Tres epopeyas alrededor de Rosas
Estamos todos más que acostumbrados a leer en epopeyas las fantasías de los poetas antiguos y las historias de civilizaciones que precedieron, por siglos y siglos, a la nuestra. Están los personajes ficticios (en Homero y hasta en José Hernández o Zorrilla de San Martín) y los reales, aunque siempre pintados con imaginación (por ejemplo, en la Alexandreida sobre Alejandro Magno y en la Divina Comedia).
Una epopeya que se centra en una historia mucho más cercana, mucho más real, es Rosas, de 1918. Fue obra del poeta laureado de la Corona inglesa John Masefield, a quien Muriel Spark llamó el mayor escritor inglés luego de Chaucer.
Su Rosas, según el traductor José Luiz Muñoz Azpiri, está inspirado en la leyenda del caudillo que le había contado su amigo William Henry Hudson, pero también alimentado por los relatos de Darwin y Garibaldi en sus memorias. La historia del Restaurador había llegado mucho más lejos que la de cualquier otro sudamericano, y es hasta el día de hoy uno de los próceres argentinos más nombrados alrededor del mundo. Así y todo, en el poema se hace obvia la atmósfera típica de los cuentos de hadas o folclóricos, y hasta la confusión con otras tradiciones como la norteamericana. Entre los bosques, los reyes, los personajes chatos y romanticones, nota Muñoz Azpiri, se mezclan palabras que hablan de las tribus indígenas y dejan al descubierto los prejuicios típicos del pueblo estadounidense.
En la infancia del Rosas de Masefield, una especie de adivino llora al conocer al niño y ver en su futuro tanta sangre. Luego el padre muere y Rosas huye de su casa. Se desata, tras varios años, en «la ciudad del Senado» una guerra, y los políticos deciden terminarla con una solución polémica: poner al país en manos de un líder que represente a ambos bandos.
Es en este momento que las licencias poéticas se vuelven reticentes a adaptarse a un color local. Puede ser un intento de que el lector inglés entienda mejor el relato, o puede ser también pereza y nada más. De hecho, el Rosas de Masefield no se preocupa por las ideologías, no le importa explicar el por qué del conflicto, no se menciona el federalismo, los unitarios, ni siquiera se nombra a Buenos Aires. Los bandos son los Reds y los Whites, y todas las metáforas (algunas ridículas) se quedan en esos colores. Como si lo único importante fuera la decoración, la vestimenta, la dialéctica, en fin, los signos y no los significados.
Los senadores envían a un mensajero a caballo que llega al norte y encuentra a Rosas para traerlo de vuelta a la capital. Rosas asume como un «dios de los gauchos» y a la vez un rey malévolo y psicópata, que no para de reírse mientras manda a matar tanto enemigos como seguidores durante las cenas y que apresa a su familia para que no lo convenzan de tener piedad.
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Durante su «reinado», una muchachita conocida entre los caudillos y llamada Camila O'Gorman huye de la casa con el cura Lawrence para empezar una nueva vida juntos: se van hacia el oeste, aunque la historia real cuenta cómo llegaron a Corrientes, al norte. La traducción ahonda en la negligencia de las licencias poéticas, no se ocupa en llenar ese hueco: traduce a los bandos como «Blancos» y «Rojos» en lugar de «Unitarios» y «Federales»; la frase «Death to the Whites» pasa a ser «Mueran a los Blancos» y no «Mueran los salvages Unitarios»; la Mazorca, que es bautizada como «The Strangler’s Gang», se traduce por alguna razón como «El Club de la Muerte», y Lawrence no es Uladislao (como el cura histórico) sino Lorenzo. La razón podría ser la fidelidad al original o lo complicado de la métrica, si no fuera porque Muñoz Azpiri decidió traducir el poema a prosa. Al final, la historia ya popular de Camila O'Gorman y Uladislao Gutiérrez termina de una forma bastante similar a la que todos conocen, con el presbítero que los encuentra y los delata y los llevan al lugar de la ejecución, entre desobediencias de los súbditos de Rosas y el embarazo de la muchacha. Casi todas las otras obras inspiradas en este clásico romántico coinciden en esos detalles, desde las novelas declamatorias y antirrosistas hasta las milongas de Corsini y una de las películas más exitosas del cine argentino: Camila, de María Luisa Bemberg.
Pero Masefield se toma una licencia más: tras la ejecución de los amantes, los Blancos se embanderan aquel amor, juntan fuerzas y derrocan a Rosas en una gran batalla al grito de «Remember those poor lovers» («Recordad a los pobres amantes»). Es entonces, recién, que Rosas cabalga al puerto, se compra un saco de marinero y se embarca con un nombre falso hacia Inglaterra…