Rupestre
Cada poro de piel
habla del cuerpo de un grano de arena.
Las cejas y pestañas,
de atadillos leñosos de un invierno.
La melena, del mar:
viento líquido —indómito—
y el busto, salpicado de arboledas,
de dunas triangulares.
En el centro hay un pozo
de agua oscura y presente
y, escondida entre surcos, la caverna.
En la capa profunda del paisaje
se dispuso una roca
brillante roja eléctrica
encerrada en un puño
calizo contra el tiempo.
No existe otra raíz umbilical
que nos sostenga.