Las cuevas

Caro Rue

Rectifico el paisaje de mi infancia

cada vez que describo mi pueblo.

La justificación es para complacer la memoria:

Amaso el camino de las huertas,

echo más agua al río,

cubro de asfalto las grietas de la carretera,

bajo la temperatura del verano, limpio

la piscina municipal.

No lo adorno todo:

Sigue la plaza donde nos lanzamos sanguijuelas,

ya se fueron los ciervos que habitaban el parque,

no quedan palés robados para hacer chozas

simulando ser la casa que nunca habitaríamos

alicatada con tubos y restos de obra.

Una tierra vestida de nomeolvides y jaramagos

finge ser el sofá donde dos niños de doce

duermen la siesta en verano.

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*

Soñé que mi abuela echaba a andar y no volvía.

Al principio lloré tanto que me fundí con el Genil,

como hacen todas las nietas que ven a su abuela marchar

en procesión con la noche hasta disolverse con el arrullo nocturno.

Luego me astillé los huesecillos para achicarlos, para

hacerme gorrión, seguirla, rogarle comida,

desplegar melodías a cambio de pan bajo su mesa

—canciones de viento oscilando a través del pico—.

De alpiste eran mis alas y mi pecho,

su clavícula, el columpio de esta jaula de morriña.

Me mantenía acurrucada contra su piel 

hasta que se cansó de mi canto y me desgranó 

el cuerpo que alimentó a otros cuerpos.

El crepitar de mis semillas al ser masticadas

fue la nana que me acunó en silenció y me despertó:

Abuela canturreaba haciendo pan en la cocina.

Abuela amasaba el cuerpo,

simiente de la que comería toda la familia.

Sheila Casado

Sheila Casado (Málaga, España, 1997). Es graduada en Traducción e Interpretación y Humanidades por la Universidad Pablo de Olavide. Asimismo, cursó el máster de Estudios árabes e islámicos contemporáneos en la Universidad Autónoma de Madrid, ciudad en la que reside ahora mismo, y ha publicado varias traducciones de cuentos y relatos con la revista de literatura Banipal. En la actualidad se dedica a la traducción y a la ilustración editorial.

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