Cinco poemas - Álvaro Macías Rondán
Los naufragios
El paisaje empieza en el porqué
ROSA CHACEL
Busca tu palabra que es ahora jeroglífico.
Busca el llanto de un padre, el ácido
olor a cereal de los orines.
Busca del tiempo un terremoto y vuelve
o sal a la vanguardia del pasado,
buscando de la libertad una salida,
de la delicadeza una madera corrupta,
del corazón que llames tuyo,
su mandíbula.
Y parte la quijada de ese extraño.
Extrae de su exhalo algo irrompible
y empuña ese escudo como lo que ahora eres:
el rey de esta intemperie que dominas,
la lluvia de este gris callejón con tu apellido,
el mes con el día al que te asomas.
Hay elección y aún no lo entiendes:
aquel que naufraga tiene también en su mano
alcanzar la orilla y escribir su nombre.
Destino de sal
Otra vez aquí, en el destino,
en este cruce de uñas, en este secarral de lágrimas,
donde los castillos han dado paso a la intemperie,
los olivos a perfectas astillas,
el plural a un átomo horrible.
Donde tomarte de la mano es ahora un folio sucio orilla de la fiebre.
El destino está abierto como la tripa de los bueyes
o el pescuezo de un burro
y aquí me alimento de musgo y de pieles muertas
—patrimonio inhóspito del llanto—.
Me adelantan los días que no vivo contigo.
Me cae el sudor a chorros, su sal de simulacros.
Los anillos son triángulos de victorias perdidas.
La luna se hace hueco entre mis piernas
como un chamán dormido
que no ha deshecho el equipaje ni destensado mis fallos.
Error. Culpa. Jadeo vacío.
El pasado es el carbono en lejanos planetas.
El futuro, una coherencia gritando libertad por debajo de los manicomios.
Otros sí que saben de qué hablo cuando digo tu nombre
porque hablo el idioma de los que el amor ha doblegado.
Le importo a los perros.
Otra vez aquí, en el destino, aquí siempre.
No soportaré de nuevo el lastre inútil del mal olvido
porque he sido aquel que conoció el poder oculto del cieno,
de la broza, de la marihuana, del kumquat y de los besos:
agotamos el amor como una serpiente,
de un solo bocado.
De nuevo aquí, donde la noche me forja.
Donde la noche me forja
y extraño la hermosa pringue de las jacarandas,
la profana amistad de las peluquerías,
y me doblego a la avaricia final de la nicotina y el espanto.
Cerca está lo imposible.
Lejano lo demás.
Debiste, sin duda,
morderle a mi vida el corazón
si te gustaba lo amargo de su asunto,
si ya mordiste otro duro invertebrado
ser que nunca fuimos.
Debes ahora, sin duda,
marcharte, alejarte, irte,
dejarme aquí, de nuevo aquí, en el destino
con sangre de lobo y una cruz de gitanos
sobre el alma.
Con toda esta tristísima cohorte de lirios.
Y tal vez no grite. Tal vez ya nunca más grite.
Pero lloraré.
Y esa será mi venganza.
Leonard Cohen
But let's leave these lovers wondering
why they cannot have each other,
and let's sing another song, boys,
this one has grown old and bitter...
Es más litúrgica la cama que no espera,
es más elocuente el semen como bestia,
está más desnuda tu mirada que no miro
porque en ese campo ya hundí todas mis bocas
y todo mi tuétano se volvió un mal demonio
pues en cada recuerdo habita un espejismo,
una ilusión de que el barco ya no es pecio
sino un fulgor triunfal entre los diques
del astillero del futuro que no llega,
y entro en mi cama como se entra en las escuelas
a aprender a olvidarte como se olvidan los hijos
del vientre y del juguete que se oxida,
como se olvida el mar del marinero,
como se rompe una ventana con un libro
de poemas que cayeron en veranos,
de historias tan salvajes que ahora vuelan,
donde nunca hicieron nido los fantasmas
porque creamos en lo oscuro un territorio
que sólo pueden habitar los que no fuimos,
y cierro los ojos con actitudes lejanísimas
al sentir un frío tenaz como una lluvia
golpeando el alféizar, llamándome a filas,
a volver a escribirte que no te echo de menos,
que si acaso escribir tiene razón para los locos
no soy menos cuerdo por decirte una mentira,
por tratar de comprender a los ahorcados,
por querer vender quincalla de nostalgia
al dios misericordioso de algún mito,
y sueño que no sueño que te tengo
aún entre mis brazos como en un mal almanaque,
que me sé cada taxi que pasa por tu puerta,
cada verbo que usas con extraños,
cada lunar cobijado entre tus senos,
porque amar tiene un cielo reservado
para aquellos que han sabido pecar.
Y supimos.
Pero no ignores que yo también puedo abandonarte,
que la derrota es un tren que no negocia,
que desconoces de mí lo que yo mismo desconozco,
que negarnos será sólo cuestión de perder el infinito.
Bajo las raíces
Pero no obstante no puedo creer
que mueras, vida, en tanto que amas.
FRIEDRICH HOLDERLIN, TRAD. JOAN VINYOLI
Mirar desde abajo las raíces
y detener el tiempo. Eso es la muerte. Por ahora
apenas tengo espacio para pensarla
pero ahí está, arrellanada
sobre la cama que me espera, en la calle
pidiendo limosnas o cantando saetas, en el puerto
cuando llega un viejo barco.
También en la madera está la muerte.
También en las manos que han escarbado esta tierra.
Tras las raíces, las nubes. Lejanas.
Como ya el ayer.
Muere también quien no distingue
la muerte de dos labios.
Y hay algún grito de perro que lloriquea.
Los gusanos bisbisean con su bisectriz
que nada los une más que un cuerpo frío y solo.
—Pon tu mano en mi costado y siente y palidece—.
Mientras el otoño empapa el campo de amarillos
y se meten en mi pecho los depredadores.
Es el amor quizá otra muerte, quizá otro llanto.
Quizá una biblioteca.
Aunque el amor está lleno de libros vacíos.
Para él sí tengo espacio y tiempo
pero no raíces ni barcos ni cama ni limosna.
Todo lo más es algo lejano.
Ayer aún eras una nube
—del amor me quedan la culpa y este cuerpo—
y yo un niño jugando con sus formas
dentro del laboratorio de vidas que es la infancia.
La muerte sigue ahí porque sabe
que no es en vano su espera.
Y yo tengo el amor dentro de la boca
colérico, agitado y enfermizo
como una bandada de pájaros negros y mojados.
¡Amor!
El amor
Sobre aquellos que hablas se forja el mundo
en el estudio de la medianoche
con las siluetas bailando lo que no entienden:
a veces escondidos les repartes tu luz muerta.
Todos se sienten atados a lo que pasa de largo.
Todos te nombran como se nombra la menta,
el oscurantismo de raza animal
que daba la razón a los viejos actos.
Eres hijo de sueños sepultados y del ahora,
de los complots de silencios entre los amantes.
Durante muchos años has acaparado máscaras,
puñales, mercrominas,
quizá un águila te viera.
Pero si faltas
queda un calendario muy mal roto solamente,
caminar hacia otro exilio,
un bronce sigiloso.
El temor a maldecir en tu nombre.
Lo sé porque los fantasmas no tiemblan
a no ser que les llegue la hora de estar vivos.
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