Poesía de Cortay Jiang
A Felisberto Hernández
Esta noche no quiero hablar de la muerte.
Las olas han extendido su absurda mano.
El perro rabioso ladra sin parar en la niebla:
¡Verdor! ¡Verdor!
O lo que significa, que la aldaba, la pupila, las líneas
de tu palma, el sueño al que no te acostumbras,
el destierro de tu conciencia
se conjuntan en este momento——
una pieza de piano reemplaza la partición que aún no tiene su forma.
¿Quién logra tocar la cola del gato a oscuras?
La estatua en el espejo se ha vuelto piedra descolorida.
Celebrar el ocaso.
Celebrar cómo las reglas se burlan en el punto final de la obstinación,
cómo los sentidos se dispersan en su huida,
y cómo detrás del pensamiento permanentemente quedan
las cosas parecidas al olor de la magnolia.
El que no sabe nadar siempre se sumerge más.
Finge tener hambre. Y devora, con anodinos golpes,
la honestidad y la verdad.
Después baja la cabeza y ve una colilla mojada.
Aparece la lluvia que hace años ocurrió en el mar.
Entonces esconde su rostro y llora.
Al final no podemos contar al mismo tiempo con la luminosidad
de todos los jueves y todas las lunas incompletas.
La ciudad se dirige a su castillo empinado de arena,
y ¿por qué pierdes la voz colgado del techo de cristal?
La historia no va a olvidar quien la cuenta.
Y los ríos. Los ríos se van calentando.
Esta noche soy las aguas aferradas a la fuga,
esperando a que los inútiles rituales destruyan más secretos y la salud.
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Te veo en el color castaño de la rosa
Te veo en el color castaño de la rosa,
en las palomas de la plaza perdiéndose en el descanso
prolongado del violín después de la lluvia,
en el cian y la vastedad del campo de miles extensiones onduladas,
en la companada del siguiente instante dejándose traer
por el viento al filo de la lengua de octubre,
en el simbolismo centenario de la cúpula
borrosa y silenciosamente elude el porvenir de más apegos.
¿El mundo va a inclinarse?
Porque el sol se inclina. Porque mi mirada se inclina.
Porque el ardor de las cuatro de la tarde ha ocultado tanto tiempo
las escamas de la fiera.
Por el se prohíbe el paso sin razón.
Por el cambio de colores sin aviso previo.
Veo la sombra cubriendo de arriba abajo la fachada de un edificio.
La desaparición de innumerables fachadas de edificios.
Imaginándome como una sombra de arriba abajo,
como innumerables fachadas de edificios.
Imaginando que somos chimeneas o guerreros en el fondo del mar
atalayando al borde de un rincón de la noche, del
sueño, del tiempo o de los mensajes,
y la comunicación se hace a través de los únicos
tentáculos anulares que nos quedan.
El día está esperando a oscurecerse,
y la herida a ponerse roja.
Tal vez más lluvia copiosa por aterrizar.
El paraguas en mi mano derecha…