Un hombre que dice llamarse Borges
Lo que decimos no siempre
se parece a nosotros.
Jorge Luis Borges, Ulrica
DRAMATIS PERSONAE
Un hombre que dice llamarse Borges (125 años o más)
Otro hombre que es varios hombres (40 años)
*
Una habitación. En ella una silla, una mesa, un dispensador de agua, una puerta y, en el lateral izquierdo, un espejo de pie.
1. ¿Y DICE USTED QUE SE LLAMA BORGES?
El policía tiene en sus manos unos papeles que revisa cada cierto tiempo para corroborar la información que tiene apuntada.
El hombre que dice llamarse Borges está sentado en una silla, tiene reposado en sus manos un bastón de ciegos.
POLICÍA: Dice que se llama Borges.
UN HOMBRE: Sí.
POLICÍA: ¿Jorge Luis?
UN HOMBRE: Sí. Jorge Francisco Isidoro Luis Borges…
POLICÍA: Ajá, tengo por acá que es… ¿escritor?
UN HOMBRE: Podría decirse sí…
POLICÍA: Esto que tengo acá es una copia de un artículo de Wikipedia…
UN HOMBRE: ¿Wiki qué?
POLICÍA: Una página de internet…
UN HOMBRE: ¿Internet?
POLICÍA: Sí, internet.
UN HOMBRE: ¿Qué es eso?
POLICÍA: ¿No sabe lo que es el internet?
UN HOMBRE: No tengo idea de qué me habla…
POLICÍA: Correcto, por acá, en la página de Wikipedia, dice que Jorge Francisco Isidoro Luis Borges murió el 14 de junio de 1986… ¿sabe que está muerto desde hace más de cuarenta años?
UN HOMBRE: Como ve, yo no estoy muerto…
POLICÍA: Ajá… Pero entonces también dice que nació el 24 de agosto de 1899… Eso es como hace (cuenta con los dedos) mucho tiempo…
UN HOMBRE: Podría decirse que tres siglos… tres siglos, cruzan esa cifra…
POLICÍA: Ajá mucho tiempo… ¿entonces cómo es eso posible? Porque si entonces nació en 1899, y dice que eso son como tres siglos…
UN HOMBRE: No exactamente, la idea puede resultar compleja, pero no imposible…
POLICÍA: Ya… ¿y dónde ha estado todo ese tiempo?
UN HOMBRE: Puede que la respuesta no sea fácil de responder.
POLICÍA: No se preocupe, tenemos tiempo, tiene todo el tiempo del mundo para responder…
UN HOMBRE: ¿Cómo está tan seguro de eso?
POLICÍA: Pues todavía es temprano… son las diez y media de la mañana.
UN HOMBRE: ¡Uh! Sí es temprano, pero no tan temprano, eso es casi ya mitad de mañana.
POLICÍA: Bueno, por eso, queda todo el día…
UN HOMBRE: Pero todo un día, no es todo el tiempo del mundo.
POLICÍA: Un día es suficiente.
UN HOMBRE: ¿Y a eso le parece todo el tiempo del mundo?
POLICÍA: Es bastante tiempo.
UN HOMBRE: ¿Pero todo el tiempo?
POLICÍA: ¿Qué quiere? Es el tiempo que tenemos, a las doce nos vamos a almorzar, volvemos a la una y media, y seguimos, como hasta las cuatro y media.
UN HOMBRE: Ah, pero entonces no es un tiempo corrido, más bien fraccionario.
POLICÍA: ¿Qué?
UN HOMBRE: Que dice que tenemos todo el tiempo, pero no es verdad, es un horario de oficina, se va almorzar, me deja acá solo, cuando me ofreció todo el tiempo del mundo.
POLICÍA: ¿Quiere que almuerce con usted?
UN HOMBRE: No es lo que he dicho, es más como una promesa incumplida, pero bueno, a lo que íbamos.
POLICÍA: Es chistoso, ¿no?
UN HOMBRE: Algo de sentido del humor tengo, los humores forman parte de nuestra esencia, de nuestras esencias… en latín essentia: lo que hace que algo sea como es…
POLICÍA: ¡Ah! ¿Es latino?
UN HOMBRE: ¿Qué dice? Todos somos latinos, solo que no todos hablan latín. Está muerto.
POLICÍA: ¿Cómo muerto?
UN HOMBRE: El idioma, el idioma está muerto.
POLICÍA: Como se supone que debería estarlo.
UN HOMBRE: ¿Me reprocha que esté vivo?
POLICÍA: No, yo no reprocho nada… o bueno, se le reprochan otras cosas, pero no eso…
UN HOMBRE: ¿Y qué se me reprocha? Yo no he hecho nada.
POLICÍA: Estamos acá intentando resolver un asunto policial, ¿sabe que está en una jefatura de policía?
UN HOMBRE: No, no lo sabía… soy ciego…
POLICÍA: ¿Es ciego?
UN HOMBRE: Sí, lo soy… estos son mis ojos (levanta el bastón), y es posible que esta sea mi esencia…
POLICÍA: Ya, pues ahora lo sabe… está metido en un problema.
UN HOMBRE: ¿Y eso por qué?
POLICÍA: No me corresponde decírselo, ya vendrá mi jefe a hacer las preguntas reglamentarias…
UN HOMBRE: ¿Y qué le corresponde?
POLICÍA: Esperar que llegue mi alto mando, y corroborar que sea quien dice que es.
UN HOMBRE: Entonces esperamos a alguien más… y yo ya le he dicho quién soy.
POLICÍA: ¡Ese es el tema! Que quien usted dice ser, es imposible que lo sea, así que volvamos desde el principio. ¿Cuál es su nombre?
UN HOMBRE: Ya se lo he dicho…
POLICÍA: ¿Me lo repite?
UN HOMBRE: Borges, Jorge Luis Borges.
POLICÍA: ¿Qué hace?
UN HOMBRE: Soy profesor de Lengua Inglesa…
POLICÍA: ¿Cómo lengua?
UN HOMBRE: El idioma, lengua también se le llama al sistema de comunicación verbal… eso que ahora hacemos usted y yo.
POLICÍA: ¡Usted y yo no estamos haciendo nada! ¿Qué está diciendo?
UN HOMBRE: Su tono de voz me hace pensar que lo he ofendido de alguna manera.
POLICÍA: Es un bicho raro… ¿sabe?
UN HOMBRE: Un animal fantástico.
POLICÍA: ¿Qué dice?
UN HOMBRE: Un chiste, hombre, un chiste… ¿usted se altera con poco? ¿No?
POLICÍA: Le recuerdo que está frente a un funcionario de la ley, y acá no estamos para hacer chistes, si no, para esclarecer verdades.
UN HOMBRE: «With all things being equal, the simplest explanation tends to be the righthouse».
POLICÍA: ¿Disculpe?
UN HOMBRE: Una frase de William of Ockham, un nominalista franciscano inglés precursor del pensamiento, un filósofo… «En igualdad de condiciones, la explicación más simple tiende a ser la correcta». Es la traducción, porque siento que no ha entendido, pero es un halago. Ha sido usted simple y correcto.
POLICÍA: No sé cómo decírselo señor… pero acá no está en igualdad de condiciones.
UN HOMBRE: No hace falta decirlo, se siente… pero hay que intentar ser el mejor hombre, frente a todos los hombres, así la circunstancia no sea la ideal.
POLICÍA: ¿Y qué libros escribe?
UN HOMBRE: No, ya no escribo.
POLICÍA: Ajá, ¿qué libros escribió?
UN HOMBRE: Bueno, libros, muy pocos, si acaso dos o tres cuentos que valgan la pena mencionar.
POLICÍA: ¿Qué cuentos?
UN HOMBRE: Le diría que uno que se titula El otro, un breve encuentro con un doble; y otro titulado El congreso, quizás mi mejor cuento, aunque tengo otro, El libro de arena, sobre un libro siniestro imposible de ser leído…
POLICÍA: ¿Qué clase de cuentos son esos?
UN HOMBRE: Algunas veces sobre objetos mágicos, que encierran a su manera un horror.
POLICÍA: ¡Ah!, ¿es escritor de terror?
UN HOMBRE: No me aventuraría a decir tal cosa, aunque depende de la expectativa con que los lea, quizás si quiere encontrar terror en mis cuentos, puede que lo halle.
POLICÍA: Da más vueltas que un perro para acostarse… por qué mejor no responde de la manera convencional, con un sí o con un no.
UN HOMBRE: ¿A qué?
POLICÍA: A las preguntas.
UN HOMBRE: ¿Se ha molestado por algo que dije?
POLICÍA: Sinceramente hay muchas cosas en usted que me molestan, pero ese no es el asunto.
UN HOMBRE: ¿Y cuál es el asunto?
POLICÍA: Su identidad.
UN HOMBRE: ¿Qué pasa con ella?
POLICÍA: ¿Por qué no me cuenta cómo llegó al portón de la familia Martín?
UN HOMBRE: Desconozco de lo que me habla.
POLICÍA: Pero la familia Martín no lo desconoce.
UN HOMBRE: ¿A qué familia Martín se refiere?
POLICÍA: El lugar de donde lo hemos traído… ¿qué hacía ahí?
UN HOMBRE: ¿Antes de estar acá?
POLICÍA: ¿Vuelve con sus chistes?
UN HOMBRE: No era mi intención.
POLICÍA: ¿No recuerda que pasó un tiempo bastante extenso sentado en ese portón?
UN HOMBRE: Recuerdo el incidente, pero no la familia.
POLICÍA: ¿No conoce entonces a los habitantes de la casa donde estaba sentado?
UN HOMBRE: Si habla de los Martín, entonces no, no tengo idea. Si me hablara en todo caso del libro que lleva el nombre de esa familia, podría decirle algunas cosas.
POLICÍA: ¿Qué libro?
UN HOMBRE: El Martín Fierro, un libro insigne. Capaz de inagotables repeticiones, versiones y perversiones.
POLICÍA: Parece un libro complejo.
UN HOMBRE: Pero narrado con una sencillez abisal…
POLICÍA: ¿Ese libro fue escrito por el señor Elidoro Martín, el dueño de la casa?
UN HOMBRE: Cómo se le ocurre, fue escrito por José Hernández.
POLICÍA: ¿José Hernández? No tengo registro de ningún José Hernández en mis notas… ¿Iba a la casa del señor José Hernández?
UN HOMBRE: No, la casa de José Hernández está muy lejos de acá, y a ella no se puede entrar.
POLICÍA: ¿Se le ha negado el acceso a esa casa?
UN HOMBRE: Verá, no es un lugar cómodo, al menos de manera literal, pero la metáfora está servida, todos habitamos la casa de José Hernández, al menos todos los que hemos nacido en su tierra, y aunque yo no nací del todo en las tierras de Hernández, es una herencia que me transversa la sangre, a los que tenemos sangre del sur.
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POLICÍA: Entonces no iba a casa de José Hernández.
UN HOMBRE: Ya le he dicho que no, eso es imposible… José Hernández está muerto.
POLICÍA: Se supone que usted también, y acá nos ve conversando.
UN HOMBRE: Soy ciego.
POLICÍA: No sé realmente si puedo entenderlo, pero voy a anotar por acá a José Hernández y sus posibles vínculos con la familia Martín, puede ser información de interés.
UN HOMBRE: No encontrará nada que emparente una cosa con la otra, pero si eso le divierte.
POLICÍA: ¿Cree que yo estoy acá para divertirme?
UN HOMBRE: Por supuesto que no.
POLICÍA: ¿Y usted? ¿Usted por qué está acá?
UN HOMBRE: Porque me ha traído usted.
POLICÍA: Pero las razones de haberlo traído, ¿sabe cuáles son?
UN HOMBRE: Por lo que entiendo, me trajeron por estar sentando en el pórtico de la casa de los Martín… No sabía que estar sentado era ilegal.
POLICÍA: No es precisamente ilegal estar sentado, lo que sí puede ser visto como una ilegalidad, es estar sentado a los pies de una casa que no le pertenece, durante alrededor de dos días sin casi moverse… ni comer ni tomar agua ni nada, solo ahí como una estatua.
UN HOMBRE: Estaba cansado.
POLICÍA: ¿Cansado de qué?
UN HOMBRE: De caminar, he caminado mucho ¿sabe?, y cuando uno camina demasiado los pies comienzan a doler, se inflaman, se hinchan, y yo tenía los pies así… inflamados e hinchados.
POLICÍA: ¿Ahora se siente mejor?
UN HOMBRE: Podría decirse, al menos ya no me duelen los pies.
POLICÍA: Muy bien, vamos avanzando, entiendo que pudiese estar cansado, pero eso no resuelve el verdadero problema… Su identidad.
UN HOMBRE: Ya le he dicho cómo me llamo…
POLICÍA: La cuestión es que no tiene identificación ni nada que nos dé certeza de que lo que dice sea cierto. Entendiendo, además, que para tener la edad que se supone debería tener, se ve mucho más joven…
UN HOMBRE: Uf, ciento veinticinco… imagínese… yo tampoco esperaba llegar a tanto.
POLICÍA: Sí… ¿se escapó de casa? ¿Tuvo una pelea con su mujer? Cuénteme lo que pasó, yo estoy acá para escucharlo, para darle una mano de hombre a hombre. Si lo que quiere es llorar, llore, puede acá sobre mi hombro, estamos para servirnos…
UN HOMBRE: No, no, yo no tengo ni mujer ni hijos ni he peleado con nadie, al menos no en los últimos cuarenta años… y gracias por el ofrecimiento, pero ganas de llorar tampoco tengo.
POLICÍA: Yo estoy acá para ayudarlo, vamos, hable con honestidad… ¿Qué es lo que ha pasado?, ¿por qué lo han dejado en la calle?
UN HOMBRE: Pues es algo que yo tampoco sé.
POLICÍA: No lo pone fácil, la verdad, señor…
UN HOMBRE: ¿Qué le puedo decir? Yo tampoco entiendo mucho.
POLICÍA: Hay que verificar muchas cosas, mucho trabajo, mucho papeleo, muchas horas invertidas, que acá no queremos invertir, ¿sí me entiende? Ahórrese un problema, y nos ahorra un problema a nosotros. Nos dice quién es, lo verificamos en la computadora y lo mandamos de nuevo a la calle, si es lo que quiere.
UN HOMBRE: Yo no quiero volver a la calle.
POLICÍA: ¿Y entonces por qué estaba en ella? Si no quería salir a la calle, ¿para qué demonios sale a la calle?… Mire donde terminó.
UN HOMBRE: Me dolían los pies.
POLICÍA: De tanto estar en la calle.
UN HOMBRE: Pero no porque yo quisiera estar en la calle.
POLICÍA: Bueno, ¿sabe algo? Vamos a tener que cotejar sus huellas en nuestra base de datos.
UN HOMBRE: Mis huellas…
POLICÍA: Va a poner sus dedos acá…
UN HOMBRE: No veo, soy ciego.
POLICÍA: Cierto, déjeme le ayudo, ponemos sus dedos acá, ¿ve?, ahora ponemos los dedos acá… y listo, ya tenemos sus huellas.
UN HOMBRE: Muchas gracias.
POLICÍA: Tengo que salir un minuto, queda como en casa…
UN HOMBRE: Gracias.
POLICÍA: En aquella puerta hay un baño, y ahí está el bebedero, sobre la mesa tiene el vaso, disculpe el tamaño y el material, pero es lo que está permitido, nada de materiales cortantes o lacerantes, por eso le hemos pedido el reloj, la correa y las trenzas de los zapatos al traerlo para acá… ¿Comprende?
UN HOMBRE: Lo comprendo y lo entiendo, igual tendrá que guiarme y señalarme la ubicación de estos beneficios, recuerde que soy ciego.
POLICÍA: Lo siento, tiene razón, agarre mi brazo, así, muy bien. (Procede a guiarlo) Acá está la puerta del baño, acá tiene el dispensador de agua y unos pasos por acá, está la mesa, voy a mover el vaso un poco hacía la esquina de la mesa para que lo tenga a la mano… ¿lo ve? Muy bien, ahora sígame por acá, justo detrás de la mesa está el sillón donde estaba sentado.
UN HOMBRE: ¿Quiere decir que ahora tengo la mesa frente a mi?
POLICÍA: ¿Cómo? ¡Ah sí! Correcto… frente a usted la mesa, y frente a la mesa el sillón allá… ¿ve?
UN HOMBRE: Algo entiendo…
POLICÍA: ¿Y hace cuánto se quedó ciego?
UN HOMBRE: Yo nací ciego, pero si quiere una fecha exacta en que las formas pasaron a convertirse en destellos, habrá sido hace más de ochenta años.
POLICÍA: Uf, mucho tiempo, lo lamento mucho.
UN HOMBRE: Pues más lo lamento yo, pero no me quejo, hay oscuridades que hay que aprender a abrazar, ¿entiende?
POLICÍA: (Pausa) Poco. Lo dejo acá, sírvase como guste…
UN HOMBRE: Muchas gracias.
El policía sale. El hombre va hacía la mesa, busca el vaso, lo toma, se dirige al bebedero, dispensa agua, toma solo un poco del vaso, se regresa a la mesa.
2. LAS PESADILLAS
Desde la mesa.
UN HOMBRE: Entremos en la pesadilla. Las mías son siempre las mismas. Yo diría que tengo dos pesadillas que pueden llegar a confundirse. Tengo la pesadilla del espejo y la idea de las máscaras. Siempre las máscaras me dieron miedo. Sin duda sentí en la infancia que si alguien usaba una máscara estaba ocultando algo horrible. A veces me veo reflejado en un espejo, pero me veo reflejado con una máscara. Tengo miedo de arrancar la máscara porque tengo miedo de ver mi verdadero rostro, que imagino atroz. Ahí puede estar la lepra o el mal, o algo más terrible que cualquier imaginación mía. Todos sabemos que hay momentos en que nos abruma la realidad, sin embargo, esos motivos no se parecen a la pesadilla; la pesadilla tiene un horror peculiar y ese horror peculiar puede expresarse mediante cualquier fábula. Pero hay algo: el sabor de la pesadilla. Todas las palabras, de cualquier idioma que la definen, sugieren algo sobrenatural. ¿Y si las pesadillas fueran estrictamente sobrenaturales? ¿Si las pesadillas fueran grietas del infierno? ¿Si en las pesadillas estuviéramos literalmente en el infierno? ¿Por qué no?
Deja el vaso y luego prosigue hacía el baño, entra. Cierra la puerta a sus espaldas.
3. ENTONCES SE LLAMA USTED JORGE LUIS BORGES
Entra a la habitación el comisario, leyendo en sus papeles…
COMISARIO: Entonces se llama Jorge Luis Borges, el escritor que murió el 14 de junio de 1986 y que yace en santo sepulcro en el cementerio de Plainpalais en Ginebra, desde entonces…
UN HOMBRE: (Saliendo del baño) No necesariamente las cosas que dice son una verdad absoluta, ahí hay verdades, de verdades… ¿quién es usted?
COMISARIO: El comisario de esta estación. La persona que viene a resolver el acertijo de su identidad.
UN HOMBRE: Quiero que sepa que es al otro Borges al que le ocurren las cosas.
COMISARIO: ¿De qué Borges está hablando?
UN HOMBRE: El otro.
COMISARIO: ¿Cuál otro?
UN HOMBRE: Hay muchos Borges.
COMISARIO: Solo hay uno, que en este momento está muerto y enterrado en…
UN HOMBRE: …en el cementerio de Plainpalais en Ginebra… sí, ya lo escuché…
COMISARIO: ¿Finalmente nos está diciendo que no es Borges?
UN HOMBRE: No… Yo soy Borges.
COMISARIO: ¿Entonces de qué otro está hablando?
UN HOMBRE: De que hay muchos otros Borges… y yo soy uno de ellos.
COMISARIO: Un loco, eso es lo que es usted, un loco, un loco que ha venido acá a confundirnos a todos… ¿no?
UN HOMBRE: Un hombre, simplemente un hombre.
COMISARIO: Un hombre que no solamente dice llamarse Borges, sino que dice que es apenas un Borges, de otros tantos Borges… ¿es eso?
UN HOMBRE: Podría decirse sí…
COMISARIO: Está usted vivo y tiene… ya va, déjeme corroborarlo, ciento veinticinco años, ¿es correcto?
UN HOMBRE: La fecha puede que sea exacta sí, años más quizás…
COMISARIO: Ya… ¿y por qué no anda haciendo sus apariciones siniestras donde lo enterraron? ¡Allá en Ginebra! ¿Cómo hizo para estar hoy acá perturbando el sueño de nosotros que tenemos una condición menos fría?
UN HOMBRE: Una ironía del destino.
COMISARIO: No sé porque tengo la impresión que se está burlando de nosotros.
UN HOMBRE: Nada más alejado de la realidad, para burlarse uno debería estar cometiendo una necesad, y debe entender que ni yo lo considero a usted un necio, ni yo mismo me veo como uno.
COMISARIO: ¿Cuántos dedos ve usted acá?
UN HOMBRE: Ya le habrán explicado que soy…
COMISARIO: Ciego, sí, ya me lo han explicado.
UN HOMBRE: ¿Siguen desconfiando de mí?
COMISARIO: Sabrá, «don Borges», que me lo pone difícil. No paga el tiempo que nos tiene acá, así que mientras más breve sea nuestro encuentro, mucho mejor para ambos.
UN HOMBRE: Debo corregirle algo que me ha resultado curioso…
COMISARIO: ¿Ah?
UN HOMBRE: ¿Cómo se puede pagar por algo que no existe?
COMISARIO: ¿Disculpe?
UN HOMBRE: ¿Cobra por su tiempo?
COMISARIO: Menos de lo que debería, y estoy seguro que después de esto buscaré que me den un aumento de salario… (Revisa en sus papeles) La verdad que no sé cómo lo ha hecho. Más temprano, el cabo de turno le ha tomado las huellas dactilares, no aparece registrado en ninguna parte, hemos tenido que ponernos en contacto con gente especializada en estos asuntos, y hacer llamadas por acá y por allá, y mandar huellas, y correos, y hacer papeleo… ¿se da cuenta de todo el trabajo que nos ha hecho hacer?
UN HOMBRE: ¿Le gusta su trabajo?
COMISARIO: Cómo que si me gusta mi trabajo…
UN HOMBRE: Parece quejarse de él.
COMISARIO: Me quejo, porque quejarme es parte del trabajo… ¿a dónde quiere llegar?
UN HOMBRE: A ningún lado realmente… a donde quise llegar no llegué, ya me ve, acá estoy, sin llegar a ningún lado.
COMISARIO: Se nota cansado.
UN HOMBRE: Sí, antes me dolían los pies, ahora me duelen las palabras.
COMISARIO: ¿Qué dice?
UN HOMBRE: Eso, que hablo y siento dolor.
COMISARIO: Pues deje de hablar, o hable solo lo necesario, es más, no hable, haga señas… siéntese, y responda con señas a mis preguntas.
UN HOMBRE: Pues desconozco el lenguaje de señas, me hubiese gustado, ahora que lo pienso.
COMISARIO: ¿Cómo nos ha metido en este asunto? ¿Quién es usted? ¿Por qué está usted aquí? ¿No se pudo ir a sentar a otro lado? ¿Usted sabe quién es la familia Martín? Una gente de mucho poder. Una gente a la que no se le puede uno estar sentando en su casa, y menos si no ha sido invitado.
UN HOMBRE: Yo no me he sentado en ninguna casa.
COMISARIO: Bueno no literal, en el pórtico de la casa.
UN HOMBRE: No sé qué daño he hecho, ¿de qué se me acusa?
COMISARIO: De acoso… ¡dos días! Oiga bien, ¡dos días! Sentado como un zamuro en el pórtico de los Martín, la esposa estaba con los nervios de punta… qué quién es ese hombre, que qué quiere de nosotros, que por qué no se va. ¡Los niños sin poder ir al colegio! Ha tenido que llamar el honorable señor Martín a esta comisaría, para retirar a lo que se ha venido a convertir en un fantasma… ¡un espía si al caso vamos!
UN HOMBRE: ¿Cómo que un espía? ¡Soy ciego!
COMISARIO: Pero sordo no… estaba usted escuchando la intimidad de la familia Martín, ¿es eso?, ¿por cuál razón?, ¿quién lo ha mandado ahí?
UN HOMBRE: A mi no me ha mandado nadie a ningún lugar… Llegué yo por voluntad propia.
COMISARIO: Confiesa entonces…
UN HOMBRE: ¿Qué cosa?
COMISARIO: Que llegó por voluntad propia a espiar la intimidad de los Martín, ¿con un plan turbio para desestabilizar la paz de ese hogar?
UN HOMBRE: ¿Cuál plan turbio? Si alguna vez he tenido un plan turbio es la necesidad de matarme y matar a todas las cosas que he creado, pero soy un cobarde, y los deseos se me han convertido en utopía y las utopías en cansancio, y las palabras en un sudor ácido y corrosivo… Y por eso duelen… ¿Así se siente también cuando manda todos esos correos y huellas y hace esas llamadas?
COMISARIO: Similar, pero no parecido. (Pausa) Es usted un hombre depresivo, ¿no?
Silencio.
COMISARIO: Ahora se calla, antes estaba todo parlanchín y que ¡las palabras me duelen! y que ¡ácido y corrosivo! y qué ¡yo lo que quiero es matarme! Pues escogió mal lugar para matarse, y se le fue la mano con el tiempo, quizás es que piensa demasiado… y ahora se calla… Pues así callado tampoco va a lograr nada… Y tenemos que desenredar lo que para usted ha sido muy fácil de enredar.
UN HOMBRE: ¿Por qué?
COMISARIO: Porque no sé cómo lo ha hecho, pero en la última llamada había una persona gritando, no sé muy bien si de impresión o de horror… pero gritaba…
UN HOMBRE: ¿Y cuál era la causa del grito?
COMISARIO: ¡Borges!
UN HOMBRE: ¿Sí?
COMISARIO: No se haga el tonto… ¡Muéstreme las manos!
UN HOMBRE: ¿Pasa algo con mis manos?
COMISARIO: ¡A ver muéstreme las manos! ¡Extiéndalas!
El hombre extiende las manos y deja caer el bastón.
COMISARIO: ¿Por qué ha hecho eso?
UN HOMBRE: Se me ha caído.
COMISARIO: ¡Lo ha tirado!
UN HOMBRE: Me pidió que le mostrara las manos, y tenía que dejarlo caer para mostrarle las manos.
COMISARIO: Pero pudo haberme pedido que le sostuviera el bastón… lo ha lanzado a propósito.
UN HOMBRE: Fue muy insistente en que le mostrara las manos, y además se ha alterado todo, y ahora que lo he hecho, me regaña porque le he mostrado las manos.
COMISARIO: ¡Es la forma como la ha hecho! ¿Está cansado de esto? ¡Nosotros también! Deje las manos ahí, tengo que ver algo… ¿cómo lo hizo? ¡ah!
UN HOMBRE: ¿Qué cosa?
COMISARIO: ¿Tiene en las manos uno de esos látex de película? ¿Es eso? (Le pellizca las manos)
UN HOMBRE: ¡Au! ¿Por qué me pellizca las manos?
COMISARIO: ¿Lo hizo con cirugía estética? ¿Es usted uno de esos millonarios excéntricos que se someten a cirugías carísimas para gastarle bromas a los policías y los estados soberanos?
UN HOMBRE: ¡No tengo ni idea de lo que está hablando! ¡No me he sometido a ninguna cirugía!
COMISARIO: ¿Cómo saberlo? Ahora todo es más avanzado, no dejan ni cicatrices, robots, rayos láser, inteligencias artificiales, chips cerebrales…
UN HOMBRE: ¿Escribe usted?
COMISARIO: ¿Disculpe?
UN HOMBRE: ¿Ha escrito usted alguna novela, un cuento, poemas?…