Seis poemas - Fernando Benito F. de la Cigoña
I
Ya libérame,
concédeme desde tus nubes generosas huir hacia ti de nuevo.
No me agarres más porque ya me veo vencido
hundidos mis delirios de hombre en tus sueños que a mí han llegado.
He habitado el silencio donde yo mismo me exilié,
me he negado por vergüenza y miedo tornarme a tu rostro
y sobre todo he olvidado, he olvidado
con tristes trucos la luz blanca y púrpura que tú no me ocultabas,
la poderosa acción de tus manos en mis manos
y huyo,
huyo fingiendo ignorar ante mí mismo que me agarras
apuntando con la voz, tronando con el dedo hacia las cataratas prometidas.
Así que dame valor para volverme a ti,
ímpetu y fuerza para agarrarte de vuelta y preguntarte y mezclarme con tu carne,
para tirar de ti y enseñarte mis palabras y ser al fin vencido.
Entonces me daré la vuelta y ya por ese entonces te doy gracias.
Será entonces mi nombre nuevo y te escucharé pronunciarlo,
sí, brotará de tu fuente y mis pasos serán guiados
y los tiempos en que me has creado atravesaré bajo los tambores de tus promesas.
Allí al final te contemplaré,
agarrado y a la vez libre,
sin horizontes,
desbordado por los destellos infinitos de tu mirada.
II
Siempre hundidos
en el ruido arrítmico de la ciudad.
Llega el invierno
y la ausencia en los cuerpos se vuelve más inmersiva.
El arrullar de la lluvia y el pisar sobre las baldosas.
Frío.
III
Mundo bañado en nubes y nieblas,
el murmullo del agua
como un amanecer, como un animal que despierta,
y las rocas son
un hogar, un silencio cubierto de verde, un misterio que palpita.
Vagabundos en las cicatrices de la Tierra,
en sus paraísos.
Erramos encendidos hasta la noche y entonces
abre el cielo la gota de luz que nos sigue,
huyen las nubes de su majestad
llenas de temor y respeto en el otro fondo del firmamento.
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IV
La noche oscura, poblada de pálidos luceros
se deshace lentamente en la aurora:
heraldo del día que en un susurro solo
anuncia un sol, anuncia
al león magnífico que aún se despereza.
Y huyen las estrellas
a lejanos campos con sus hijos;
no cruzan ya
voces brillantes a través de nuestro cielo.
Y duerme el hombre,
roza apenas sus párpados el río de la mañana.
Sale del sueño:
sucede el tiempo y él fundido en una barrera transparente,
ni aquí ni allí,
sino en una realidad que despierta con él despacio.
Realidad que tiembla toda, todavía maleable,
realidad de nubes que ya han descargado la lluvia.
Se deja bañar por el deseo, sin prisa, contemplando,
o como un manantial frío le arranca de pronto la urgencia:
no hay duda,
ahora las cosas pueden agarrarse.
Ha llegado el día.
El mundo exige que nos pongamos en pie pertrechados para vivir,
una vez más y no cesa,
el mundo nos exige caminar y nosotros buscamos un rumbo.
V
Grabada en mis ojos
a fuerza de días que se han vuelto años,
tantos como caben en mi memoria.
Grabada en mi piel, en mis pasos,
retorno siempre a ti como animal
cansado del frío o del ruido,
de la diversión, de la pasiva e inocente vigilancia del otro.
Retorno y tú me atestiguas
durmiendo, jugando, libre y casi solo, nuevo.
Ya no miras aquel cuerpo de niño:
rastro blanco, brillo tenue,
murmullo del arroyo deshelando en lo alto del monte;
ya no miras aquellos ojos nerviosos,
las manos pequeñas con su temblor,
el cuello levemente torcido mirando hacia arriba, hacia el mundo.
Pero aún tú ves más adentro
tras la jungla y los escombros,
igual que yo te reconozco a pesar de que has mudado paredes y te has cubierto de posters nuevos:
eres la misma,
guardando el calor a través de los años,
velando las ausencias de julio, de agosto, de las noches de fiesta
y conservas todavía los cuadernos y los libros
y otras montañas de objetos que se resisten a terminar de perderse
pensando quizá en su vida nueva, tu vida nueva,
que ya está aquí, parece que desde siempre, y conocerá pronto la plenitud.
Tú miras más adentro y ves que el niño
sobrevive
y que no podría ser de otra manera.
Ves que es él
la llama que aún me enciende
prendida
por un calor de inaccesible origen.
Aquí he buscado,
habitándote,
cubierto de tu silencio, cubierto por tu protección.
VI
Y llega alguien, brota
de su presencia un gesto blanco y abierto,
luciérnaga en medio del silencio.
Llega
y vuelvo a estar de pronto aquí,
vuelve a sentir el arañazo, el agua clara,
la fuente de calor mi piel dormida.
Hoy despierto un poco
contemplando viva la presencia del otro que se da y que toma,
que vierte hacia el mundo toda su fuerza y acepta la mutua metamorfosis.
Brota de ti
el gesto blanco como onda
penetrando en mí sin miedo ni vergüenza
y entonces algo dentro de mí tiembla
y pide como lobo inquieto salir y volcarse,
ser
dentro de ti columna de luz que contempla luz en tus entrañas.