Helena Pagán Marín - Poesía
*
En verano el sol insistente desnuda los cuerpos.
Las muchachas azules esconden
transparentes
sus penas en el agua
y los muchachos corren tras ellas
temblorosos e impacientes
como una vela de barco.
La fruta, miel nueva, los acerca
y un gesto similar se traduce en sus bocas.
Enfebrecidos, taquicárdicos, presurosos,
flexionan sus rodillas y golpean contra el viento
el corazón de las toallas.
Esperan, diariamente, que la lluvia les asista,
pero la lluvia moja, con su hilera de espadas,
el sol ardiente y encendido de sus pechos.
La oportunidad de cada tarde expira;
las miradas quietas, en solsticio, expiran.
Mojados y risueños devuelven
sus cuerpos de la nube
Cenan callados, se visten callados, responden
al final del verano callados.
Y así esperan
con la seguridad de una ola rompiendo
la oscuridad ritual de la noche
a que regrese el verano.
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*
Escribo este poema para conjugar un bosque.
Si digo fosa, cavidad, hueco y de repente tus manos
se llenan de agua, es porque cruzan, están cruzando,
por el río de mi cuerpo, siempre tan igual y tan distinto.
Por eso fabulo la rosa, para ofrecértela nueva e intacta
cada vez que lo leas y me escuches.
Y por eso, también por eso,
lo escribo contemplando tus bromelias:
flores de corolas cortas
para las que el tiempo es un contorno
de luz que solo pasa si estremece.
Porque así es nuestro amor, pensarás, un localismo,
un sistema puntual y perfecto de paseos por el río
entre el que suele la memoria confundirse.
¿Pero acaso, te diré, no recuerda
la intimidad a un laberinto, a un sistema
de tramos iguales entre los que perderse?
Escribo este poema para conjugar un bosque
al que podamos, juntas,
volver siempre.