Un poema de Laura Pérez Marrero
Vuelvo a una ciudad en la que estuve contigo y pienso en las piedras para no llorar
En el principio era la piedra
y sobre la piedra fue lo demás.
Llegaron, después, los hombres.
Se irguieron para distanciar
Su mirada de la tierra.
Fueron engendros lampiños
Y sus manos deformes
inventaron
el agarre y el golpeo.
Dos pulgares oponibles fueron suficientes
Para fundar la violencia.
Aprendieron a hablar
y a matarse.
Por los muertos crearon
a los dioses.
Entonces, y no antes, tuvieron miedo
Y enterraron a los hombres.
Por el habla aprendieron a decir
esta piedra es mía.
Mía y no de otro.
Con el habla llegó el roce y con el roce
El fuego.
Los hombres erguidos se plegaron
y acercaron sus bocas al suelo.
Escogieron la quietud
de la presa
y fundaron con ella
y con sus piedras
ciudades.
Ciudades como esta,
donde las naranjas
crecen en las plazas
sus raíces absorbiendo con ansia el agua
a través de todas las
esta piedra es mía,
robándole minerales al génesis.
Donde las naranjas
son pasados arqueológicos
y guardan rituales de amor antiguo.
No hemos cambiado tanto.
Fruta atemporal en boca,
seguimos comiéndonos
a nuestros muertos.