Andrés Segura - Poesía
Perdón, padre
El perdón no tiene un color asignado.
Pero me vestiré con el nombre y cuerpo
de los hijos modélicos,
bíblicos: David, Samuel, Isaac…
Haré el silencio recostado en tu hombro
de hombre sufrido en silencio,
como el sediento que solo bebe y habita la sombra
después de las heridas.
No miraré tu cara.
Sabré que estás vivo porque sostienes mi cabeza.
La palabra hijo no será entonces un sinónimo de víctima.
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Lo que no debe el cuerpo de un hijo
Papá se quedó.
Su mano en mi cara pesaba tanto
como la primera vez que mi boca no pronunció las palabras
que él demandaba.
Mamá no estaba.
—Mejor, pienso—.
Papá se quedó.
Las paredes de la casa tenían pulso de gelatina.
Los bichos abandonaron sus hogares de grieta.
—Aquí sentí envidia—.
Papá se quedó.
Su sombra se percibe aun cuando su nombre no asoma.
Desde el fondo de su cuarto, ropa o zapatos nace un grito
que censura.
Nuestros cuerpos se asemejan a las paredes.
El cuerpo de un hijo nunca debería temblar.