Buscando a Marcelo Chiriboga
La ficticia y verídica historia tras el autor ecuatoriano del boom
En 1977 Marcelo Chiriboga aceptó realizar su primera y única entrevista televisiva. Era una oportunidad que no podía rechazar: Joaquín Soler Serrano, el afamado periodista de la televisión pública española, quería hablar con él. Por esos años, Soler Serrano había entrevistado a importantes autores de la literatura latinoamericana: Manuel Puig, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, entre otros. Ahora era el turno de Chiriboga, aquel escritor ecuatoriano que, para entonces, ya tenía fama de autor de culto. Un Kafka tropical, según algunos; el miembro de Ecuador en el boom latinoamericano, para otros. Y un perfecto desconocido en su propia tierra, según la mayoría de sus coterráneos.
Años atrás, la editorial barcelonesa Terra había publicado su gran obra La Línea Imaginaria, una sátira bélica traducida a más de quince idiomas que convirtió a Chiriboga en persona non grata en Ecuador. Desde entonces vivía en Berlín Oriental, ciudad de la que salió en tren rumbo a Madrid para su entrevista. En un principio solo estaría una semana fuera de lo que entonces se conocía como la República Democrática Alemana, donde vivía con su esposa, la actriz Remi Lowenberg, y su hija Sofía. Chiriboga no las vería nunca más.
De todas las entrevistas realizadas por Soler Serrano a los autores del boom, la del ecuatoriano es la única que no se puede hallar en Youtube. Quien escribe solo pudo verla gracias a la ayuda de la Fundación Marcelo Chiriboga, los mismos tras el reciente documental Un secreto en la caja, el cual rastrea la vida y obra del autor.
En la mencionada entrevista junto a Joaquín Soler Serrano —de una hora de duración—, Chiriboga se refiere a varios episodios biográficos como su infancia, su pasado guerrillero, su animadversión por París como la ciudad cliché y refugio del escritor latinoamericano exiliado, su vida tras el muro de Berlín, etc. El autor opina, apunta, dispara y acierta contra todos y todo: su país, algunos colegas del boom latinoamericano, los políticos que en Ecuador lo castigaron como persona non grata y las primeras persecuciones y privaciones de libertad en la República Democrática Alemana.
«—En Alemania Oriental —dice Chiriboga—, ahora, están sucediendo cosas bochornosas».
Y casi al final de la entrevista, Joaquín Soler Serrano le pregunta:
«—¿Qué recomendación les daría a los jóvenes de su país que quieran escribir?»
A lo que Marcelo Chiriboga, autor que paradójicamente por estos días casi nadie recuerda (ni menos lee) en su natal Ecuador, le responde:
«—Que escriban como si no tuvieran país».
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«La verdad es que no tengo una idea clara sobre esta máscara irónica», dice Julio Ortega, escritor peruano, crítico literario y desde hace varios años profesor en la Universidad Brown, uno de los académicos que desde los años del boom mapea lo que sucede con la literatura en América Latina. «Algunos personajes de José Donoso parecen esos intrusos de René Magritte que entran a una habitación flotando por la ventana como angelotes de clase media. Confío que esta encuesta nos entregue por fin un perfil verosímil de esta figura donosiana llamada Chiriboga».
Por su parte, Cecilia García-Huidobro, exdecana de Comunicación y Letras en la Universidad Diego Portales de Santiago de Chile, asegura: «Chiriboga formó parte de ese extraño momento literario llamado boom cuando los escritores latinoamericanos, aprovechando el peso de la noche cultural del franquismo, hicieron una suerte de rebelión contra el canon hegemónico y se transformaron en los jovencitos de la película». Cercana a Donoso durante los últimos años del chileno (incluso tiene el sillón que él usaba en sus terapias), García- Huidobro organizó una muestra sobre la presencia de Marcelo Chiriboga en numerosas novelas latinoamericanas. «Aunque a estas alturas sabemos que la industria contribuyó a la producción de ese fenómeno que hoy conocemos como boom».
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Era 1981 y José Donoso publicaba lo que para él y para muchos es su obra más autobiográfica. Ambientada en Cataluña, El jardín de al lado es un ajuste de cuentas del autor con varias cosas, entre esas, su propia generación literaria, es decir, el mismísimo boom. «Marcelo Chiriboga, el más insolentemente célebre de todos los integrantes del dudoso boom. Su novela, La caja sin secreto, es como la Biblia, como el Quijote, sus ediciones alcanzan millones en todas las lenguas, incluso en armenio, ruso, japonés; figura pública casi pop, entre política y cinematográfica, pero la calidad literaria de su obra sobresale», asegura Julio Méndez, el narrador de El jardín de al lado, un escritor chileno radicado en España que se siente manipulado por las garras de la agente literaria Núria Monclús (inspirada en Carmen Balcells). Y luego jura lo siguiente: «Yo estaba seguro de poder transformar mi novela en una obra maestra superior a esa literatura de consumo, hoy tan de moda, que ha encumbrado falsos dioses como García Márquez, Marcelo Chiriboga y Carlos Fuentes».
Aquella novela también fue el inicio de una broma literaria: Marcelo Chiriboga, miembro ecuatoriano del boom e inventado por José Donoso y Carlos Fuentes, el cual tiene su primera aparición en estas páginas. Si bien no hay claridad sobre el momento de su creación, ni bajo qué condiciones, no hay que escarbar demasiado para captar que Marcelo Chiriboga es un invento de la amistad y del deseo de complotar y armar un movimiento entre Donoso y Fuentes. Una teoría es que nació cuando el chileno estaba un poco de allegado en la casona de Fuentes en Ciudad de México mientras escribía Este domingo y El lugar sin límites, ambas publicadas en 1966.
Pasarían quince años hasta que Chiriboga apareció en El jardín de al lado. Un poco después, Carlos Fuentes lo incluiría en sus novelas Cristóbal Nonato (1986) y Diana o la cazadora solitaria (1994). En esta última, de hecho, el narrador (un autor similar a Fuentes) dice: «Yo había ido a visitar a mi amiga y agente literaria, Carmen Balcells, con un propósito caritativo. Quería pedirle que apoyara al novelista ecuatoriano Marcelo Chiriboga, injustamente olvidado por todos, salvo por José Donoso y por mí. Ocupaba un puesto menor en el Ministerio de Relaciones en Quito, donde la altura lo sofocaba y el empleo le impedía escribir».
Un año después de eso, Chiriboga tendría un nuevo cameo en Donde van a morir los elefantes, de José Donoso. Allí le seguimos la pista a Gustavo Zuleta, un profesor de literatura chileno reconocido como el mejor chiribogista de América. Zuleta acepta una oferta para trabajar en una universidad del Medio Oeste norteamericano que es visitada por Chiriboga, quien muere al final de la novela. Si en El jardín de al lado Chiriboga es el escritor de moda (el mayor representante del boom con su emblemática novela La caja sin secreto), en Donde van a morir los elefantes ya viene de vuelta. Esta es una novela llena de metáforas sobre el entonces caduco boom latinoamericano. «Porque por desgracia ya nadie lee a Julio Cortázar —se lamenta Gustavo Zuleta—. Y muy pocos a Marcelo Chiriboga, al que dentro de cinco años absolutamente nadie leerá».
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«En un sentido más profundo, quizás sea una broma. Y ante las bromas hay que reírse, disfrutarlas y hasta seguirles el juego», dice el escritor y periodista ecuatoriano Eduardo Varas, quien se enteró de Chiriboga a raíz de un artículo en El Búho, una revista literaria local, hace más de quince años. «Igualmente hay algo de justicia poética, ya que al ser Ecuador un país nombrado por una línea imaginaria que ayuda a dividir al mundo en dos hemisferios (norte y sur), resulta justo que nuestro autor en el boom sea también imaginario».
«Cuando era jovencita me molestaba, me parecía como un gran bullying para señalar nuestro defecto de invisibilidad literaria: el supuestamente gracioso chiste de que para que Ecuador tenga un autor internacional hay que inventárselo», agrega María Fernanda Ampuero, escritora guayaquileña nacida en 1976, autora de la colección de relatos Sacrificios humanos. «Ahora me parece interesante cómo algunos creadores del país se han reapropiado de ese personaje imaginario, pintoresco como el negrito de los frascos de cacao en Europa, y lo han hecho de verdad ecuatoriano».
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Marcelo Chiriboga nació en 1933 y creció en Riobamba, Ecuador, en el seno de una familia de hacendados. Fue el menor de tres hermanos: Antonio, Eloísa y Marcelo. El padre del escritor, Bartolomeo Chiriboga, era un militar retirado casado con Beatriz Lalama, proveniente de una familia de terratenientes en decadencia.
La infancia de Chiriboga transcurre en el campo andino. Según su hermana Eloísa, Marcelo —o «el Chelo» para los amigos— era un niño muy inquieto e imaginativo que jugaba con los hijos de los peones (con los que aprendió quechua). Chiriboga admiraba a su hermano mayor Antonio, quien fue obligado por el padre a ser militar en el peor momento posible: en 1941 comienza la guerra de Ecuador con Perú. Ahí muere Antonio, joven oficial del ejército, lo que marcaría profundamente la vida del futuro escritor.
Un año más tarde se firma el protocolo de Río de Janeiro. En este, Ecuador cede mitad del país a Perú. A partir de ese momento nace el mito del país que no se puede ver en el espejo. Desde entonces, dicen, los ecuatorianos se niegan a ver su país tal como es. «El Ecuador —como le dijo Chiriboga a Joaquín Soler Serrano—, es un país resentido».
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«Es el naipe que la crítica académica utiliza para explicar la invisibilidad de la literatura nacional a nivel mundial», dice Gabriela Alemán, escritora ecuatoriana y seleccionada en Bogotá39 en 2007. «Es el comodín del parnaso literario latinoamericano, que trata con condescendencia al hermano menor (en todo sentido) y que le otorga el don de la visibilidad gracias a una ficción». A su vez Juan Fernando Andrade, narrador, cronista y autor de la novela Hablas demasiado, asegura que «es un invento que se conoce mucho más fuera del Ecuador que dentro —y agrega— no me parece tan grave que el boom no haya contado con un ecuatoriano: me reí con la broma, pero nada más... lo único interesante es esa sensación de que el gran escritor ecuatoriano aún está por venir».
Esteban Mayorga, escritor ecuatoriano y académico en la Universidad de Nebraska se pregunta: «¿Quién es Chiriboga? La respuesta simple es que es solo un personaje de ficción, y es la más verdadera». Mayorga recuerda que en una de las presentaciones de Un secreto en la caja, en Quito, la gente levantaba la mano para preguntarle al director cómo era posible que no hubieran escuchado de Chiriboga en el colegio, en las clases de literatura. Y argumenta que asimismo Chiriboga es sintomático de algo más: de la forma en que grupos de escritores reunidos bajo etiquetas como el boom, McOndo, Bogotá39 y Granta son escogidos. «Nadie “merece” estar en una lista o ganarse ningún premio; nadie “merece” ser o no parte del canon, a priori, simplemente porque en todo proceso de selección hay una arbitrariedad terrible —dice—. La forma de proyectar el capital simbólico de un autor parece depender casi más de otros agentes y no del autor en sí; y ese es el verdadero chiste de la creación de Chiriboga».
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Una nueva tragedia, esta vez natural, afectaría la vida de los Chiriboga: el terremoto de 1949. Como consecuencia su hacienda quedaría totalmente destruida y los Chiriboga tuvieron que migrar. «Llegué a Quito a causa del terremoto, como un desplazado —recordaría Chiriboga en la entrevista para la televisión pública española—. Y Quito fue un espacio muy importante para mi formación». En efecto, fue ahí donde Chiriboga trabajó como periodista, pasó largas tardes en la biblioteca pública, firmó incendiarias columnas en el diario El Comercio bajo el apodo de Pepito Donaire y, al igual que muchos jóvenes de entonces, se politizó. Era 1962 y a lo largo de América Latina todos querían emular la revolución cubana. Así, bajo la influencia del Che y Fidel Castro, un grupo de barbudos y delgados jóvenes ecuatorianos forman un campamento a orillas del río Toachi. Entre esos, claro, estaba un comprometido Chiriboga. De todas maneras, esta experiencia —llamada La guerrilla del Toachi— nunca sucede; al parecer debido a un infiltrado. Muchos años más tarde, esto le serviría a Chiriboga como material para su segunda novela, Diario de un infiltrado, de 1973.
«No tuvo, no tiene trascendencia, excepto para unos pocos», rememoraría Chiriboga, un poco afligido, sobre sus años como guerrillero. Tanto él como sus compañeros serían apresados. Junto con la guerrilla se perdería un puñado de cuentos que el autor ecuatoriano reescribiría en la cárcel y los enviaría al concurso de Casa de las Américas bajo el título Jardín de piedra. Chiriboga gana el premio y la colección se publica en La Habana. El libro nunca llega a Ecuador, país que por entonces había roto relaciones con Cuba. Una vez fuera de la cárcel, era obvio que tendría que seguir los mismos pasos que los demás autores del boom. En 1963 el autor se sube a un barco bananero rumbo a Europa, donde luego de un año agridulce por París finalmente se instala en Berlín Oriental, la capital de la República Democrática Alemana, donde trabajaría como profesor.
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«Chiriboga de alguna manera proyecta la invisibilidad de los escritores ecuatorianos en el contexto internacional», dice Javier Izquierdo. Treinta y cinco años después de la primera aparición de Chiriboga en la novela de José Donoso, Izquierdo juntó las distintas versiones de este autor apócrifo y estrenó el documental Un secreto en la caja (2016), que explora la vida del ficticio escritor ecuatoriano a través de entrevistas, visitas a distintas ciudades, material de archivo y su libro más importante, La línea imaginaria. El guión nació a partir de las piezas que Donoso y Fuentes dejaron, pero también Javier Izquierdo y su hermano Jorge llenaron los vacíos y versionaron sobre temas, a estas alturas, chiribogianos. En algún momento los hermanos Izquierdo barajaron diversas ideas: como que Chiriboga se exilió en Japón, donde se hacía profesor de literatura y entablaba amistades con Kenzaburo Oé, Toshiro Mifune y Kazuo Ohno. O que el autor ecuatoriano viajaba a Lima como asesor de la campaña presidencial de Mario Vargas Llosa en 1989, e incluso, empujando el tema bélico, imaginaban que Vargas Llosa ganaba las elecciones e invadía el Ecuador durante su gobierno.
«Y han pasado cosas muy divertidas —cuenta Javier Izquierdo—, como personas que preguntan por los libros de Chiriboga en las librerías (alguna vez me llamó un librero para reclamarme), y gente que hasta ahora escribe a la página de Facebook de la fundación Marcelo Chiriboga, con la cual promocionamos la película, pidiendo más información sobre él y sus libros».
Un secreto en la caja es un documental que juega con nociones como la verdad y la mentira, pero que más bien investiga lo terriblemente amnésicos que somos en América Latina. O, como lo dice en el documental Luisa Castellet, hija del editor de Chiriboga: «Si el pueblo olvida su historia, entonces la historia puede volver a repetirse». En el documental se muestran fotos (trastocadas) del boom en las que aparece Chiriboga, interpretado por el actor Alfredo Espinoza, junto a García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes. También aparecen portadas apócrifas de sus novelas (incluyendo traducciones a distintos idiomas), y entrevistas a su supuesta hija, Sofía Chiriboga-Lowenthal, una artista conceptual residente en Nueva York quien tampoco tiene demasiado claro quién fue su padre (y por qué su importancia). «El documental de alguna manera plantea que, si un escritor no es conocido en su propio país, no puede ser conocido en el resto del mundo», asegura Javier Izquierdo, para quien la figura de Marcelo Chiriboga no es más que una broma: «Una excusa para hablar de cosas más serias y, sobre todo, para inventar».
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Sucedió en la década de las grandes novelas: La ciudad y los perros (1962), Rayuela (1963), Cien años de soledad (1967), y La línea imaginaria (1968); para muchos la gran sátira bélica del boom. Esta es una novela donde, según los que la han leído, se respira el aire sesentero y la onda anti-Vietnam. En La línea imaginaria le seguimos los pasos a un grupo de jóvenes soldados que se pierden en medio de un conflicto bélico:
«La guerra ya había terminado, pero ellos no lo sabían. Tampoco sabían en dónde se hallaban. El río les guiaba, caminaban junto a él, sobre piedras de distintos tamaños que amenazaban con tirarlos al suelo si pisaban en falso —se lee en uno de los pocos extractos que se conocen de esta obra clave de la literatura latinoamericana—. Lentos, cabizbajos, con los brazos estirados, sosteniendo esos rifles viejos que apenas habían aprendido a usar y que quizás ya ni siquiera funcionaban, los hombres marchaban, puestos un remedo de uniforme como si el ejército nacional se hubiese transformado en un circo ambulante».
Al final de La línea imaginaria los soldados no saben que la guerra se terminó hace años. Ni tampoco que no tienen un país al cual regresar, porque Ecuador, derrotado por el Perú, ya no existe. Así, dos años después de su publicación, la novela es catalogada como antipatriótica por el gobierno de José María Velasco Ibarra y es prohibida en el Ecuador (esta censura se extiende a lo largo de las dictaduras militares de los setenta y afecta sus posteriores obras). Y Chiriboga permanece como un perfecto desconocido en su propia tierra.
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«Chiriboga viene a ser algo así como el Kilgore Trout de Kurt Vonnegut, pero en versión boom latinoamericano. Es decir: un Trout al que le fue muy bien, le fue probablemente muchísimo mejor de lo que merecía su obra». De pasaporte argentino, aunque residente en Barcelona desde hace varios años, Rodrigo Fresán incluyó a Chiriboga en su novela La parte inventada. En esta juega con la idea de un escritor latinoamericano «políticamente correcto», el cual se puede armar y desarmar artificialmente como un mueble IKEA, y de ahí su apodo: «IKEA funciona un poco como un Marcelo Chiriboga del siglo XXI. Su versión joven y rapaz y oportunista y muy consciente de los sucesivos stages a ir jugando y superando en el gran videogame del más o menos joven escritor latinoamericano a ser reconocido y celebrado en el extranjero».
Durante los noventa y los dos mil, con la muerte de Donoso y Fuentes, Chiriboga no desapareció de la literatura latinoamericana. Al contrario. Algunos escritores de los noventa—aquellos conocidos tanto por la Generación del crack como por la antología McOndo—, tomaron prestada la figura del autor ecuatoriano para sus propias ficciones.
El escritor mexicano y académico Eloy Urroz describe a Chiriboga como «un gran escritor ecuatoriano, el novelista del boom que faltaba: una mezcla de Sergio Pitol y Fernando del Paso». Urroz lo incluyó en Fricciones (2008). «Esta novela es mi homenaje a Rabelais, y porque sin Rabelais no habría existido Chiriboga».
Alberto Fuguet también incluyó a Chiriboga en su novela Sudor (2016), la cual trata sobre el mundillo literario y editorial chileno (y, por extensión, latinoamericano) en la era de Instagram, Tinder y Grindr. «Hay algo paternalista y asqueroso también en Chiriboga: al inventarlo, lo que está detrás es la idea que ellos eligen —dice Fuguet desde Santiago de Chile, ciudad que al parecer Chiriboga nunca visitó—. Qué hubiera pasado si de verdad un escritor ecuatoriano de talento hubiera aparecido. Bueno: lo hubieran aplastado o no hubiera tenido chance. El boom era una mafia, y recién la que le hizo competencia, no literaria sino en ventas, fue una chilena exiliada en Caracas llamada Isabel Allende, que copiaba a Gabo. Todos los autores post-boom que aparecieron, tanto en países grandes como países chicos, no fueron parte de un club ni tuvieron exposición continental hasta que llegó Facebook».
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A más de cuarenta años de su primera aparición, la figura de Chiriboga todavía genera todo tipo de reacciones y posiciones en Ecuador. Para algunos es un chiste repetido; para otros, una oportunidad de seguir versionando un mito ya casi latinoamericano. También están los que no quieren oír su nombre nunca más. Un par de años atrás el autor quiteño Diego Cornejo Menacho escribió una novela, Las segundas criaturas (2010), en la que se dibuja un cuadro completo del personaje y lo transforma en una figura representativa y universal de la literatura ecuatoriana. También se le vio recomendado en una antología con cuentos de escritores jóvenes, la cual venía con un blurb del escritor ficticio, pese a que este supuestamente murió en los noventa. Años atrás, también, un canal de televisión privado pidió a los televidentes/ciudadanos que enviaran candidatos para escoger al mejor ecuatoriano; en la larga lista, como era de esperar, estaba el autor tras La línea imaginaria.
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Como la mayoría de los autores del boom, en algún momento Chiriboga vuelve a sus raíces. En 1979 publica La caja sin secreto, novela sobre un ficticio escritor chileno del boom llamado José Donoso, y en la cual critica a su generación de escritores latinoamericanos. Para entonces llevaba un tiempo viviendo en París, hasta que, en 1980, se levanta la censura en contra de sus obras y persona. Entonces regresa a Ecuador, país que retorna a la democracia. Un año después estalla la Guerra de Paquisha con el Perú, y ahora La línea imaginaria es leída por los ecuatorianos como un texto patriótico. Lo cual, claro, horroriza a un autor que siempre consideró los nacionalismos como una peste. Chiriboga compra todos los ejemplares de su gran novela y se refugia en la hacienda familiar, de donde no volverá a salir. Una versión dice que moriría en los noventa. Dejaría tras de sí un libro de cuentos y por lo menos tres novelas (La línea imaginaria, Diario de un infiltrado y La caja sin secreto), con las que se ganó un espacio en la literatura latinoamericana, pese a que durante la siguiente década su figura sería totalmente olvidada en Ecuador, o por lo menos hasta el 2001. En ese año, Carlos Fuentes le daría una entrevista al diario quiteño El Comercio y confesaría lo siguiente: «Como no hubo un escritor ecuatoriano del boom, entonces José Donoso y yo inventamos un escritor ecuatoriano que se llama Marcelo Chiriboga». Fue la única vez que el mexicano se refirió a la broma literaria que inventó junto a su colega chileno. «Aparece en muchas novelas de José Donoso y mías. A veces enamora señoras, a veces se muere, otras resucita. Por lo menos ese favor le hicimos a Ecuador: le dimos un miembro del boom. Por ahí anda Chiriboga. Y, a lo mejor, hasta nos sobrevive».