Cinco poemas - Bibiana Collado Cabrera
Sospecha
Me reía de los ritos, de las parejas
que parecían bien ancladas,
de las que colman el aparador
de sus padres con fotos,
de las que dicen
demasiado alto que se quieren.
Con una risa de almendra amarga
me reía, como todos los jóvenes,
para protegerme de la perfecta
esfera del futuro
y su silenciosa promesa
de romperse.
Con la soberbia ácida y precoz
de la fruta que aún no está madura.
Con el rabillo del ojo miraba
sus muestras de cariño, sus costumbres,
la baratura de su inocencia
que alguien nos había enseñado
a despreciar.
Me creía más lista, como todos
a esa edad, más ambiciosa.
Pero el repicar de mi risa,
alta y de bronce,
no lograba acallar su murmullo
de agua que brota.
Empuñaba el filo de vinagre
contra sus rutinas de amor.
Me reía y lo aferraba
con la fuerza que solo puede aplicar
aquel que duda.
La búsqueda
Mirábamos a todas las parejas
con la glotonería
que acompaña al tiempo primero.
Los pasados formaban una pila
adentro
contra alguna pared del patio.
De nada nos servía su enjambre de derrotas,
su pan de oro cayendo en desconchones,
su punzón de escuela con la punta doblada.
El amor nos había hecho felizmente sordos
al ruido viejo de rejones.
Nuestro querer tenía un pulso adánico.
Por eso estudiábamos las distancias,
las palabras, los gestos de todas las parejas.
Rastreábamos nuestro temblor en el suyo
deseando encontrar verdad.
Ansiábamos referentes, los construíamos
con la voracidad de quien desea,
sobre todas las cosas,
que esta vez sí salga bien.
Buscábamos la juventud
en los ojos de nuestros padres,
la calma en los de nuestros enemigos,
la alegría en las bocas
de los que siguen amándose.
Y la encontramos.
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Héroes
Los cuerpos que se reconocen cada noche,
que activan su memoria
de la alegría
y se completan con la rotundidad imperfecta
del redondel de un niño.
Primavera
Madres, que resplandecéis
desde el círculo perfecto de vuestro vientre,
que arrasáis el orden del mundo,
anatómico e imponderable,
y lo reconstruís con el dolor de vuestros cuerpos,
pensad que también vuestras hijas
serán naturaleza pujante que rompe
la tierra que las guarda.
Mujeres, que sentís la ferocidad del apego,
que sabéis del amor colmado
y su amenaza de fragilidad constante,
que generáis el prisma exacto del vacío
en vuestra carne tras el parto,
que estáis ya para siempre unidas
al fruto y sus volúmenes crecientes
que se irán alejando imparables
e inventarán la soledad más pura,
solo vosotras conocéis
lo que es realmente el miedo.
Sabed que no podréis evitar el prodigio
de la vida sobre sus músculos,
el peligro de su deseo.
Completas y libres en sus errores,
lejos de vuestros brazos.
Pero cuando todo esté seco
y las horas de luz sean muy pocas
y una nostalgia de entrañas os espine las manos,
recordad que Perséfone siempre regresa.
Victoria
La hemos elegido nosotros
con una libertad avainillada
y luciente que nos creció
sobre los hombros
cuando dejamos de doler,
que nos brotó desde las yemas de los dedos
como las espigas de la pintura de Maruja Mallo
y nos sobrecogió con su erguirse elástico.
Salimos de la habitación cerrada de la angustia
y arcillamos la voluntad
para que creciera hacia el sol
tibio pero jubiloso de las ventanas.
Lo conseguimos.