Jesús Enrique Sánchez - Poesía
Ikebana
Una canta florecida,
vaciada de savia seguidora,
oculta en su presencia vista.
Es el color sacrificado por su suerte,
el fondo ensimismado que descubre
la muerte de lo extenso.
Una rama vierte su líquido extinto,
descubre tres botones limpios.
Ya no son mañana,
son volutas duraderas
disueltas en su aroma
de niñas vegetales.
Estas flores del bien
no en todo corresponden.
Sus deseos
renuncian a sostenerse por más vida,
extienden su singular eternidad,
se añaden con olvido a la diferencia,
residen su cuerpo
por no haberlo diferido.
¿Puede diferirse el vacío?
Tal vez, sin el cuerpo humano,
bien llamado tierra.
Un lecho de cedro inicia el paisaje,
el agua indivisa
tampoco se sostiene totalmente,
sube y esparce una forma de forma.
Un nido verde funda su soledad
en el próximo descanso de la arena.
La flor reinicia su momento,
no tiene evangelio,
se promete abierta,
fluye con la montaña
en la memoria agregada,
la parte del reflejo que el agua necesita.
Tiene la vida merecida,
la de una metáfora,
el Sol negro de una réplica en todos.
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I
Respira el último azul
de una nieve trajinada,
revive la miseria
del paso semejante.
El sherpa agoniza sin intimidad
la cima del sueño.