María Teresa Morillo Áñez - Poesía
Dios encierra mares en los charcos del jardín
A Ruth
Y así la vida
al fondo de un minúsculo charco,
profundo y anfibio por la abundancia de los sueños
dejaba todo impulso
de volver al aire.
El animal que primero buscaba agua
para calmar su acostumbrada sed,
aceptaba
con cierta ternura
que se había hundido en ese charco tan conocido
para siempre.
Navajas de luz llegaban
hasta las flores acuáticas que crecían allá,
abajo,
y el corazón expectante indagaba las formas del juego,
del engaño.
Y así la vida,
ajena a la incrédula labor de las manos,
simulaba para el alma lo que en el cuerpo fue espasmo,
herida de otro sueño
que en febrero
nubló una tarde.
El animal del charco,
sin asombro ni sed,
por la virtud del abrazo dejó el fondo,
aquel lugar que con sus flores
y su luz
pudo ser un hogar.
Palabras de aquella voz
pronunciadas al ras del oído:
Ya no estoy
para estas cosas.
Desaparecido el animal, aún en el charco
dos cuerpos flotaban entrelazados.
Y así la vida.
Y así la vida.
Qué extraña forma ha conseguido Dios para recordarme
que ha muerto alguien
a quien amaba.
Publicidad
Decimoquinta lección: el dolor
Prófugo de insomnios
el hombrecito roba la antorcha
y abandona a los otros
en sombra.
Lo celebra riendo
y acomodando el pecho sobre las costillas
el diafragma y los pulmones,
que una vez más
como el primer día
se dan a la tarea de respirar.
Sabe que todos a tientas podrán moverse.
Arrastrarse.
Educar a los ojos
a descubrirse aún
abiertos.
¿En qué rincón del mundo
habrán conseguido a este siervo?
Que más que lavarlos
y perfumarlos,
quiere enseñarles
a ver.