Impresiones/Gimnasia
I
Impresiones de Lu
Quién sospecharía
que deseaba esto
como forma de un emblema. Que
algo de tu espíritu o rastro
hubiérase apoderado de aquella
instalación.
Le hablaba, moldurando,
—mecanismo y cálculo—
hacia los efectos fosforescentes de la
retórica.
Oía como el cazador
—que en invierno pita—
con traje y gesto;
devolviendo algo de ese sonido a
un vacío solidario y repentino:
el cielo
(detonador de sorpresas y turbulencias).
Pero nada de eso llegaba a su fin.
No cerraba. A cambio
me devolvía un rebote
—sutilmente— horadando
un hueco ciego. Buscando un
nombre.
Casi podría sentir que anhelaba ser eco.
Pero no sabía nada de nada.
Nunca lo supe hasta cruzar
el fragmento del río.
Rodeado de casas, intransigente
con la memoria.
Ese río estaba lleno de fantasmas
o de su reflejo.
El reflejo
proyectaba otro hueco forzado que perecía
—angustiado— en mis cuerdas vocales.
Voy cinco meses sin decir nada.
Por más que hablara contra el espejo
o cantara
en karaokes de barrio,
hasta el amanecer;
nunca dije nada
porque no sabía nada.
Ahora, solo un breve fulgor queda.
La escasa forma de conciencia con su estela de consuelo:
el río,
su huella informe
—silbando, moviendo—
como en una película, ambigua;
tu rostro;
que es como decir tiento y luz
a la distancia.
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II
Edgard Valcárcel o las impresiones en el camino
(Av. Mariátegui, 1:58 p.m.)
La gimnasia puesta en valor
como un cortaviento
frente al eolito de la apatía.
La sonora distensión
del cuerpo;
parado frente al cuadro del Museo de Arte y Tradiciones.
Un obturador a medio camino
entre los arbustos y
la figura de un glaciar rojo.
Abierto en dos, diseñando
para los transeúntes,
un espectáculo cromático
—como el cuadro de Richter—
que a menudo veo
para recordar.