como el poemario Alumbramiento (Ediciones Libros Indie) y otras piezas cortas estrenadas o publicadas (El lector de Celan o abstención de la luz; El invierno de las golondrinas).

Anterior
Anterior

Una página en blanco

Siguiente
Siguiente

Carlos Katan - Poesía