Círculo de luz
Cangrejito:
Si yo tuviera que describirte algo y que de eso dependiera mi vida, describiría la luz que entra por la ventana de la sala en este momento. Cae, sincera, se desliza, lenta, sobre el piso, ilumina tus championes rojos y luego brilla en la jarra de agua, destellan sobre los gatos, y algún rayo toca la cabeza del perrito, que duerme asomado a los antiguos sueños de los jardines colgantes. Las paredes y toda la superficie de la casa están llenas de luz. Pronto viene el atardecer. Ha llegado la hora. Nos dirigimos hacia la oscuridad natural de una noche cálida y enamorada. El cielo, desde acá, es amarillo y se va profundizando hacia el naranja; quizás, si tenemos suerte, al púrpura, al rojo, al rosa. Qué importancia tienen los colores cuando el cielo se ve por la ventana. No todos tienen ese privilegio. Hay apartamentos que no pueden, no pueden acceder a la luz ni al aire. Nada nos asfixia en este lugar. Es todo oxígeno, orégano y verde y verde y verde. Y no importa que el cielo de este atardecer no lo tenga entre sus colores. A la casita le sienta mucho mejor el verde que al cielo.
Nunca me había sentido así, como un jardín colgante, libre. En mi espesura propia, libre de hacer, de decir, de actuar, de mover los engranajes y las piezas y girar sobre el pasto cuando quiera y como quiera como un niño. Y que estés ahí y me aplaudas y me toques y me mires con el ojo constante y profundo de tu vida significa todo y lo es todo para el niño que solo quiere rodar, comer, leer y ser feliz.
Recuerdo cuando me mostraste por primera vez la foto de la nube. Fuerte, decidida, baja como un dedo y nos señala a todos como si dijera: «Dentro de mil años se pararán frente a mí y yo no estaré. Pero ustedes sí». Sin saberlo, hoy compartimos esos mismos colores, ese mismo atardecer barroco que he descrito como si fuera la última descripción de mi vida. Pero hay algo más. No puedo revelar los detalles, pero he podido ver, al accionar mecanismos impronunciables que he traído desde muy lejos, lo que hay dentro de la nube de tu fotografía. Desde tiempos muy antiguos lo llaman el lugar sin nombre. Ha cambiado de forma, ha mutado, ha pasado por etapas y signos extraños y nuevos, pero siempre ha mantenido su esencia. El lugar sin nombre. Y al asomarme como uno se asoma a un sueño he encontrado la luz que entra por la ventana de la sala en este momento, que cae, sincera, se desliza, lenta...